El rival Prometeo y la pandemia
Los d¨ªas dan comienzo, atrincherados de repente, bajo un manto de silencio. Los mismos que antes empezaban estallando sonidos
"Muertes s¨²bitas, arrebatadas de golpe, sin motivo, con puros v¨®mitos de sangre, con dolores hondos".
Hoy es esta cita, que rele¨ª en el Chilam Balam hace apenas una horas, la que se cuela, repta abri¨¦ndose un espacio y me sacude entre el sue?o y la vigilia. Todas las madrugadas pasa esto: una sentencia que busca ser contexto.
Tras estas frases, los d¨ªas, estos mismos d¨ªas que antes empezaban estallando de sonidos ¡ªmotores m¨¢s o menos esforzados, cl¨¢xones ansiosos, voces ahogadas en las radios de las casas vecinas, gritos de madres y de padres apurados, reclamos de ni?os desganados¡ª, dan comienzo, atrincherados, de repente, bajo un manto de silencio.
Un pesado manto mudo que, despu¨¦s de que los p¨¢rpados terminan de abrirse y las pupilas, relegando el resto de sentidos a un instante en el que no son sino pr¨®tesis, reconocen el lugar en que me encuentro ¡ªese sitio que, a pesar de no ser el mismo en el que me levant¨¦ los ¨²ltimos a?os, es el mismo en donde me he estado levantado desde hace a?os¡ª, se desmorona apenas canta un primer p¨¢jaro.
Entonces son los o¨ªdos los que toman el control de mi cuerpo, que reducido a mera m¨¢quina de grabaci¨®n registra, uno tras otro, los cantos que, a pesar de que ah¨ª hab¨ªan estado siempre, de pronto son los due?os del espacio, la percepci¨®n y la rutina. Al primer p¨¢jaro, un gorri¨®n cualquiera, lo siguen, tratando de piar o de cantar m¨¢s fuerte que este ¡ªahora que el mundo finalmente les otorga su atenci¨®n¡ª, los pinzones, las tortolitas, los chipes, las reinitas y los mirlos.
Convenci¨¦ndome de que, a pesar de todo, el d¨ªa que reci¨¦n est¨¢ empezando deber¨¢ ser parecido o, cuando menos, af¨ªn a aquellos que ha habido, sacudo la cabeza, reboto mi consciencia contra mis sentidos, me siento en la orilla de la cama, se me mete al pecho un pedazo de planeta, un trozo de tiempo detenido que pesa como pesan solo aquellas cosas que han estado congeladas y que, de golpe, sin que pudiera advertirlo, sin que nadie tuviera la decencia de decirme ponte en guardia, han empezado a derretirse, a escurrir uno o varios hilos de agua helada.
Al levantarme, esa agua fr¨ªa que no corre por mi espalda, me la arquea y es as¨ª como termino de comprender que estoy despierto, a¨²n a pesar de que sea solo una parte de m¨ª la que se ha espabilado. El inconsciente, haga lo que haga, permanece, prefiere quedarse en el colch¨®n, no abrir los ojos ni los o¨ªdos, abrazarse a sue?os que no recordar¨¦, porque mi memoria tambi¨¦n se queda en la cama. Hace poco m¨¢s de un mes, solo el consciente yermo y plano, solo este aut¨®mata, as¨ª como su voluntad de presente, est¨¢n dispuestos a dialogar con la ansiedad, el extrav¨ªo, la incertidumbre, el miedo, la apat¨ªa y el coraje que me llenan.
Camino al ba?o, un camino que despierto he hecho un mill¨®n de veces y que, seguramente, tambi¨¦n hice dormido otras mil veces, sin que supiera que lo hac¨ªa, es el olfato, el sentido por excelencia del animal que tambi¨¦n somos, ese sentido que hemos atrofiado para poder soportar, para poder vivir entre la mierda que, hora tras hora y acto tras acto nos imponemos e imponemos a los otros ¡ªla regi¨®n m¨¢s transparente, la original, la de Humboldt, ha venido a reclamarnos y, en torno nuestro, a¨²n a pesar de que no seamos capaces de apreciarlo, a¨²n a pesar de que no intentemos ni siquiera ser capaces de apreciarlo, la luz es otra¡ª; es el olfato, dec¨ªa, el sentido que me colma y que me cimbra: huele a v¨®mito de perro.
No, no es a v¨®mito de perro, me digo inclinando la espalda y doblando las rodillas. Mi nariz, en realidad, mi cuerpo entero como ap¨¦ndice, como verruga de mi nariz, busca el origen del hedor, al mismo tiempo que cuestiono: ?si no hubi¨¦ramos dejado que nuestro olfato se atrofiara hace tantos miles de a?os, ser¨ªamos capaces de oler una bacteria, podr¨ªamos descubrir, con las fosas que hoy solo usamos para sacarnos los mocos, la presencia de un virus al acecho? Como esos perros a los que entrenan para buscar c¨¢ncer en humanos, tambi¨¦n me digo, al tiempo que doy con el origen de la peste: una meada bajo el cuerpo de uno de mis perros.
Igual que antes me soltaran los o¨ªdos y los ojos, el que me suelta en ese instante es el olfato: ?por qu¨¦ te has meado encima, Capul¨ªn? ?Por qu¨¦ te measte y seguiste durmiendo, sin darte cuenta? Tuna era la que estaba en sus ¨²ltimas, Capul¨ªn, tu todav¨ªa no hab¨ªas llegado hasta este punto, hasta esta rampa cuya pendiente es la ¨²ltima. Hinc¨¢ndome a su lado, acaricio a Capul¨ªn hasta que este se despierta. Aunque est¨¢ medio dormido, le pregunto: ?o s¨ª? ?Llegaste tambi¨¦n a ese punto? La respuesta, por supuesto, Capul¨ªn la traga bostezando, pues sabe bien lo que ¨¦sta implica.
Sent¨¢ndome en el suelo, abrazo a Capul¨ªn. Necesito oler su cuerpo, separar su aroma de esta otra peste que nos mira, inquisitoria, con sus ojos de mancha. Apret¨¢ndolo fuerte, casi exprimi¨¦ndolo sin tener claro por qu¨¦ estoy haci¨¦ndole esto; convertido, reducido pues a este aut¨®mata que soy, a este rival de Prometeo, trato de escuchar, en la respiraci¨®n de mi perro, alg¨²n sonido nuevo: un ronroneo en su garganta, un silbido en sus bronquios, una pausa en sus pulmones.
Mi consciente plano y yermo, sin embargo, se sacude de repente y as¨ª, de repente, caigo en la cuenta de lo absurdo que es todo esto que de pronto estoy haciendo, de lo absurdo que es tambi¨¦n todo eso que rodea a lo que aqu¨ª estoy haciendo y de lo absurdo, sobre todo, que es pretender que no sea absurdo todo aquello que ahora ¡ªen este ahora que ya lleva m¨¢s de un mes¡ª est¨¢ aconteciendo.
Y aunque mi inconsciente sigue todav¨ªa en la cama, abrazado a mi memoria, de golpe entiendo que yo tambi¨¦n podr¨ªa ser absurdo y actuar absurdamente. Solo as¨ª, me digo, podr¨¦ enfrentar, de nueva cuenta, la ansiedad, el extrav¨ªo, la incertidumbre, el miedo, la apat¨ªa y el coraje que me llenan.
Las siguientes doce horas, renuncio a leer, pensar, escribir, limpiar, lavar y cocinar. Me paso el d¨ªa ¡ªde cualquier forma, as¨ª se van ahora: sin que sepamos qu¨¦ paso al interior de estos¡ª imitando la relaci¨®n de mis perros con el mundo.
Luego, cuando llega la noche, le tramito a Capul¨ªn un permiso que lo deja acostarse en nuestra cama.
Cuando yo cierro los ojos, sin embargo, mi inconsciente se despierta.
Por suerte, all¨¢ afuera est¨¢ esper¨¢ndonos el sue?o: las noches, estas mismas que antes se hund¨ªan en el silencio, son ahora un griter¨ªo.
Las ardillas se persiguen, los gatos se celan en manadas, los p¨¢jaros nocturnos presumen sus pescuezos, un b¨²ho abre hoyos a las sombras y un cacomixtle cliquea celebrando que los hombres y mujeres se han guardado.
"Muertes s¨²bitas, arrebatadas de golpe, sin motivo, con puros v¨®mitos de sangre, con dolores hondos".
La vieja cita tambi¨¦n es el sumidero que separa la vigilia del ensue?o.
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