La libertad amenazada
El precio por el control del virus est¨¢ siendo exorbitante y amenaza con cambiar las reglas del juego democr¨¢tico
Ahora que finalmente se est¨¢ reduciendo la cifra de muertos y contagios conviene estar alerta ante una nueva amenaza. La biopol¨ªtica, que hasta ahora hab¨ªa sido fuente de inspiraci¨®n para novelas o series dist¨®picas, ha llegado para quedarse. La posibilidad de que esta pandemia derive en reg¨ªmenes de vigilancia y p¨¦rdida de la libertad es m¨¢s real que nunca. Ya se ha dicho pero conviene repetirlo. El precio por el control del virus est¨¢ siendo exorbitante y amenaza con cambiar las reglas del juego democr¨¢tico. La historia lo muestra, el miedo colectivo desata autoritarismos y populismos. Algunos tecn¨®cratas ya han sugerido que nuestros cuerpos se conviertan en objeto de vigilancia digital. La histeria de la supervivencia har¨¢ que muchos entreguen sin rechistar sus derechos. Pero no debemos olvidar que el poder de los laboratorios es de hecho el poder que poseen unos cuantos individuos, que pueden permitir o no que el resto se beneficie. La llamada victoria sobre la naturaleza, ya sea bomba o vacuna, no es m¨¢s que un poder ejercido por algunos sujetos o Estados sobre otros con la naturaleza como medio. Los peque?os seguidores acient¨ªficos de la ciencia no deber¨ªan olvidar que ciertas conquistas pueden suponer la abolici¨®n del hombre. Nada de esto pretende ser un ataque a la ciencia, pero la obsesi¨®n por el control puede exigir la entrega de nuestras libertades y, sin ellas, ya no habr¨¢ a quien salvar.
Los m¨¦dicos lo saben, la biolog¨ªa no es una ciencia exacta. La vida no habla el lenguaje de las matem¨¢ticas. La vida puede ser tumultuosa, deforme y desordenada, y ser vida plena. La vida es contradicci¨®n. Que se lo pregunten a Her¨¢clito o a Don Quijote. Cada cuerpo tiene su propio ritmo. Los m¨¦dicos lo ven a diario en los hospitales. El virus es una enfermedad mortal para unos, y otros ni siquiera se inmutan. Un f¨¢rmaco funciona en un paciente y no funciona en el de al lado. No hay enfermedades, sino tratamientos, que dependen de la vida contradictoria que los acoge. De nuevo lo interior y lo exterior.
Esa verdad de la medicina se conjuga con otra, no de la vida, sino del conocimiento. Seg¨²n la visi¨®n dominante hoy, los cient¨ªficos que asesoran a los Gobiernos en la lucha contra la pandemia, son zombis, m¨¢quinas teledirigidas por la electroqu¨ªmica de sus cerebros. Tanto el neurocient¨ªfico como el jardinero gozan de una libertad aparente, carecen de libertad para elegir sus pensamientos. Lo crean o no, ese es el paradigma en que vivimos. Cabr¨ªa preguntarse qu¨¦ credibilidad merece un zombi o una comunidad de ellos. En una entrevista reciente a un especialista en pandemias (David Quammen, autor de Contagio), a la pregunta de si consideraba que lo que estaba ocurriendo era una ¡°revancha de la naturaleza¡± respond¨ªa: ¡°No lo dir¨ªa as¨ª, porque soy un materialista darwiniano. No personalizo la naturaleza. No personalizo la naturaleza con N may¨²scula capaz de revancha ni de emociones¡±. Pero, seg¨²n su modelo, tampoco ¨¦l las tiene, parece tenerlas, pero en realidad es un zombi teledirigido por impulsos cerebrales. Como si la vida fuera un c¨¢lculo exacto de causas y efectos, como si las contradicciones internas, las obsesiones o los sue?os, no formaran parte de ella. De hecho, ni ¨¦l ni cualquier otro humano es responsable de lo que est¨¢ sucediendo. Simplemente son zombis que obedecen la mec¨¢nica neuronal. Y sin embargo, Quammen no tiene empacho en decir que nuestro modo de vida (comida, ropa, viajes, cacharros) nos hace responsables de lo que est¨¢ sucediendo.
Hay otra met¨¢fora que he escuchado recientemente y sobre la que podr¨ªa ser saludable meditar. El virus funciona como un espejo ante individuos y naciones. Obliga a cada uno a confrontar sus propios miedos. Alguien ha dejado caer que nos comportamos con el planeta como el virus se comporta con nuestros tejidos pulmonares. La comparaci¨®n es atroz pero tiene su verdad. Vivimos en una soberan¨ªa ficticia. La intervenci¨®n despiadada en el medioambiente olvida que somos parte de una biosfera en la que nada es independiente.
En esa contradicci¨®n vive una parte importante del pensamiento moderno. La exclusi¨®n de lo mental del ¨¢mbito de la f¨ªsica ha dado grandes resultados, pero el juego parece agotado. Seguimos pensando que el modelo f¨ªsico-matem¨¢tico es la verdad completa y esa verdad ser proyecta sobre lo humano, esa m¨¢quina compleja pero m¨¢quina al fin y al cabo. Sin embargo, quienes tienen estas ideas tambi¨¦n tienen valores y toman decisiones no autom¨¢ticas. Imaginan y proyectan l¨ªneas de investigaci¨®n cient¨ªfica y logran desarrollarlas. No asumen que responsabilidad implica libertad y que, si somos zombis, no hay posibilidad de asumir responsabilidades. La libertad es intangible y no encaja en los moldes de lo cuantitativo. Es algo que todos, de alg¨²n modo, experimentamos. Ninguna ecuaci¨®n podr¨¢ definirla porque una ecuaci¨®n no es algo experimentable. La libertad, adem¨¢s, tiene poco que ver con la elecci¨®n misma, sino con lo que nos ata y lo que nos libera, pero eso es ya otro asunto.
Los buenos m¨¦dicos no se dejan confundir por el materialismo m¨¦dico. La mejor cr¨ªtica del mismo la formul¨® William James. El materialista m¨¦dico, dec¨ªa, es aquel que cree que la filosof¨ªa de cada cual depende de c¨®mo filtre su h¨ªgado. Si filtra de un determinado modo, ser¨¢ idealista, si de otro distinto, fenomen¨®logo, si de un tercero, materialista m¨¦dico. Algunos se niegan a ver la circularidad del razonamiento. James, que era m¨¦dico, defendi¨® la libertad y el indeterminismo en una ¨¦poca en la que el materialismo mecanicista amenazaba con someter a la filosof¨ªa.
Leibniz dec¨ªa que lo que consideramos un mal, es de hecho un bien que a¨²n no hemos entendido. Voltaire se mofaba de su optimismo porque no lo entend¨ªa. A menudo nos re¨ªmos de lo que no entendemos. No podemos erigir una civilizaci¨®n al margen de la biosfera, de ese equilibrio din¨¢mico entre los seres vivos (virus, bacterias, hongos, plantas y animales), y los procesos geoqu¨ªmicos, la radiaci¨®n solar, la atm¨®sfera, los oc¨¦anos y la corteza terrestre. Somos seres homeost¨¢ticos, capaces de mantener una condici¨®n interna estable y compensar los cambios del entorno mediante un intercambio regulado, pero esas capacidades tienen un l¨ªmite.
Idolatrar las ciencias es tan irracional como negar sus logros. El fuego destruye y da calor. La investigaci¨®n cient¨ªfica nos ha llevado a la Luna, a los antibi¨®ticos y las vacunas, pero tambi¨¦n al Proyecto Manhattan, los experimentos de Mengele en Auschwitz y las armas bacteriol¨®gicas. Todo conocimiento tiene su lado oscuro y su lado luminoso. La pandemia podr¨ªa haber sido una creaci¨®n de la imaginaci¨®n cient¨ªfica. Si ella hizo el nudo, ella lo deshar¨¢. En todo caso, hay fan¨¢ticos cientificistas y fan¨¢ticos creacionistas, y aunque los ¨²ltimos nos resulten m¨¢s recalcitrantes, no debemos olvidar a los primeros. Ante estos, lo mejor es cultivar un sano escepticismo. Contra lo que generalmente se cree, lo contrario del escepticismo no es la creencia, sino el dogmatismo. Los esc¨¦pticos pueden ser grandes creyentes, simplemente no se atan a sus creencias. El griego Pirr¨®n y el budista N¨¡g¨¡rjuna fueron dos buenos espec¨ªmenes. Wittgenstein nos ense?¨® que aunque la experiencia significativa queda fuera del marco de lo cuantificable, negarla o suprimirla resultar¨ªa intolerable para ese ser complejo y contradictorio que es el hombre. La amenaza de la pandemia no es s¨®lo la amenaza del virus, es tambi¨¦n la amenaza a la libertad de pensamiento. La tentaci¨®n totalitaria ya se ha dejado ver. Una sociedad de zombis prepara la llegada del tirano. No permitamos que los magnates de las grandes corporaciones, por muy fil¨¢ntropos que sean, nos impongan su vigilancia digital y represiva. El c¨¢lculo darwinista es tan peligroso como la regresi¨®n nacionalista. Quiz¨¢ sean una misma cosa.
Juan Arnau es fil¨®sofo.
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