Et. La tierra como propiedad privada
El contraste que la tradici¨®n occidental ha hecho entre humanidad y naturaleza se antoja una divisi¨®n caprichosa
Cuando viajo, lucho por conocer la tierra como si fuera una persona. Reunirme con ella como si fuera tan profunda en su significado como la personalidad humana. Espero que hable. Y espero.
¡ª Barry L¨®pez
En el comienzo de su autobiograf¨ªa, titulada Habla, memoria, el escritor nacido en Rusia, Vlad¨ªmir Nabokov habla de la existencia humana como una ¡°breve rendija de luz entre dos eternidades de tinieblas¡±; aunque ambas eternidades son id¨¦nticas, la eternidad que precede a nuestro nacimiento nos inquieta menos, dice Nabokov, que la eternidad a la que nos acercamos todos los d¨ªas de nuestra vida. Siguiendo esta idea, si consideramos tambi¨¦n la eternidad que nos precede, la existencia humana queda constre?ida entre estas dos eternidades: la imagino como un brev¨ªsimo hachazo de luz en donde la luz es la conciencia. Si la materia no se destruye y s¨®lo se transforma, nuestra muerte no termina con la existencia de nuestro cuerpo, estrictamente hablando, pero s¨ª con la de nuestra conciencia. No es la p¨¦rdida irreparable de la materia que nos constituye lo que nos angustia sino la particular disposici¨®n temporal de esta misma materia que funciona como un sistema vivo consciente de su existencia, de la existencia de seres semejantes y de su entorno. Sobre esa angustia se han construido andamiajes culturales que la hacen m¨¢s soportable, entre ellas, la cultura mixe explica la existencia de otro et, un mundo id¨¦ntico a ¨¦ste, pero m¨¢s bello, en el que nuestra conciencia individuada, aunque despojada del cuerpo por la muerte, contin¨²a su vida ya sin sufrimientos y lleno de alegr¨ªas con la ayuda de un perro que, a modo de psicopompo, le ayuda a cruzar el r¨ªo de aguas impuras que separa este mundo del otro, como ya el ling¨¹ista mixe Juan Carlos Reyes G¨®mez ha descrito po¨¦ticamente y con m¨¢s detalle.
Cada cultura enfrenta la amenaza de la eternidad que sigue a nuestra existencia con una coraza de narraciones que hacen soportable lidiar con el hecho de que, con la muerte del cuerpo, el hachazo de luz que es nuestra conciencia, tambi¨¦n cesa para siempre. Sobre la definici¨®n de qu¨¦ es la conciencia se ha escrito mucho desde distintas disciplinas, pero, para ciertos efectos que quiero poner de relieve, las famosas palabras de Carl Sagan me son muy ¨²tiles: ¡°Somos la forma que tiene el universo de pensarse a s¨ª mismo¡± o, tal vez, una de las formas, al menos. Impresionada por las implicaciones de estas palabras pensaba hace algunos a?os que, de tomarnos en serio esta frase, s¨®lo tendr¨ªa sentido dedicar la vida a estudiar y a pensar en dos cosas: el universo (dado que somos universo pens¨¢ndose a s¨ª mismo) y el cerebro junto con todo el sistema nervioso (dado que es el ¨®rgano y el sistema que nos permite pensar al universo). Desde el Big Bang, pasando por la creaci¨®n de las galaxias (m¨¢s numerosas que las personas en el mundo), el desarrollo de la vida en el planeta, la evoluci¨®n de las especies y en particular la aparici¨®n de especies con distintos tipos de conciencia, entre ellas, el homo sapiens sapiens (o solamente homo sapiens seg¨²n una muy interesante discusi¨®n), el universo ha llegado a convertirse a s¨ª mismo en materia consciente durante un breve hachazo de luz.
Si lo vemos desde este punto de vista, el contraste que la tradici¨®n occidental ha hecho entre humanidad y naturaleza se antoja una divisi¨®n caprichosa. La cultura ser¨ªa, en alg¨²n sentido, la manera colectiva en la que la humanidad como materia consiente se explica a s¨ª misma y al mundo. Cultura puede verse tambi¨¦n como producto de la naturaleza, del mundo, del universo. Hay sociedades humanas que privilegian una mirada sobre el medio ambiente como un sistema continuo del que forma parte la humanidad y otras que separan sociedad humana y naturaleza de manera tajante. Estos tipos de relaci¨®n generan distintas nociones de territorio. En lenguas como el espa?ol se distingue entre tierra y territorio mientras que en lenguas como el mixe la palabra ¡°et¡± engloba ambas categor¨ªas, adem¨¢s de funcionar tambi¨¦n como el verbo que puede traducirse como ¡°ser¡±, ¡°estar¡± y ¡°existir¡±. La insistencia de personas defensoras del medio ambiente en decir que para nuestras culturas la humanidad se concibe como parte de la naturaleza no es meramente una romantizaci¨®n o una idea folclorizable, en muchos casos deriva de experiencias concretas y de la clasificaci¨®n anclada a nuestras lenguas. En la lengua en la que ahora escribo es importante distinguir entre la noci¨®n concreta de tierra y la noci¨®n abstracta de territorio. El territorio ser¨ªa el complejo cultural que explica la relaci¨®n que las sociedades humanas establecen con la tierra, la noci¨®n de territorio implicar¨ªa pr¨¢cticas, nociones, rituales, acercamientos hist¨®ricos y pensamiento sobre un referente concreto: la tierra. La tierra como un ente f¨ªsico puede generar m¨²ltiples nociones de territorio seg¨²n las culturas y sociedades que se relacionen con ella. El territorio ser¨ªa la tierra bajo el hachazo de luz que la conciencia de la humanidad arroja sobre ella. Si la tierra es una categor¨ªa f¨ªsica, el territorio es una noci¨®n cultural. A trav¨¦s de la historia y de las culturas estas nociones cambian, a veces la tierra se piensa como un ente endeble y en riesgo que necesita de los cuidados de la humanidad y en otras ocasiones como una fuerza potente que puede destruir a la humanidad en un instante. El territorio es la lectura cultural que hacemos sobre la geograf¨ªa de la tierra. As¨ª como alguien lee la mano para leer el futuro de una persona, leemos la tierra para generar nociones de territorio que nos permiten explicarnos el mundo y la humanidad. Gran parte de la vida espiritual mixe se deriva, m¨¢s que de la creencia en dioses, de la lectura sobre la rugosidad viva y visible del planeta: ese promontorio natural es un lugar sagrado, aquella cavidad h¨²meda de la superficie es una puerta a mundos distintos.
Podr¨ªamos aventurar una clasificaci¨®n sobre las innumerables maneras en las que las sociedades y culturas se relacionan con la geograf¨ªa de la tierra (que es una estructura din¨¢mica y compleja de ecosistemas interactuando), pero en este caso solo podr¨¦ describir los dos extremos de una clasificaci¨®n hipot¨¦tica. En esta clasificaci¨®n pienso que un extremo estar¨ªa ocupado por sociedades n¨®madas (muchas a¨²n existen en la actualidad) en las que la noci¨®n de territorio se construye con el movimiento, una noci¨®n de territorio generado por la interacci¨®n de las comunidades con el paso de las estaciones y las din¨¢micas de un recorrido constante , este tipo de relaci¨®n con la tierra genera una noci¨®n de territorio particular puesto que la existencia humana no se ancla a una delimitaci¨®n geogr¨¢fica; por el contrario, en el extremo opuesto de esta clasificaci¨®n hipot¨¦tica, situar¨ªa a las sociedades que delimitan la tierra en pedazos y que la convierten en una mercanc¨ªa, propiedad privada descrita como bienes ra¨ªces, tierra recortada que puede venderse y que se cotiza en el mercado del sistema capitalista, una noci¨®n territorial en el que la tierra, cachos de ella, se convierte en un art¨ªculo. Los estados nacionales actuales est¨¢n articulados sobre una visi¨®n f¨¦rrea en donde la noci¨®n de territorio necesita del control delimitado de fronteras, fronteras trazadas por grupos de poder sobre una determinada superficie terrestre. Si necesitamos dibujar un pa¨ªs en la mente imaginamos la silueta que forman sus fronteras. En contraposici¨®n, existen naciones sin estado que no necesitan de la idea de fronteras delimitadas como imagino que existe la naci¨®n gitana, por citar un ejemplo. Los estados actuales han parcelado el mundo entero, con todo y sus oc¨¦anos, imponiendo fronteras sobre las que ejercen control f¨ªsico e ideol¨®gico, fronteras que le dan sentido a categor¨ªas que, de otro modo, quedar¨ªan vac¨ªas: ¡°extranjero¡±, ¡°migrante¡±, ¡°illegal¡± por mencionar algunas.
En la misma l¨®gica de las fronteras nacionales, la noci¨®n de tierra como propiedad privada me parece una noci¨®n muy peculiar, extra?a incluso, si nos detenemos a pensarlo un poco. La tierra como propiedad privada se convierte en la negaci¨®n extrema de la idea de que la humanidad es tambi¨¦n tierra, naturaleza, universo, materia consciente; lo pienso como la expresi¨®n m¨¢s clara de la oposici¨®n absoluta entre naturaleza y humanidad. Cuando ponemos a la venta un terreno pose¨ªdo como propiedad privada vendemos en realidad una superficie acotada de la faz de la tierra, ese proceso de acotaci¨®n que ostentamos con un documento legal llamado ¡°escritura¡±, oculta el hecho de que esa superficie convertida en mercanc¨ªa nunca fue manufacturada por nadie que pueda reclamarla como suya y que adem¨¢s forma parte de un complejo ecosistema que no se ci?e al croquis y a las medidas que ostenta el documento legal que te lo reconoce como propiedad privada. Tratar la tierra como propiedad privada es un fen¨®meno extra?o, il¨®gico incluso, un fen¨®meno que solo puede explicarse dentro del capitalismo.
Este tratamiento de la naturaleza y la tierra como propiedad privada que necesita el sistema capitalista nos est¨¢ llevando a una crisis clim¨¢tica alarmante. En la lucha por la defensa ambiental, muchos pueblos y comunidades ind¨ªgenas que han generado nociones de territorio distintas a las que ha generado la sociedad capitalista insisten en que es necesario cuestionar la idea misma de ostentar la tierra como propiedad privada y como mercanc¨ªa. La defensa medioambiental implica el choque entre nociones de territorio muy distintas que parecen imposibles de traducir en muchas ocasiones. La insistencia de las personas defensoras del medio ambiente en reconsiderar nuestra concepci¨®n y relaci¨®n con la tierra no es s¨®lo un asunto filos¨®fico, es un asunto estrat¨¦gico si queremos comenzar a darnos cuenta que la destrucci¨®n de los ecosistemas es la destrucci¨®n nuestra, es el hachazo de luz que se vuelve un hachazo que cercena la posibilidad de la vida humana, de una vida que se narr¨® a s¨ª misma como el mecanismo que desarroll¨® el universo para pensarse a s¨ª mismo.
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