Cae la contrarrevoluci¨®n en Estados Unidos
En los ¨²ltimos tres a?os, Trump ha asentado el uso de las pr¨¢cticas de contrainsurgencia, aplicadas en Irak y Afganist¨¢n, para controlar a la poblaci¨®n. El presidente est¨¢ desencadenando la revoluci¨®n que tanto tem¨ªa
Hist¨®ricamente, en general, los acontecimientos han seguido el orden inverso. Primero llegan las revoluciones y luego las contrarrevoluciones. Pero la historia ¡ªcomo casi todo lo dem¨¢s en estos tiempos de pandemia¡ª est¨¢ completamente trastocada. En una sorprendente inversi¨®n de los ciclos hist¨®ricos de Estados Unidos, la respuesta militarizada del presidente Donald Trump a las protestas, en su inmensa mayor¨ªa pac¨ªficas, ha despertado un esp¨ªritu rebelde que podr¨ªa inclinar la balanza de las elecciones en noviembre.
Trump fue demasiado transparente sobre sus deseos. En una reuni¨®n con los gobernadores reclam¨® expresamente medidas militares y el ¡°dominio total¡± del campo de batalla para erradicar a los manifestantes ¡ªa los que tach¨® de ¡°terroristas¡±¡ª, condenas de c¨¢rcel de hasta ¡°10 a?os¡± e imponer, en la pr¨¢ctica, ¡°una fuerza de ocupaci¨®n¡± en las ciudades estadounidenses.
Trump puso al frente al jefe del Estado Mayor Conjunto y al militar de m¨¢s alto rango de las fuerzas armadas, el general Mark A. Milley. El presidente insisti¨® muchas veces en la necesidad de ¡°dominar¡± el campo de batalla. ¡°La palabra es dominar¡±, subray¨®. ¡°Si no domin¨¢is vuestras ciudades y vuestros Estados, os los arrebatar¨¢n¡±. En Washington, asegur¨®, ¡°dominaremos por completo¡±.
¡°Me gustar¨ªa una fuerza de ocupaci¨®n all¨ª¡±, declar¨® Trump. Y su secretario de Defensa, Mark Esper, se apresur¨® a a?adir: ¡°Estoy de acuerdo, tenemos que dominar el campo de batalla¡±.
Ese mismo d¨ªa, Trump moviliz¨® a la polic¨ªa militar y un helic¨®ptero Black Hawk del ej¨¦rcito para controlar a unos manifestantes pac¨ªficos, y despleg¨® la 82? Divisi¨®n Aerotransportada en Washington. Despu¨¦s de que se arrojaran gases lacrim¨®genos y se dispararan balas de goma contra ellos, para despejar el camino y hacerse su escandalosa foto, Trump desfil¨® con su general de m¨¢s alto rango y su secretario de Defensa al lado; el general Milley llevaba uniforme de combate.
El paseo de Trump fue la culminaci¨®n de varios decenios de transformaci¨®n de la pol¨ªtica estadounidense. En The Counterrevolution. How Our Government Went to War Against Its Own Citizens (Hachette, 2018) expliqu¨¦ c¨®mo han cambiado los l¨ªderes estadounidenses su forma de gobernar desde el 11-S. En el libro demostraba que la acci¨®n policial hipermilitarizada en todo el pa¨ªs no es mera consecuencia de los programas de compras del Departamento de Defensa, que han repartido material militar de Irak y Afganist¨¢n por valor de miles de millones de d¨®lares entre fuerzas de polic¨ªa de ciudades peque?as, sino que refleja un largo proceso en el que se han trasladado a la pol¨ªtica nacional los m¨¦todos y la l¨®gica de la contrainsurgencia en las guerras de Irak y Afganist¨¢n.
De hecho, la polic¨ªa hipermilitarizada ya forma parte, para los estadounidenses, de una nueva forma de gobernarnos a nosotros mismos, dentro y fuera del pa¨ªs, de acuerdo con las reglas de esa guerra contra la insurgencia. Se trata de una transformaci¨®n pol¨ªtica crucial: no es un paso del Estado de derecho a un estado de excepci¨®n, como sugirieron Giorgio Agamben y otros despu¨¦s del 11-S, sino de un modelo de gobierno basado en la guerra a gran escala a otro basado en t¨¢cticas de la contrainsurgencia. Varios de sus aspectos fundamentales se remontan a sus primeros estrategas, jefes militares franceses en Indochina y Argelia como Roger Trinquier, David Galula y Paul Aussaresses, que perfeccionaron ese nuevo estilo de guerra no convencional denominada la guerre moderne.
Esas pr¨¢cticas, utilizadas en Irak y Afganist¨¢n, se han asentado en Estados Unidos. Como escribe el periodista de The Intercept Jeremy Scahill, ¡°todas las t¨¢cticas de contrainsurgencia de esas guerras extranjeras se han abierto paso en la pol¨ªtica nacional¡±. Y en los ¨²ltimos tres a?os, Donald Trump ha dado a esta nueva forma de gobernar un sesgo caracter¨ªstico de la nueva derecha y el supremacismo blanco.
Ahora bien, lo m¨¢s sorprendente es que ha sido una contrarrevoluci¨®n sin revoluci¨®n. Al contrario que en Argelia o Vietnam, donde hubo revoluciones armadas anticoloniales, en este caso, el modelo de gobierno de la contrainsurgencia se ha implantado sin que hubiera verdaderos insurgentes. Y aqu¨ª entra en juego la historia.
El concepto moderno de revoluci¨®n, nacido en los siglos XVIII y XIX, rompi¨® dr¨¢sticamente con las interpretaciones antiguas de la transformaci¨®n c¨ªclica de la pol¨ªtica; en la teor¨ªa de Plat¨®n, de la aristocracia a la oligarqu¨ªa, de ah¨ª a la democracia y, al final, a la tiran¨ªa. La idea de la revoluci¨®n como regreso al origen se sustituy¨® por la de una transformaci¨®n social trascendental, una ruptura binaria que supusiera, en palabras de Reinhart Koselleck, ¡°la emancipaci¨®n social de todos los hombres¡±.
Lo que estamos viendo hoy, en cambio, es un extra?o modelo de ciclos que recupera el kyklos antiguo, pero ahora a la inversa. Trump ha perfeccionado la contrarrevoluci¨®n sin una revoluci¨®n anterior. Y, al hacerlo, ha acabado por desencadenar la revoluci¨®n que tem¨ªa. Quiz¨¢ dej¨® ver demasiado sus ambiciones militares. Al fin y al cabo, la principal t¨¢ctica de la guerre moderne era conquistar las mentes y los corazones de las masas pasivas. Es posible que, al enviar expl¨ªcitamente las tropas, fuera demasiado lejos.
Como consecuencia, hemos alcanzado un aut¨¦ntico punto de inflexi¨®n. En todo el espectro pol¨ªtico estadounidense, incluso entre algunos l¨ªderes republicanos, se est¨¢ extendiendo la opini¨®n de que Trump ha ido demasiado lejos. ¡°Militarizar nuestra respuesta, como hemos visto en Washington D.C., es crear un conflicto ¡ªun falso conflicto¡ª entre los militares y la sociedad civil¡±, ha escrito en The Atlantic el general de cuatro estrellas del Cuerpo de Marines Jim Mattis, antiguo secretario de Defensa de Trump.
Los altos cargos de Defensa est¨¢n tratando de marcar las distancias entre el Pent¨¢gono, por un lado, y el infame gaseado y la foto de Donald Trump, por otro. El secretario de Defensa, Mark Esper ¡ªque ha dejado atr¨¢s su entusiasmo por el ¡°dominio del campo de batalla¡±¡ª, el expresidente George W. Bush y los l¨ªderes militares han condenado rotundamente la respuesta militarizada. Incluso la senadora republicana por Alaska, Lisa Murkowski, ha criticado la militarizaci¨®n y dice que tiene dudas sobre apoyar a Trump en noviembre.
En los medios de comunicaci¨®n ha habido una abrumadora reacci¨®n contra los responsables de The New York Times por publicar un art¨ªculo del senador republicano Tom Cotton titulado Enviemos tropas. Y los sondeos m¨¢s recientes indican que los estadounidenses desaprueban c¨®mo est¨¢ gestionando Trump las protestas.
¡°Quiz¨¢ estamos llegando a un punto en el que podamos ser m¨¢s sinceros sobre las preocupaciones que sentimos en nuestro fuero interno y tengamos el valor de seguir nuestra conciencia y alzar la voz¡±, dijo la senadora Murkowski.
S¨ª, es posible que Trump haya desatado la ola de sentimiento revolucionario que tanto tem¨ªa. Y es posible que esa ola provoque, por fin, el ocaso de la contrarrevoluci¨®n americana.
Bernard E. Harcourt es profesor en la Columbia University Law School de Nueva York y en la ?cole des Hautes ?tudes en Sciences Sociales (EHESS) de Par¨ªs. Dentro de poco publicar¨¢ Critique & Praxis (Columbia University Press)
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.