?Nada sera igual?
Ante el vac¨ªo de gobernanza global y los riesgos de una excesiva globalizaci¨®n afloran dos instituciones tradicionales que desde hace siglos proporcionan seguridad en ¨²ltima instancia: el Estado y la familia
La pandemia de la covid-19 nos ha arrojado bruscamente a escenarios sociales in¨¦ditos e inexplorados para estas generaciones. Pero a medida que pasan los d¨ªas y se afirma la evidencia de su extensi¨®n geogr¨¢fica (m¨¢s de medio mundo), su r¨¢pida expansi¨®n (casi exponencial), su prolongaci¨®n temporal (meses, y no semanas) y su enorme profundidad (crisis sanitaria, que se prolonga ya en crisis econ¨®mica, y que se replicar¨¢ como crisis social y pol¨ªtica), empezamos a atisbar las enormes consecuencias, evidentes ya en el corto plazo, pero tambi¨¦n en el medio y largo. Son tantas las cosas que se pueden comentar que me limitar¨¦ a algunas inmediatas; en concreto, a dos experiencias colectivas que podr¨ªan (o no) ser la ra¨ªz de un aprendizaje mundial, y que han venido a reforzar dos viejas instituciones, hasta ahora bastante ninguneadas.
La primera experiencia es la de la unidad del mundo, algo que la sociolog¨ªa lleva analizando desde mucho antes del estallido de la globalizaci¨®n. Si hasta hace poco la historia de la humanidad ha sido la de muchas y variadas sociedades separadas, encerradas en burbujas autorreferenciadas, hoy es evidente lo que Terencio nos ense?¨® hace 2.000 a?os: que nada humano nos es ajeno. Nos pensamos como una colecci¨®n de pa¨ªses/Estados, pero la modernidad nos ha unido a todos. Y as¨ª, cuando hac¨ªamos el inventario de cuestiones globales que saltan por encima del poder de los Estados, y junto al cambio clim¨¢tico, el riesgo de pandemias figuraba siempre. De modo que, si la pandemia nos pilla desprevenidos, no es en absoluto inesperada, pues figura, por ejemplo, en todas las estrategias de seguridad nacionales (como la espa?ola del 2017) como un riesgo sist¨¦mico. Y si el cambio clim¨¢tico ha sido la primera experiencia global, esta pandemia es la segunda.
La otra gran lecci¨®n de la covid-19 es la experiencia primordial que da lugar a la cultura y a la civilizaci¨®n: la de la vulnerabilidad. De momento, m¨¢s de 25.000 fallecidos s¨®lo en Espa?a, 250.000 en el mundo, sirven de memento mori, exigiendo un duelo frente a lo que, de momento, es solo una fr¨ªa estad¨ªstica. Pero no es solo el riesgo personal, pues la pandemia nos hace conscientes de que podemos desaparecer como especie, no por culpa nuestra, no por riesgos socialmente producidos (nucleares, clim¨¢ticos, o de otro orden, y recuerdo a Ulrich Beck y su Risikogesselschaft) de los que podr¨ªamos culparnos, sino por fen¨®menos naturales con los que ni cont¨¢bamos ni pod¨ªamos contar. Al fin y al cabo, somos una casualidad en el espacio-tiempo, que sin duda desaparecer¨¢ a consecuencia de otra casualidad. Evidencia para la especie tan indiscutible como la muerte para los individuos, y frente a la que tratamos de construir burbujas de seguridad y de certidumbre que calmen la ansiedad y angustia primordiales. Nada nos garantiza que un virus nuevo, una bacteria, un meteorito, no pueda acabar con la especie humana en cuesti¨®n de meses. Les ha ocurrido a otras muchas especies en el pasado y, qui¨¦n sabe si a otras humanidades y civilizaciones en otros mundos posibles e ignorados.
Se trata de dos aprendizajes (el de la unidad y el de la vulnerabilidad) que podr¨ªan sumarse, pues la vulnerabilidad deber¨ªa llevar a la uni¨®n frente al peligro com¨²n. Me temo que es m¨¢s f¨¢cil que se resten; la reacci¨®n ¡°natural¡± frente a la vulnerabilidad es buscar refugio en lo conocido, en la tribu, la naci¨®n, la religi¨®n, las comunidades ¡°naturales¡±, para blindarse, negando justamente la experiencia cosmopolita y, m¨¢s bien, demonizando al ¡°otro¡± como fuente del peligro, de modo que la vulnerabilidad cancela el cosmopolitismo.
De hecho, ya est¨¢ ocurriendo, y lo vemos en los dos ganadores claros de este gran distribuidor de premios y castigos que es la pandemia. ?Qui¨¦n gana y qui¨¦n pierde? Falta perspectiva, pero ante el vac¨ªo de gobernanza global (el gran perdedor) y los evidentes riesgos de una excesiva globalizaci¨®n (otro perdedor) afloran dos instituciones tradicionales que desde hace siglos proporcionan seguridad en ¨²ltima instancia (y no olvidemos que seguridad es lo primero que exigen los ciudadanos).
De una parte, las jefaturas pol¨ªticas, hoy representadas por los Estados, asociaciones firmemente asentadas en un territorio, apoyadas por una s¨®lida burocracia, con grandes recursos intelectuales y econ¨®micos, adem¨¢s de poder blando (lenguas, culturas, arte) y duro (polic¨ªa, ej¨¦rcito), y capaces de movilizar muchos m¨¢s recursos, de los que los organismos supra- o subestatales no disponen. ?Qu¨¦ puede hacer la UE con un 1% del PIB europeo cuando los Estados controlan m¨¢s del 50%? ?Qui¨¦n puede coordinar los l?nder alemanes, las regiones italianas o las ca¨®ticas comunidades aut¨®nomas espa?olas? Al final, los ciudadanos miran al Estado, y culpan o salvan al Estado. Es lo que Richard Haas ha llamado la ¡°obligaci¨®n soberana¡±: los Estados son responsables directos ante la sociedad mundial de lo que ocurre en su territorio tanto hacia dentro como hacia fuera. Regresamos as¨ª a un mundo de Estados, no de instituciones multilaterales, lo que es tanto como decir un mundo hobbesiano donde prima el s¨¢lvese quien pueda. El reforzamiento del poder (pol¨ªtico, pero tambi¨¦n econ¨®mico) de los Estados ser¨¢ (es ya), sin duda, una primera consecuencia de la crisis.
La segunda instituci¨®n que sale claramente reforzada es la que siempre proporciona seguridad en ¨²ltima instancia: la familia, en sus m¨¢s diversas formas. Recordemos que es la ¨²nica instituci¨®n conocida que se basa por completo en el principio del don, y no en el de la reciprocidad, dispuesta siempre a dar sin pedir nada a cambio. Y por ello, cuando todo se desmorona, ya sea por causas colectivas (guerra, revoluci¨®n o pestilencias) o personales (ruina, enfermedad o incapacidad), s¨®lo nos queda la viej¨ªsima instituci¨®n del parentesco, y ya lo vimos con la Gran Recesi¨®n. Lo que llamamos ¡ªdespectivamente¡ª ¡°familismo¡± no es sino la respuesta natural ¡ªnunca mejor dicho¡ª a un entorno de inseguridad y desconfianza. Una instituci¨®n reforzada ahora por otro de los ganadores de la pandemia: la digitalizaci¨®n. Pues ya sea en el ¨¢mbito de las relaciones personales a trav¨¦s de las redes sociales, ya sea en el teleconsumo que ofrecen las grandes plataformas como Amazon, ya sea, finalmente, en el teletrabajo (que favorece la conciliaci¨®n), las TIC sustituyen lo anal¨®gico por lo digital, reforzando el ¨¢mbito dom¨¦stico (s¨®lo en Espa?a hemos pasado de un 7% a casi un 30% de teletrabajo en pocas semanas).
S¨®lo algunos hombres osados o locos pueden intentar vivir al borde del abismo existencial, y sospecho que la evidencia de la vulnerabilidad desaparecer¨¢ tan pronto comience a hacerlo el inmediato peligro. Es m¨¢s, ser¨¢ necesario reprimirla m¨¢s a¨²n que antes, cuando no era visible. Y si acierto, tras la pandemia nos esperar¨¢ una suerte de repetici¨®n de los a?os veinte, combinando una fren¨¦tica y alocada joi de vivre que cancele el abismo del miedo, junto con un retorno a los variados particularismos que nos ofrecen refugio y calidez en el abrazo de la tribu, particularismos que hoy toman la forma de populismos y nacionalismos. Hemos entrado en una terra incognita, un espacio social sin mapas, parecido a un agujero negro, que nos succiona y arrastra, y no sabemos ni cu¨¢ndo nos dejar¨¢ libres, ni d¨®nde ser¨¢, y si volveremos a ¡°casa¡± terminada la pesadilla. Pero s¨ª s¨¦ que, de momento, hemos vuelto a la seguridad de los viejos Estados y de las siempre acogedoras familias. M¨¢s bien un retorno al pasado que un salto al futuro. Lo dem¨¢s, de momento, es incertidumbre.
Emilio Lamo de Espinosa es catedr¨¢tico Em¨¦rito de Sociolog¨ªa (UCM).
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