Operaci¨®n d¨ªa siguiente: los vientos y las tempestades

Todos los gobernantes acarician la fantas¨ªa de que su legado permanecer¨¢ para la posteridad, cualquier cosa que esto signifique. Pero en la historia moderna pocos lo han conseguido. Antes bien, como advierte el proverbio b¨ªblico, si ¡°sembraron vientos, cosechar¨¢n tempestades¡±. Por eso, cuando el pr¨®ximo primero de octubre tome posesi¨®n la nueva presidenta de M¨¦xico ¨DX¨®chitl G¨¢lvez o Claudia Sheinbaum¨D, se encontrar¨¢ con una herencia envenenada, y su antecesor empezar¨¢ a recoger lo que con sabidur¨ªa un expresidente llam¨® ¡°los frutos podridos de la estaci¨®n¡±. Es el ciclo misterioso del poder: la ambici¨®n de alcanzarlo, la obsesi¨®n de conservarlo y la angustia de perderlo. Esta vez, no ser¨¢ diferente.

Cuando llegan al cargo, los l¨ªderes empiezan por enterarse de qu¨¦ va el encargo; m¨¢s tarde a cobrar conciencia de que pueden tomar decisiones que influyen e impactan, y a repartir a discreci¨®n favores y castigos; luego encapsulan todo en el aprendizaje de que tienen poder, a veces absoluto, y el ¨²ltimo d¨ªa sobreviene el quiebre: pierden la noci¨®n de la realidad y llegan a un punto de no retorno que, con pocas excepciones, los marca el resto de su vida. Muchos no logran resolver la contradicci¨®n entre ser el puritano que pretend¨ªa salvar a un pa¨ªs de los pecadores o el dictador que quiso imponerse sobre los dem¨¢s con furia y sin l¨ªmites.

Esa es la finitud del poder a la que los actores de la pol¨ªtica, de forma consciente o subliminal, se resisten hasta el paroxismo. El d¨ªa despu¨¦s, sin embargo, comenzar¨¢n a vivir los s¨ªntomas naturales del desembarco: enga?os, abandono, delaciones, ajuste de cuentas, cobro de facturas, venganzas, rencores o la peor de las patolog¨ªas, la que m¨¢s los humilla: reconocer favores recibidos que deben pagar. ¡°Robespierre ¨Drecuerda Gregorio Mara?¨®n¨D, el m¨¢s tr¨¢gico resentido de la historia, ten¨ªa esta frase, capaz de hacer correr escalofr¨ªos al que la oye: sent¨ª desde muy temprano la penosa esclavitud del agradecimiento¡±. As¨ª ha sido desde el principio de los tiempos y sobran precedentes, la mayor parte penosos.

A esa ceremonia del adi¨®s sigue la traves¨ªa del desierto. Nadie que ha estado en el poder regresa a lo que da por llamarse la vida normal. No es que no haya vida despu¨¦s; la hay, pero es otra, distinta ¡ªa veces anodina, a veces grotesca y tr¨¢gica¨D, pero siempre distinta. ?De qu¨¦ depende lo que venga? De las circunstancias, del viento sembrado, de poder descifrar, como quer¨ªan los antiguos, que una cosa es el tiempo y otra la vida. Los aut¨®cratas, es decir, aquellos que pasaron sus a?os mir¨¢ndose a s¨ª mismos y despreciando al resto del mundo, pronto sabr¨¢n que, como observa Sergio del Molino, si ¡°has sido malo, la maldad acabar¨¢ pudri¨¦ndote¡±.

Por regla general, el poder desgasta, aunque, se dice, desgasta m¨¢s el no poder. La escalera del ascenso y el descenso es previsible. Las horas altas seducen, destilan aroma de triunfo y arrogancia, pareces indomable, est¨¢s invicto. La gente adula al gobernante por lo maravilloso que es y le encuentra ¡ªo eso dice¡ª cualidades hasta entonces difusas incluso para ¨¦l mismo ¨Dastucia, carisma, obstinaci¨®n¨D porque intuye que esa pleites¨ªa le pavimenta los placeres de la corte, los privilegios de la influencia, los cargos p¨²blicos y los negocios privados. En las horas bajas, en cambio, esa aureola se evapora r¨¢pidamente. Las lealtades vuelan, la luz se apaga, los aplausos cesan, el tel¨®n cae. Ya no hay mensajes que responder ni invitaciones que atender. Los tel¨¦fonos dejan de sonar. Las c¨¢maras enfocan para otro lado. No hay decisiones que tomar, agenda que cumplir, instrucciones que dar o decretos que firmar. Solo domesticar los miedos, rumiar las amarguras e ingresar al t¨²nel de la decadencia.

En ese teatro empezar¨¢, el pr¨®ximo uno de octubre, la operaci¨®n d¨ªa siguiente. La herencia recibida por las candidatas ser¨¢, al mismo tiempo, com¨²n y diferente, seg¨²n quien sea. Un asesor de Tony Blair lament¨® alguna vez: ¡°No existen salidas ¡®dignas¡¯ ni transiciones ¡®ordenadas¡¯, ¨²nicamente salidas y transiciones, todas ellas m¨¢s o menos abruptas e insatisfactorias. As¨ª es la vida¡±. En pa¨ªses altamente civilizados, en horas cambia el l¨ªder y todo sigue funcionando. En el M¨¦xico bronco, no.

Las actuales contendientes, quien quiera que gane, recibir¨¢n en primer lugar un testamento envenenado: 183.000 homicidios dolosos; 800.000 personas muertas en pandemia; 47 millones de mexicanos en pobreza; 51 millones sin acceso a servicios de salud; 25 millones de mexicanos en carencia educativa; ciudades y regiones donde el Estado ya no existe; crecimiento econ¨®mico de 0.8% promedio anual; finanzas p¨²blicas en terapia intensiva; programas sociales insostenibles y d¨¦ficit fiscal de 5.9%; obras fara¨®nicas fallidas; un pa¨ªs a la cola de los ¨ªndices internacionales de corrupci¨®n, estado de derecho y crimen organizado; una empresa petrolera quebrada y cuya sobrevivencia pende del exiguo salvavidas de los dineros de Hacienda, entre otras cosas. A?¨¢danse los desaf¨ªos estructurales: desde el agua y la transici¨®n energ¨¦tica hasta el cambio clim¨¢tico y la inteligencia artificial.

Visto con realismo, ese legado ser¨¢ el mismo para G¨¢lvez y Sheinbaum. Pero hay otro, si bien diferente para cada una, igualmente muy complejo.

La candidata opositora tendr¨¢ que enfrentarse, si gana, con un cuerpo t¨¦cnico y una burocracia despedazados en distintas ¨¢reas, y un espacio notablemente reducido para manejar y corregir, a corto plazo, esos saldos testarudos. Lo que pueda hacer al principio depender¨¢ centralmente de su determinaci¨®n, de la competencia del equipo que arme y de la manera como dise?e, formule, comunique e instrumente las decisiones dif¨ªciles. Desde el punto de vista pol¨ªtico no ser¨¢ f¨¢cil ese arranque porque la composici¨®n del legislativo o, mejor dicho, de ¡°su¡± bancada, estar¨¢ sujeta a la fragmentaci¨®n partidista, esto es, a los or¨ªgenes y lealtades de diputados y senadores que deben sus cargos a las dirigencias nacionales de su coalici¨®n o eventualmente a sus intereses territoriales, y no, como en el pasado hegem¨®nico, al poder del Ejecutivo. La obligar¨¢, por tanto, a negociar con cada una sobre la base de arreglos pol¨ªticos heterog¨¦neos por pieza legislativa, y a intentar atraer a las franquicias partidistas marginales ¨DVerde, PT, MC y hasta algunos de Morena¨D que encarecer¨¢n o, en buen castizo, subastar¨¢n cada voto al mejor postor, lo que saben hacer muy bien.

En la misma l¨ªnea, deber¨¢ pactar con gobernadores de oposici¨®n, aunque su margen de maniobra es alto porque varios de los actuales habr¨¢n perdido o est¨¢n pol¨ªticamente muy debilitados, porque puede influir para que la zanahoria de las participaciones fiscales sea jugosa o no, porque buena parte de las finanzas subnacionales est¨¢ en los huesos y el gobierno federal les puede cerrar o dificultar los mecanismos de contrataci¨®n de deuda, hoy sujetos a una Ley de Disciplina Financiera, o porque las transferencias, convenios, aportaciones y subsidios del centro a los Estados y municipios ¨Dpara agua, educaci¨®n, salud, seguridad, carreteras, servicios p¨²blicos, etc.¨D entrar¨¢n en estaci¨®n de sequ¨ªa.

Y finalmente tendr¨¢ que enfrentar la disputa con dos nuevos actores con poder, presencia y recursos: las fuerzas armadas y el crimen organizado, cuyos apa?os y avenencias vienen sobre todo de estos a?os y son impredecibles los rasgos que adopten en el futuro inmediato. En eso, no est¨¢ claro el terreno que pise. La candidata oficial conoce la met¨¢stasis de la enfermedad, los intestinos de los arreglos y sabe que alguien puede tirar de la manta si olfatea peligro; la opositora, en cambio, no tiene compromisos que la aten y cuenta con mayor espacio de acci¨®n y libertad sobre la base de los instrumentos constitucionales, el pragmatismo de dejar caer la guillotina o eventualmente el silencio, siempre tentador para corregir una situaci¨®n que es antinatural por completo.

Por su parte, la candidata oficial, si gana, encontrar¨¢ sobre el escritorio su propio mapa de problemas, debilidades y crisis. Aqu¨ª la agenda es muy confusa. En primer lugar, no tiene partido. A diferencia del antiguo r¨¦gimen, Morena es una copia forzada del ¡°movimientismo¡± que usaron las izquierdas latinoamericanas en los a?os sesenta; no es un partido org¨¢nico, con estructura, representaci¨®n de clases, cuadros o masas, en el sentido cl¨¢sico. Es muchedumbre m¨¢s que organizaci¨®n. Por tanto, carece de los pilotes indispensables de una cimentaci¨®n partidista funcional ¨Ddisciplina, lealtad, coincidencias sustantivas¨D; es, m¨¢s bien, una combinaci¨®n variopinta de oportunismo, militancia y transfuguismo, donde cada quien gestiona sus propias filias, fobias e intereses, lo que le va a dificultar tanto la integraci¨®n de un equipo propio como el manejo orquestado con ¡°su¡± bancada legislativa, porque en sentido estricto no es suya sino del que ya se fue, propenso a mecer la cuna.

Como no es un partido cl¨¢sico, no tiene, por consecuencia, un programa como tal. La llamada cuarta transformaci¨®n nunca tuvo densidad hist¨®rica o social, ni un dise?o doctrinario y conceptual de verdad. Tiene m¨¢s clientes electorales que seguidores org¨¢nicos o ideol¨®gicos. Ha sido una colecci¨®n de clich¨¦s y ocurrencias m¨¢s o menos pegajosas pero no un programa de cambio de sistema o de r¨¦gimen, de forma de Estado, de gobierno o de organizaci¨®n territorial. Y no puede haber segundo piso sin el andamiaje del primero. La transformaci¨®n ha sido, m¨¢s bien, una deriva autoritaria. La candidata oficial, si gana, deber¨¢ decidir entonces si carga con eso como camisa de fuerza o intentar¨¢ hacer viable, de tenerla, una agenda propia.

En segundo lugar, por las razones mencionadas al principio, esa hipot¨¦tica agenda estar¨¢ comprometida y en buena medida desplazada por el arribo de la estaci¨®n podrida: las cuentas que los actores econ¨®micos y pol¨ªticos, los grupos de presi¨®n y los adversarios quieran ajustar con su antecesor para cobrarse aquello que, a su juicio, afect¨® sus intereses, de palabra y de obra, durante estos a?os. Las rupturas no son in¨¦ditas en M¨¦xico ni son ajenas a la traici¨®n, ese ¡°acto fundacional de la pol¨ªtica¡±, seg¨²n algunos. Las venganzas pueden no ser inmediatas porque, como quer¨ªa Shakespeare, es un plato que se come fr¨ªo, pero colocar¨¢ a la eventual presidenta ante una disyuntiva cruel si quiere gobernabilidad: ceder a los instintos freudianos de matar al padre por mero sentido de conservaci¨®n o, en caso contrario, nulificar su mandato y asumir el desgaste. Lo cierto es que la presi¨®n interna y externa, medi¨¢tica y pol¨ªtica, a¨²n de sus partidarios, ser¨¢ muy intensa y pueden rodar cabezas.

El tercer frente, mucho m¨¢s delicado, no ser¨¢ la oposici¨®n, sino igualmente los nuevos jugadores en el campo cenagoso recibido. Por un lado, deber¨¢ decidir el tipo de entente que quiera o pueda construir (si es que quiere y puede) con una delincuencia organizada cada vez m¨¢s fuerte y sofisticada que no est¨¢ dispuesta a ceder ni a perder un ¨¢pice de los territorios f¨ªsicos, financieros, institucionales y en cierto modo pol¨ªticos que hoy domina. Por otro, infinitamente m¨¢s enredado, es c¨®mo responder a un acertijo crucial para su propia estabilidad y para la seguridad nacional: qu¨¦ hacer con las fuerzas armadas.

Desde los a?os cuarenta del siglo pasado, los militares jam¨¢s hab¨ªan tenido tanto poder, atribuciones y dinero como ahora. Los gobiernos de la posrevoluci¨®n los dejaron hacer a ciencia y conciencia, mirando para otro lado en la acumulaci¨®n de capital; manteni¨¦ndolos a raya con la provisi¨®n de apoyos y recursos por ¡°si quisieran levantarse en armas¡± seg¨²n cuenta la an¨¦cdota atribuida a Reyes Heroles, e incorpor¨¢ndolos a la pol¨ªtica partidista ¨Drecu¨¦rdese que el PRI tuvo un ¡°sector militar¡±¨D, todo lo cual ayud¨® a que en M¨¦xico no hubiera golpes de Estado. Los militares establecieron as¨ª un modus vivendi c¨®modo y rentable con los gobiernos civiles. V¨¦anse los casos de antiguas dictaduras en Am¨¦rica Latina, donde sus fuerzas armadas fueron desplazadas del poder pol¨ªtico mediante transiciones democr¨¢ticas, pero conservaron casi intacto su peso econ¨®mico, log¨ªstico y en buena medida institucional. Chile fue protot¨ªpico al respecto, hasta que en a?os recientes cuatro ex Comandantes en Jefe del Ej¨¦rcito, el cargo m¨¢s alto en sus fuerzas armadas, fueron procesados o encarcelados.

Con la militarizaci¨®n operada estos a?os, M¨¦xico parece, como se dec¨ªa de Espa?a durante el franquismo, ¡°un pa¨ªs ocupado por su propio Ej¨¦rcito¡±. Las fuerzas armadas controlan polic¨ªas, carreteras, aduanas, bancos, una aerol¨ªnea, puertos, aeropuertos, comunicaciones, infraestructura, empresas p¨²blicas y un largo etc¨¦tera, que no devolver¨¢n d¨®cilmente al mando civil al menos por cuatro razones. Una es que sus dominios actuales les dan un poder in¨¦dito, como lo evidenci¨® el affaire Cienfuegos. Otra es que ese estatus les permite una gesti¨®n may¨²scula de recursos p¨²blicos y por ende acceso a negocios, legales e ilegales, y extracci¨®n de rentas sin una fiscalizaci¨®n civil realmente exhaustiva. Una tercera es que, en caso de que mantengan ciertas operaciones deficitarias -aeropuerto, trenes, puertos-, necesitar¨¢n una gigantesca inyecci¨®n de recursos adicionales del presupuesto federal con los que ¨¦ste no cuenta. Y, por ¨²ltimo, la m¨¢s importante: por su propia seguridad jur¨ªdica ante expedientes, acusaciones y hechos de presuntos abusos, corrupci¨®n e impunidad, que hasta ahora han mantenido blindados y reservados tanto en el insondable sistema de ¡°justicia¡± militar como en los mecanismos de acceso a la informaci¨®n.

Suponer, por tanto, que del poder que ahora tienen volver¨¢n a las m¨¢s modestas tareas, aunque muy apreciables, de ayudar con la distribuci¨®n de libros escolares, aplicar vacunas u operar planes ante desastres naturales es sencillamente una candidez.

Por ¨²ltimo, ?qu¨¦ van a hacer, una u otra candidata, con L¨®pez Obrador? No hay un libreto, porque en mucho depender¨¢ de resortes psicol¨®gicos y pol¨ªticos, pero a algunos expresidentes ¨DZedillo, Calder¨®n y Pe?a¨D les fue mucho mejor con sucesores procedentes de la oposici¨®n. Los conflictos en familia suelen ser m¨¢s cruentos que entre adversarios y nadie sabe lo que vendr¨¢, pero en la arena pol¨ªtica la bicefalia nunca funciona.

El futuro expresidente organiz¨® ¨ªntegramente su estructura mental en torno del poder y es dif¨ªcil salir de ese cepo. No es que no quiera aceptar la finitud, sino que parece psicol¨®gicamente impedido para ello. Joseph S. Nye recordaba que para analizar mejor a los pol¨ªticos habr¨ªa que prestar m¨¢s atenci¨®n a sus niveles de autocontrol. As¨ª le pas¨®, por ejemplo, a Richard Nixon, que ten¨ªa una cabeza anal¨ªtica y estrat¨¦gica superior pero jam¨¢s logr¨® controlar las inseguridades personales que lo llevaron a su ca¨ªda, un defecto grave que s¨®lo se conoci¨® con el tiempo. En cambio, Franklin D. Roosevelt, que pose¨ªa, como alguien defini¨®, ¡°inteligencia de segunda, pero temperamento de primera¡±, hizo de la suya una presidencia exitosa.

Las personas con poder siempre se repiten y una compleja combinaci¨®n de sentimientos nubla su juicio. He all¨ª la semilla de la tragedia griega: la terra incognita, la vida despu¨¦s del poder. En eso la pol¨ªtica mexicana, con escasas excepciones, ha sido desgarradora.

Finalmente, hay algo en lo que por mero pragmatismo debieran coincidir ambas candidatas, aunque sus habilidades emocionales parecen muy distintas para este fin, que es la urgente necesidad de proveer cierta dosis de concordia y serenidad en la vida p¨²blica, de reducir los peligrosos niveles actuales de encono y de cimentar m¨ªnimos comunes entre los distintos actores y sectores sobre las cuestiones cruciales para el pa¨ªs. En cualquier caso, no hay otra forma de enderezar a un pa¨ªs envenenado. Mantener encendida la hoguera de la polarizaci¨®n es un ¡°combate sin gloria¡±, dice Adriano en sus memorias.

Y la historia es pr¨®diga en ejemplos.

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