Salvar al capitalismo de los capitalistas
Si el modelo quiere sobrevivir y ser sostenible tiene que reconocer sus vicios y cuidar no solo del inter¨¦s de los accionistas y la ambici¨®n de sus gestores, sino tambi¨¦n de las necesidades de la poblaci¨®n
Vivimos una ¨¦poca de rabia. Estas palabras del celebrado cantautor Billy Bragg definen mejor que nada el estado de ¨¢nimo de nuestra sociedad. Rabia que explota en las calles, pero es tambi¨¦n reprimida por el miedo en este despertar de la pandemia, cuando nos amenazan como nunca la inseguridad y la incertidumbre.
Apenas nos hab¨ªamos recuperado de la crisis financiera de hace una d¨¦cada, las trompetas del coronavirus anunciaron un empobrecimiento general de las poblaciones y un cambio copernicano en las relaciones sociales y en la geopol¨ªtica mundial. Tras enterrar el modelo del socialismo real que arruin¨® a la Uni¨®n Sovi¨¦tica y sus aliados, se anuncian ahora las exequias del capitalismo liberal. Destruido el imaginario de los dos sistemas emblem¨¢ticos que protagonizaron la Guerra Fr¨ªa, las miradas se fijan en el ejemplo asi¨¢tico, en el que un capitalismo protegido y potenciado por reg¨ªmenes autoritarios y dictatoriales, en ocasiones considerados benevolentes, parece m¨¢s preparado para responder con eficacia a las crisis que las democracias de patente occidental.
Hace dos siglos y medio un profesor brit¨¢nico de filosof¨ªa moral, Adam Smith, describi¨® los perfiles y el significado del capitalismo. Considerado como padre del mismo, muchos piensan que hoy se sentir¨ªa profundamente irritado por la deriva que a trav¨¦s de los a?os ha tenido su familia. Su Teor¨ªa de los sentimientos morales, que se abre con una interpretaci¨®n del sentido de propiedad, comienza con la declaraci¨®n expl¨ªcita de que ¡°por m¨¢s ego¨ªsta que se suponga que es el hombre, hay evidentemente algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse por la suerte de los otros, de tal modo que la felicidad de ellos le es necesaria aunque nada obtenga de la misma¡±. Desde luego semejante argumento se compadece mal con el capitalismo financiero especulativo que ha generado una insoportable desigualdad social, concentrando la mayor parte del enriquecimiento producido en apenas un 1% de la poblaci¨®n.
La ausencia de regulaci¨®n de un mercado global que escapa a las decisiones de los Gobiernos nacionales, cuando no las condiciona muchas veces, est¨¢ en la base de ese proceso. Las medidas contra la crisis financiera de 2008, originada por el aventurerismo de los bancos, generaron un empobrecimiento de las clases medias aprovechado por los movimientos populistas y nacionalistas en su contestaci¨®n al sistema. En La riqueza de las naciones, libro revelado del capitalismo, Smith ya alertaba de que por m¨¢s que la libertad de los banqueros para hacer lo que quisieran se viera limitada por las regulaciones, estas eran tan justificadas como las normas de edificaci¨®n que condicionan la imaginaci¨®n de los arquitectos: poner determinados muros es la ¨²nica manera de evitar los incendios. En las cumbres del G20 de 2009 el primer ministro brit¨¢nico Gordon Brown se erigi¨® en l¨ªder de las demandas de reforma de un capitalismo transnacional imposible de gestionar por los Estados nacionales. Desde entonces se ha avanzado en la regulaci¨®n de la banca comercial, pero nada o muy poco en lo que concierne a la de inversi¨®n, los mercados de capitales y los para¨ªsos fiscales. La mayor¨ªa de estos, por cierto, se encuentran en territorios dependientes de los mismos integrantes del G20, singularmente Estados Unidos y el Reino Unido. Los reclamos de Brown y las repetidas y enf¨¢ticas declaraciones respecto a la necesidad de reinventar el capitalismo son voces que claman en el desierto, que este a?o ser¨¢ adem¨¢s el de las arenas saud¨ªes. Que sea este reino la sede del pr¨®ximo encuentro de los principales mandatarios de la Tierra no es un buen augurio para la defensa de las libertades y los derechos humanos.
El camino que los Gobiernos no parecen capaces de andar, entre otras cosas por su servidumbre a las donaciones necesarias en las campa?as electorales, es recorrido en ocasiones con ¨¦xito por empresas, sindicatos y otras instituciones de la sociedad civil. Se ha puesto de ejemplo el pacto social que organizaciones sindicales y empresariales han sido capaces de impulsar en Espa?a mientras los representantes pol¨ªticos se tiraban los trastos a la cabeza para desesperaci¨®n de sus votantes. Pero incluso en los casos m¨¢s elogiables, acuerdos, pactos, debates y propuestas son de un cortoplacismo justificado por las circunstancias, lo que en nada ayuda a dise?ar un nuevo modelo de convivencia. Esto vale incluso para las previsiones legislativas sobre el teletrabajo, tan bienintencionadas como poco elaboradas y que tienden a confundir esta modalidad de empleo con los efectos de la pandemia, sin prever c¨®mo ha de comportarse el tejido industrial y tecnol¨®gico del futuro. He tenido ocasi¨®n de conversar recientemente con los dirigentes de los dos sindicatos mayoritarios de este pa¨ªs y puedo dar fe de la mayor capacidad de estas organizaciones para resolver los problemas de la gente que la trapisonda de los partidos. Pero su actividad se ve igualmente amenazada por las tendencias imperantes en el mercado laboral. La ca¨ªda en la afiliaci¨®n sindical en muchos pa¨ªses coincide con el aumento de la desigualdad social. La construcci¨®n de un capitalismo inclusivo y sostenible no podr¨¢ llevarse a cabo sin uniones de trabajadores s¨®lidas e independientes que vigilen su desarrollo.
Cara a la supervivencia del capitalismo, los excesos de la especulaci¨®n financiera deben centrar la atenci¨®n de Gobiernos y organismos multilaterales. La actividad de los llamados fondos buitre, o hedge funds, en sectores de extraordinaria importancia para el desarrollo social y el ejercicio de la democracia, como la vivienda, la educaci¨®n, la salud o los medios, deber¨ªa preocupar a los legisladores. Hemos conocido los excesos de dichos fondos en lo concerniente a la inversi¨®n en vivienda protegida y alguien tendr¨ªa que decir algo sobre sus exigencias en la gesti¨®n de las residencias de ancianos en las que tantos de nuestros mayores han fallecido durante la pandemia. Hay una culpabilidad in vigilandum de los poderes p¨²blicos, pero es un secreto a voces que las demandas de sus inversores llevaron a restringir personal cualificado y se encuentran en la base de las deficiencias de gesti¨®n que han mortificado a miles de familias en aras de la rentabilidad.
La colaboraci¨®n p¨²blico-privada en los sistemas asistenciales y de educaci¨®n es necesaria. No se trata de regresar a modelos de propiedad estatal que alimentaron la corrupci¨®n y el clientelismo y que todav¨ªa brillan en algunas recientes decisiones del actual Gobierno. Pero la ley y su aplicaci¨®n tienen que velar por los derechos de los ciudadanos frente a la avaricia de los mercados. El capitalismo ha contribuido con su eficiencia a la generaci¨®n de riqueza, pero si quiere sobrevivir y ser sostenible tiene que reconocer sus vicios y enfermedades, sus delitos tambi¨¦n: cuidar no solo del inter¨¦s de los accionistas y la ambici¨®n de sus gestores, sino de las necesidades de la poblaci¨®n, lo que ha dado en llamarse el dividendo social. Los buitres del mercado deben someterse a regulaciones y vigilancias m¨¢s estrictas en nombre del inter¨¦s de las propias empresas en las que irrumpen como jugadores de fortuna.
Pero adem¨¢s del dividendo social los pueblos pueden y deben tener derecho a un dividendo real. Los sistemas fiscales permiten a los Gobiernos financiar las necesidades p¨²blicas y el Estado de bienestar. En cambio, no son eficaces en la redistribuci¨®n de la riqueza. Nuevas formas de participaci¨®n popular como fondos soberanos o fondos p¨²blicos de pensiones merecen tenerse en cuenta ahora que una gran cantidad de dinero p¨²blico va utilizarse en el salvamento de empresas en crisis. La participaci¨®n del dinero p¨²blico en las cotizadas puede y debe ampliarse ahora, y ser bienvenida siempre y cuando seamos capaces de eliminar, mediante normas adecuadas, la injerencia gubernamental en la gesti¨®n, algo que padecimos con los Gobiernos de Aznar y Rodr¨ªguez Zapatero, no solo en empresas propiedad del Estado. Sus Gobiernos fueron la prueba de que el poder tiende a expandirse a costa de vulnerar las sociedades abiertas y cualquiera que sea su ideolog¨ªa o pedigr¨ª. Ya nos lo advirti¨® en su d¨ªa el propio Smith.
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