Esperando a Godot
No he visto a nadie que plantee dudas sobre la existencia misma de las residencias y sobre la necesidad de cambiar el modelo de cuidado y atenci¨®n de nuestros mayores
Desde hace d¨ªas, se ha desatado en los medios una pol¨¦mica m¨¢s relacionada con la pandemia infecciosa que ha trastocado nuestra existencia y que lo seguir¨¢ haciendo durante un tiempo, como todos hemos aceptado ya. La pol¨¦mica tiene que ver con las residencias de ancianos y con la responsabilidad de los poderes p¨²blicos en la alt¨ªsima mortalidad producida en ellas por el coronavirus. Dado que la sanidad est¨¢ transferida a las comunidades aut¨®nomas, lo que se dilucida es qui¨¦n debe afrontar la responsabilidad pol¨ªtica, incluso penal, por la situaci¨®n de esas residencias convertidas en muchos casos en negocios del sector privado y sin las garant¨ªas m¨¦dicas indispensables en centros ocupados por personas con necesidades de salud especiales dada su edad. Sin embargo, no he visto a nadie que plantee dudas sobre la existencia misma de esas residencias y sobre la necesidad de cambiar el modelo de cuidado de nuestros mayores en una sociedad desarrollada y con posibilidades de hacerlo de otra manera.
Como la periodista Luz S¨¢nchez-Mellado escrib¨ªa hace dos d¨ªas en este peri¨®dico, cada vez que he visitado una residencia de ancianos (no demasiadas, por suerte para m¨ª), ¡°no he visto el momento de irme¡± de all¨ª ante la sensaci¨®n de devastaci¨®n que produce ver esos guardamuebles de viejos en los que ¨¦stos esperan su fin como los personajes de la obra de Samuel Beckett a Godot sentados durante horas frente a una televisi¨®n permanentemente encendida o dando vueltas sin cesar a unos pasillos que m¨¢s parecen galer¨ªas de c¨¢rceles que lugares de paz y de reposo, que es lo que suele vender la publicidad de esos sitios cuando son de lujo. Por compasi¨®n hacia la persona que se ha ido a visitar, uno se queda m¨¢s tiempo del que quisiera, muchas veces sin saber qu¨¦ decirle o qu¨¦ hacer, pero, cuando por fin deja atr¨¢s el centro, lo hace con la sensaci¨®n de abandonar un no-lugar, un agujero negro perdido en el universo al que no le gustar¨ªa volver y mucho menos para quedarse en ¨¦l como residente. Como de los tanatorios, la mayor¨ªa salimos de las residencias de ancianos como si durante un rato hubi¨¦semos estado en un limbo irreal y trist¨ªsimo, en la cara b de una sociedad que oculta lo que no le gusta.
?No hay otra forma de afrontar los ¨²ltimos a?os de nuestras vidas que almacenados en edificios que, salvo en casos extremos de dependencia f¨ªsica o ps¨ªquica que necesitan de ayuda profesional, no dejan de ser guardaviejos, almacenes para personas sin esperanza de vida y menos desde que se ingresa en ellos? ?No se puede encarar la vejez de otra forma que conden¨¢ndonos a todos (porque todos seremos viejos un d¨ªa si antes no nos quedamos por el camino) a pasar los ¨²ltimos a?os de nuestra vida apartados de la sociedad? Se habla mucho en estos d¨ªas de que la pandemia global del coronavirus obligar¨¢ a repensar muchas cosas, del trabajo presencial a las relaciones sociales o el ocio, pero pocos lo hacen, por lo que yo observo, del modo de resolver un problema que es com¨²n a todos y que es la forma de atender a nuestros ancianos, que hasta hoy determinan la econom¨ªa y el trabajo familiar principalmente. Quiz¨¢ va siendo hora de hacerlo y para ello nada mejor que mirar a nuestro pasado no tan remoto, cuando los viejos no eran estorbos, sino unos miembros m¨¢s de las familias, que con ellos ganaban sabidur¨ªa y algo de ayuda, aunque perdieran un poco de comodidad.
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