Muerte a la vieja anormalidad
Me gusta ver estos d¨ªas a muchos padres y madres, antes invisibles, de la mano de sus hijos en vez de agarrados a un m¨®vil o a un volante
He visto a mujeres extraer leche de sus pechos para conservarla en bolsas de pl¨¢stico en los cuartos de ba?os de todos los trabajos en los que he estado. He entrado en esos mismos ba?os ¡ªdesde hace poco salas de lactancia¡ª con mi propio succionador para borrar el dolor que provoca saltarse una toma. Del ba?o se iba una a trabajar una horita m¨¢s para fichar a la hora prevista. La misma para todo el mundo o lo que es lo mismo: la hora del atasco.
Pienso ahora en la docilidad con que acept¨¦ esta situaci¨®n cuando hubiera sido mucho m¨¢s normal salir una o dos horas antes, llegar a casa sin atasco y no tener dolor en los pechos ni succionador en el bolso. Hubiera podido alimentar a mi beb¨¦ y teletrabajar a gusto mientras la ni?a dorm¨ªa. Pero ni siquiera se me pas¨® por la cabeza. Porque en la vieja anormalidad nos comport¨¢bamos muchas veces como verdaderos anormales.
Ya s¨¦ que el teletrabajo no es posible en todos los casos, pero antes de la covid-19 parec¨ªa imposible en todas las circunstancias. Tanto es as¨ª que las herramientas de control en la inmensa mayor¨ªa de las empresas estaban destinadas a controlar a los trabajadores en vez de a monitorizar los frutos de su trabajo. Viv¨ªamos inmersos en un sistema presencialista e improductivo, obsesionado con ejercer control en lugar de inspirar y depurar la labor. Una obsesi¨®n que era compartida por empresarios y sindicatos a partes iguales. Los unos para conseguir m¨¢s horas y los otros menos. Me parece ahora tan anormal aquel modo de producci¨®n que no veo c¨®mo podremos regresar al viejo sistema con lo que ya sabemos.
El ejemplo de la madre pegada al succionado en el retrete es especialmente sangrante pero el control presencialista afectaba a hombres y mujeres por igual. El atasco del que he formado parte durante m¨¢s de dos d¨¦cadas de anormalidad laboral era absolutamente unisex. Todos esos coches contaminando a la vez, amontonados, ocupados por un solo pasajero y reflejando la penosa organizaci¨®n del tejido empresarial (y social) de nuestro pa¨ªs. ?A qui¨¦n se le ocurri¨® tener a miles de trabajadores encerrados en su veh¨ªculo perdiendo su tiempo y el de sus compa?¨ªas? ?Qu¨¦ cre¨ªa la alta direcci¨®n que hac¨ªan la mayor¨ªa de trabajadores cuando llegaban cabreados despu¨¦s de una hora de atasco a sus mesas? Casi todos perd¨ªan una hora m¨¢s fumando, tomando caf¨¦ o simplemente desahog¨¢ndose. El d¨ªa no hab¨ªa empezado y miles de trabajadores ya hab¨ªan tirado a la basura dos valiosas horas del tiempo de todos. Porque todos ellos podr¨ªan haber producido m¨¢s y generado m¨¢s riqueza si hubieran estado haciendo deporte o haciendo el amor. Pero as¨ª eran antes las cosas.
A pesar de todo, en la vieja anormalidad los curr¨ªculos de nuestros j¨®venes eran cada vez m¨¢s espectaculares y sus metas m¨¢s altas. Sin embargo muy a menudo era la propia sociedad laboral la que destrozaba los sue?os y las ganas de esos mismos j¨®venes al convertirlos en trabajadores. Porque aquella vieja anormalidad part¨ªa de una premisa muy oscura. Entend¨ªa el trabajo como un castigo que los poderosos infligen a los oprimidos, de nuevo con acuerdo entre sindicatos y patronal a este respecto. En un contexto as¨ª, el control f¨ªsico del trabajo intelectual produc¨ªa constantes situaciones de ineficacia y desaliento y generaba un gran n¨²mero de personal desencantado. A menudo, a mayor vocaci¨®n, mayor era el desencanto.
Porque el control f¨ªsico del trabajador presupon¨ªa que todo el mundo detestaba su trabajo, que todos estaban deseando escaquearse, escapar, hacer otra cosa. As¨ª que este control del tiempo vinculado al m¨¦rito era especialmente hiriente para quienes m¨¢s amaban sus profesiones. ?Se imaginan evaluar el trabajo de un vir¨®logo por las horas que dedica a descubrir la vacuna? Conviene recordar que en la antigua anormalidad el m¨¦rito y la presencia estaban tan vinculados que llegaron a convertirse en profesi¨®n: la de los calientasillas, personas que se hac¨ªan fuertes en las empresas por el mero hecho de estar siempre en su sitio.
Ahora creo que esa anormalidad no volver¨¢. Rezo para que as¨ª sea. Celebro cada vez que salgo a pasear por Madrid con mis hijas de la mano un martes cualquiera a las seis de la tarde, como si fuera fiesta. Me gusta ver estos d¨ªas a muchos padres y madres, antes invisibles, de la mano de sus hijos en vez de agarrados a un m¨®vil o a un volante. Veo a los padres que antes nunca estaban y muchos me ven a m¨ª, que en el mejor de los casos llegaba siempre tarde. Tambi¨¦n veo a muchas mujeres inmigrantes de la mano de ni?os que son los suyos. Ni?os de los que no son cuidadoras, sino madres. Porque ellas tambi¨¦n est¨¢n en su casa a las seis. Estos d¨ªas me pregunto, ?qui¨¦n cuidaba a los hijos de las cuidadoras en la vieja anormalidad? Definitivamente, me niego a volver all¨ª. Mejor volvamos a un lugar distinto y nuevo. Muy pronto muchas empresas van a enfrentarse al reto de ahorrar costes y aumentar la productividad al mismo tiempo. Cuando lo hagan no olviden la ¨²ltima lecci¨®n aprendida: teletrabajo. No solo puede aumentar la productividad, sino que a menudo es altamente motivador para los trabajadores. Y el entusiasmo no solo es altamente productivo: a menudo tambi¨¦n es m¨¢s barato.
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