Ej¨¦rcito, ni contigo ni sin ti
Me pregunto si no ha llegado el momento de intensificar la fuerza y capacitaci¨®n de la Guardia Nacional y modificar las ¨®rdenes para que asuma un control territorial que hasta ahora solo ha sido presencial
La letan¨ªa de una canci¨®n m¨¢s propia de borrachos, ¡°contigo no porque me matas, sin ti tampoco porque me muero¡±, es una buena s¨ªntesis del dilema que enfrenta en M¨¦xico el papel de las Fuerzas Armadas en el combate al crimen organizado. Las polic¨ªas civiles, locales y federales han sido desbordadas hace buen rato por la capacidad de fuego, el n¨²mero de elementos y la penetraci¨®n social y territorial de los delincuentes. Los esfuerzos intentados para sanear los cuerpos de seguridad o capacitar a las polic¨ªas municipales no solo han fracasado sino, con mucha frecuencia, han resultado contraproducentes por la facilidad con que estos elementos terminan en la n¨®mina de los criminales.
Esto no significa que se deba renunciar a seguirlo intentando; la posibilidad de vivir en una sociedad pac¨ªfica y respetuosa de la ley pasa por la confianza que le merezca a los ciudadanos la honestidad y profesionalismo del polic¨ªa de barrio o la patrulla m¨¢s cercana. Pero eso solo va a suceder cuando estas patrullas ya no tengan que enfrentarse a una veintena de hombres con fusiles Barret, granadas, bazucas y camionetas blindadas. El reto es llegar a esa sociedad pacificada en la cual una pareja de polic¨ªas honestos haga la diferencia. En este momento, esos polic¨ªas simplemente ser¨ªan v¨ªctimas enviadas al sacrificio.
Por ahora solo las Fuerzas Armadas est¨¢n en condiciones de enfrentarse al crimen organizado con alguna posibilidad de ¨¦xito. Pero no resulta f¨¢cil asumir los enormes riesgos que ello supone: una medicina que puede resultar tan da?ina como la enfermedad. La respuesta a este dilema seguramente es distinta, dependiendo de a qui¨¦n se le pregunte. Un profesional de clase media de la ciudad de M¨¦xico, ya no digamos un activista de la sociedad civil, se horrorizar¨¢ de un escenario en el que los militares asuman el control de buena parte del espacio p¨²blico. Est¨¢n documentados los excesos, la discrecionalidad que se traduce en violaci¨®n de derechos humanos y la facilidad con que las tareas policiacas derivan en acciones represivas cuando son ejercidas por soldados.
Pero tambi¨¦n es cierto que mexicanos m¨¢s expuestos a la brutalidad de los criminales podr¨ªan responder de otra manera a la pregunta sobre el Ej¨¦rcito. Para quien ha perdido un hijo o tenido que abandonar sus posesiones por la violencia, un ret¨¦n militar es preferible a uno de encapuchados arbitrarios y salvajes. Antes de juzgar con severidad a quienes se dicen dispuestos a sacrificar derechos o libertades a cambio de seguridad, tendr¨ªamos que ponernos en su piel. Habitantes de peque?as poblaciones en control del narco, que gustosos aceptar¨ªan un toque de queda y una inc¨®moda vigilancia, con tal de saber que la hija adolescente no est¨¢ en riesgo de ser llevada en un ret¨¦n o poder librarse de la extorsi¨®n que ahoga el sustento familiar. No sabremos los tratamientos hospitalarios radicales que estamos dispuestos a aceptar, hasta que estemos tirados en una cama transidos de dolor.
Se me dir¨¢ que el dilema de utilizar el Ej¨¦rcito o seguir a expensas del narco es un falso debate, porque a¨²n caben otras estrategias. Ojal¨¢ fuera as¨ª, pero tendr¨ªamos que asegurarnos de que estas esperanzas no est¨¢n alimentadas por un sentido de ¡°lo que deber¨ªa ser¡±, m¨¢s que por posibilidades realistas. Hace veinte a?os que escuchamos las razones de quienes afirman que solo mediante el saneamiento y fortalecimiento de las polic¨ªas federales, estatales y municipales podremos salir de este problema, pero nadie se hace responsable de las consecuencias de que eso haya sido imposible de llevar a la pr¨¢ctica. Total, son otros los que se encuentran en la trinchera. Son atendibles los razonables y leg¨ªtimos argumentos que dan cuenta de los peligros que entra?a el protagonismo de los militares, pero es incorrecto valorarlo sin considerar los perjuicios que ocasiona no resolver el problema. Es decir, no podemos decidir sobre el uso de una medicina a partir exclusivamente de los duros efectos secundarios que provoca, sin considerar el da?o que inflige la enfermedad que intenta resolver. Sobre todo, si no hay otro remedio a la vista. ?Unas tabletas que quitan el dolor de cabeza, pero pueden producir ceguera? Evitarla. ?Una inyecci¨®n que provoca fatiga y somnolencia, pero desaparece la inflamaci¨®n de la cervical? Adelante. Toda proporci¨®n guardada, es la discusi¨®n que tendr¨ªamos que comenzar a hacer.
Primero, examinar si existe una posibilidad realista de recurrir a una estrategia civil que d¨¦ resultado no dentro de seis a?os o diez, sino ahora. Segundo, si no fuera el caso, ver en qu¨¦ t¨¦rminos habr¨ªa que echar mano de los militares para enfrentar las milicias criminales. Todos estamos de acuerdo en que el Estado debe intervenir cuando una caravana de quince camionetas y setenta sicarios se dirige a un poblado. ?Pero qui¨¦n tiene la capacidad de hacerlo si no es el Ej¨¦rcito? Mejor convendr¨ªa comenzar a discutir qu¨¦ dosis, bajo qu¨¦ esquema, acompa?ado de qu¨¦ otras medidas financieras, jur¨ªdicas y policiales, y c¨®mo reducimos los efectos colaterales de esta medicina.
Se dir¨¢ que esta discusi¨®n es gratuita, porque el Gobierno no saldr¨¢ de su esquema de ¡°abrazos no balazos¡± durante al menos los pr¨®ximos dos a?os. No es tan claro. El p¨¢rrafo anterior, me parece, estuvo en la mesa de arranque del Gobierno de Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador. Y la respuesta fue la creaci¨®n de la Guardia Nacional. Es decir, un Ej¨¦rcito civil, sujeto a leyes del fuero com¨²n, capaz de desplegarse en todo el territorio nacional de manera permanente. Disciplina y capacidad de fuego militar, pero con responsabilidad civil en materia de derechos humanos. Por lo menos esa era la idea, y es antag¨®nica de ¡°los abrazos¡±. El presidente asumi¨® que ten¨ªa seis a?os para desarrollar el m¨²sculo que posibilite a su sucesor enfrentar el problema. Mientras, intent¨® ganar tiempo con supuestas treguas que no tuvieron los efectos deseados. Al final, el calendario se ha acelerado y la inseguridad ya tiene efectos enormes en la econom¨ªa, en los espacios medi¨¢ticos, en el estado de ¨¢nimo y en la pol¨ªtica.
Me pregunto si no ha llegado el momento de intensificar la fuerza y capacitaci¨®n de la Guardia Nacional y modificar las ¨®rdenes para que asuma un control territorial que hasta ahora solo ha sido presencial. Riesgos hay, desde luego, pero si eso falla solo quedar¨¢ el r¨®mpase en caso de emergencia y llamar a la caballer¨ªa, con todo lo que eso significa.
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