Guerra, constituci¨®n e independencia
Esta y cualquier otra independencia es m¨¢s un proceso colectivo no lineal ni definitivo que un grito, un plan, un acta o la voluntad declarada de un pu?ado de sujetos
Hace 200 a?os 35 varones declararon en la Ciudad de M¨¦xico que la empresa memorable que hab¨ªa principiado siete meses atr¨¢s en el sure?o pueblo de Iguala estaba ¡°consumada¡± y que la naci¨®n mexicana quedaba desde ese d¨ªa libre de la opresi¨®n en que hab¨ªa vivido por tres siglos. Los signatarios reflejaban en su mayor¨ªa la elite propietaria, eclesi¨¢stica, letrada y titulada de la capital pero tambi¨¦n figuraban un par de c¨¢ntabros, un conquense, un vasco, un alicantino, un caraque?o y un bonaerense.
Consagrada como certificado de nacimiento, dicha acta tan indiscutida como ignorada, se ha convertido en el punto final del relato ¨¦pico de la liberaci¨®n patri¨®tica mexicana. El participio ah¨ª sembrado germin¨® con los a?os en el sustantivo con que hasta hoy se distingue tradicionalmente a esa etapa final del proceso independentista: la ¡°consumaci¨®n¡±. Los relatos patrios y las ansiosas conmemoraciones han batallado siempre con el peculiar Jano bifronte de la independencia mexicana que mira por un lado a 1810 y por el otro a 1821.
Afecto al manique¨ªsmo, ese relato patrio independentista ha cultivado a lo largo de dos siglos binomios antag¨®nicos dentro de los cuales figura el inicio y la consumaci¨®n: espa?oles-americanos, realistas-insurgentes o republicanos-mon¨¢rquicos de los que luego se han desprendido otros para dar cuenta de tiempos posteriores (yorkinos-escoceses, centralistas-federalistas y liberales-conservadores). En esa narrativa binaria y reacia a los matices y a los procesos, el inicio y la consumaci¨®n de la independencia no solo han funcionado como confines de la gesta emancipadora sino m¨¢s a¨²n como s¨ªmbolos de dos proyectos antit¨¦ticos: la revoluci¨®n popular y la alianza olig¨¢rquica. La del cura Miguel Hidalgo habr¨ªa sido, entonces, el v¨¦rtigo impetuoso y gen¨¦sico de la libertad originaria; la de Agust¨ªn de Iturbide, en cambio, el calculado contubernio de los privilegiados. La ancestral dial¨¦ctica entre mayor¨ªas y minor¨ªas ha quedado sintetizada en el alfa y el omega de un conflicto que, visto as¨ª, no es sino un cap¨ªtulo m¨¢s de una espiral interminable.
Los protagonistas del independentismo trigarante en 1821 atizaron esa diferencia. El plan de Iguala con que comenz¨® ese movimiento recuperaba ¡°la voz que reson¨® en el pueblo de los Dolores en 1810¡å pero reprochaba las tantas desgracias que hab¨ªa originado por su desorden, su abandono y su multitud de vicios. En las numerosas cartas con que Iturbide busc¨® atraer complicidades a su proyecto insisti¨® en diferenciarse del sistema b¨¢rbaro, sanguinario y grosero que ¨¦l mismo hab¨ªa combatido a?os atr¨¢s, en contraste con la que hac¨ªa ver como una propuesta razonada, respetuosa de las propiedades, de los fueros y del nombre del rey. En esta visi¨®n, la empresa de la que se habl¨® en la declaraci¨®n de independencia hab¨ªa comenzado en Iguala, no en Dolores. Por su parte, los insurgentes que se fueron incorporando a la trigarancia tambi¨¦n buscaron hacer valer siempre que pudieron la legitimidad de la independencia por la que siempre pelearon y los grados y galones que la naci¨®n ¡ªy no un virrey¡ª les hab¨ªa concedido.
Ese contraste interesado e historiable, operativo y redituable en su momento y replicado por dos siglos en los usos pol¨ªticos y c¨ªvicos del pasado, eclipsa el proceso hist¨®rico en el que puede ser mejor comprendida la independencia mexicana. Porque en cosa de 60 a?os Am¨¦rica y Europa cambiaron radicalmente. La llamada era de las revoluciones derruy¨® las estructuras imperiales que relacionaban a ambos continentes e hizo aflorar estados nacionales cimentados en gobiernos representativos. Esa transici¨®n tuvo dos motores a veces complementarios: la guerra y la constituci¨®n. Las independencias de Estados Unidos y de Hait¨ª, la Revoluci¨®n Francesa, la expansi¨®n napole¨®nica y las independencias hispanoamericanas se produjeron a golpe de ca?¨®n y de asambleas. Fueron colosales ciclos de movilizaciones armadas que condicionaron experimentos pol¨ªticos de muy diverso signo en los que, a partir de marcos normativos discutidos y discutibles, el poder absoluto de origen trascendente se convirti¨® en poder de ejercicio limitado, originado por y para la comunidad pol¨ªtica. Ese esp¨ªritu recorri¨® lo mismo Filadelfia que Par¨ªs, C¨¢diz o Apatzing¨¢n, C¨²cuta o Lima.
Ni la guerra ni la constituci¨®n deben ser entendidos como episodios ic¨®nicos sino como experiencias concretas vividas y asimiladas por sociedades enteras. El independentismo mexicano de 1821 se asent¨® y se proyect¨® en ambas. La restablecida vigencia de la Constituci¨®n gaditana en 1820 habilit¨® discusiones, principios e instituciones que, sustentadas en la legitimidad representativa, canalizaron y cristalizaron la independencia trigarante y la creaci¨®n del Imperio Mexicano. En los m¨¢s de mil ayuntamientos constitucionales, en las diputaciones provinciales y en la libertad de imprenta fructific¨® un tipo de organizaci¨®n colectiva que ya no desaparecer¨ªa.
Y la guerra practicada durante diez a?os explica el arraigo y los impactos de la violencia ejercida o insinuada por las partes beligerantes, la militarizaci¨®n del gobierno virreinal y de todas las provincias novohispanas, la masificaci¨®n de las fuerzas milicianas, la proliferaci¨®n de liderazgos carism¨¢ticos fincados en bases armadas, la persistencia guerrillera, la radicalizaci¨®n de las posturas y las pol¨ªticas de ¡°pacificaci¨®n¡± traducidas en la multiplicaci¨®n cotidiana de mecanismos de represi¨®n y vigilancia. Es la guerra tambi¨¦n la que explica que el trigarante haya sido un movimiento armado que surgi¨® y se propag¨® (mediante pronunciamientos, sitios y tomas) a trav¨¦s de ese fragmentado pero d¨²ctil y agigantado aparato militar y miliciano paulatinamente convertido en brazo armado de un plan independentista que se anunci¨® como el ¨²nico medio (armado) para alcanzar la paz. Esa guerra fue la matriz de los jefes de armas y caudillos que dirigieron la pol¨ªtica regional y nacional mexicana e hispanoamericana de las siguientes tres d¨¦cadas.
La generaci¨®n de jefes de armas curtidos en la guerra, en la restauraci¨®n y en la contrarrevoluci¨®n (a favor o en contra) trat¨® de construir un nuevo orden con las pr¨¢cticas y la autoridad que su experiencia b¨¦lica forj¨®. Rigurosamente contempor¨¢neos, Iturbide o Bol¨ªvar, San Mart¨ªn o Riego, Guerrero o Guglielmo Pepe buscaron ¡ªcada uno a su modo y bajo sus distintas convicciones¡ª gobernar la revoluci¨®n y poner fin a la guerra pero siempre movilizando a sus fuerzas y blandiendo la espada para forzar negociaciones. No fueron casos excepcionales sino representativos de un tiempo revolucionado y de una forma de concebir conflictos y soluciones.
Creo que recuperar la independencia mexicana de 1821 con inter¨¦s genuinamente hist¨®rico para encontrar ah¨ª preguntas, problemas y explicaciones puede ser much¨ªsimo m¨¢s pertinente que la anacr¨®nica b¨²squeda de m¨¢s padres de la patria. En ¨²ltima instancia, me parece que esta y cualquier otra independencia es m¨¢s un gerundio (y un proceso colectivo no lineal ni definitivo) y no el sustantivo p¨¦treo que simbolizan un grito, un plan, un acta o la voluntad declarada de un pu?ado de sujetos.
Rodrigo Moreno Guti¨¦rrez es investigador del Instituto de Investigaciones Hist¨®ricas de la UNAM.
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