Mirar hacia atr¨¢s
El reto de las sociedades democr¨¢ticas es enfrentarse a su pasado, no borrarlo
La muerte de George Floyd en Minneapolis a manos de la polic¨ªa ha provocado movilizaciones en el mundo entero para protestar contra la violencia de las fuerzas de seguridad y contra el racismo que sigue vivo en las sociedades actuales. Las manifestaciones han ido en algunos casos m¨¢s lejos y en distintos lugares se han vuelto a cuestionar los s¨ªmbolos que los pa¨ªses occidentales conservan de un pasado ominoso, el colonial y el esclavista. Los datos del presente hablan por s¨ª solos: no solo est¨¢ la terrible muerte de Floyd, asfixiado durante un arresto rutinario con una violencia inaudita a pesar de sus quejas, sino tambi¨¦n los disparos que acabaron en Atlanta con un joven afroamericano en el aparcamiento de un local de comida r¨¢pida. A estos episodios tr¨¢gicos es necesario a?adir una realidad incontestable, y es que durante esta pandemia del coronavirus son las minor¨ªas ¨¦tnicas las que tienen m¨¢s probabilidades de padecer la enfermedad. Las diferencias en el color de la piel se traducen en desigualdades sociales, con lo que los herederos de un pasado de dominaci¨®n y exclusi¨®n padecen hoy mayor pobreza, marginaci¨®n, fragilidad. La respuesta ante este desamparo se ha concretado en ocasiones en la destrucci¨®n, o el deterioro, de distintos monumentos. Pero por mucho que estos caigan o terminen desapareciendo, el pasado seguir¨¢ ah¨ª, impert¨¦rrito.
Ha vuelto as¨ª la endiablada discusi¨®n sobre si tiene sentido retirar los s¨ªmbolos del pasado colonial, los que celebran las gestas de los esclavistas o las que recuerdan a quienes contribuyeron a la liquidaci¨®n de las comunidades originarias que encontraron los imperios occidentales en su expansi¨®n por el mundo. En las ¨²ltimas semanas se han vandalizado en Estados Unidos monumentos de los l¨ªderes de los Estados Confederados que se rebelaron contra la abolici¨®n de la esclavitud y se han derribado estatuas de Col¨®n o se les ha cortado la cabeza, en B¨¦lgica se atacaron piezas que enaltecen al rey Leopoldo II ¡ªresponsable de la brutal colonizaci¨®n del Congo¡ª, mientras que en el Reino Unido la rabia se dirigi¨® contra aquellas figuras que en su d¨ªa hicieron fortuna con el comercio de esclavos o, incluso, se pintarraje¨® una estatua de Churchill, tach¨¢ndolo de racista.
Todos estos episodios se sostienen en la idea de que resulta intolerable que en las sociedades democr¨¢ticas del siglo XXI, cuyos valores est¨¢n inspirados en los derechos humanos, puedan seguirse permitiendo en los espacios p¨²blicos los homenajes a algunos personajes hist¨®ricos cuyo legado hoy resulta, en algunos casos, abominable. Hay quienes defienden que la salida a este malestar pasa por borrarlos, como si nunca hubieran existido. El pasado, que es tan complejo como el presente y frente al que no siempre puede dictarse una condena o una absoluci¨®n definitivas, se conserva tambi¨¦n en esas estatuas, monumentos, construcciones. No hay duda de que es inaplazable para los Gobiernos ¡ªy las sociedades¡ª buscar respuestas ante cuantos se han rebelado contra los rastros de una historia cargada de crueldades y desolaci¨®n. Pero la mejor salida no es la de destruir las huellas del pasado, sino favorecer otras f¨®rmulas ¡ªcomo su exposici¨®n dentro de los museos o los carteles que contextualicen lo que realmente pas¨®¡ª para encontrar el cauce de salida a esa profunda indignaci¨®n que suele estallar cuando las injusticias del presente recuerdan demasiado algunos horrores del pasado.
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