Europa y la luz de Rembrandt
Para sortear la crisis, m¨¢s que la severidad, hay que buscar lo que nos hace pr¨®ximos y nos iguala
En una exposici¨®n que se puede ver en el museo Thyssen de Madrid hay un mont¨®n de retratos de algunos de los remotos abuelos de los holandeses de nuestra ¨¦poca. Posan con toda seriedad, un tanto envarados, quiz¨¢ demasiado solemnes. Casi siempre van de negro, lucen sus mejores prendas, llevan elegantes y delicadas golas blancas con sofisticados y primorosos encajes. Costaba bastante dinero contratar a un pintor para que te inmortalizara en un lienzo y, cuando los burgueses de entonces lo hac¨ªan, el posado se convert¨ªa en una ceremonia trascendental, al fin y al cabo estaban midi¨¦ndose con el tiempo. As¨ª que en esos gestos contenidos, lo que se cuenta es una vida de dedicaci¨®n y trabajo, y el ¨¦xito obtenido: la conquista de una existencia apacible y con recursos en un lugar en pleno desarrollo. Se trata de ?msterdam entre 1590 y 1670, y hay obras de Cornelis van der Voort, Werner van den Valckert, Frans Hals, Jacob Backer y otros, y claro, tambi¨¦n de Rembrandt. Estos d¨ªas, en que durante las negociaciones en Bruselas sobre el fondo de reconstrucci¨®n para combatir los destrozos de la pandemia el representante holand¨¦s se ha significado tanto a la hora de reivindicar controles y de exigir en cada pa¨ªs de la Uni¨®n las reformas necesarias para justificar el gasto de cada euro, resulta significativa su actitud por el aire de familiaridad que tiene con la expresi¨®n de sus antepasados. Hay un cuadro de Dirk Santvoor en el que retrata a las gobernantas y celadoras de Spinhuis, una instituci¨®n que se ocupaba de enderezar la vida de mujeres de dudosa reputaci¨®n. Basta verlas para hacerse cargo de cu¨¢n r¨ªgida e implacable podr¨ªa ser esa vigilancia en manos de aquellas se?oras.
En un librito aparecido hace poco se han reunido dos breves textos de Marcel Proust, uno sobre Rembrandt y otro sobre Chardin y Rembrandt. El autor de En busca del tiempo perdido los escribi¨® cuando empezaba a dar sus primeros pasos en la literatura. Los grandes pintores, le explic¨® en noviembre de 1895 al director de la revista en la que pretend¨ªa publicar uno de ellos, son quienes ¡°nos inician al conocimiento y al amor del mundo exterior¡±, son los que nos abren los ojos para ver la realidad. Para referirse a la maestr¨ªa de Rembrandt, Proust apunt¨® que con ¨¦l ¡°lo que dejaremos atr¨¢s es la realidad misma¡±. ?Qu¨¦ quiere decir? Que en un primer momento, y ah¨ª est¨¢n sus primeros retratos de la exposici¨®n del Thyssen, sus obras se parecen m¨¢s al mundo que a ¨¦l mismo. Conforme va madurando, sin embargo, es la luz de su pensamiento la que ilumina sus trabajos. A partir de un determinado momento, escribe, los rostros que pinta ¡°aparecen en una especie de materia dorada, como si todos hubiesen sido pintados con una misma luz, que ser¨ªa, parece, la del sol poniente cuando sus rayos, tocando directamente los objetos, los cubren con oro¡±.
Ahora que Europa ha dado un gran salto para unir fuerzas en lo que previsiblemente ser¨¢ una larga batalla contra la recesi¨®n que ha provocado el coronavirus, m¨¢s que los moldes r¨ªgidos que atrapan una realidad que resulta tantas veces hosca y distante, lo que hace falta es esa luz de Rembrandt, como la que ilumina el cuadro donde retrata a su hijo leyendo, que disuelve toda severidad y nos hace pr¨®ximos, nos iguala. No hay otra, en los pr¨®ximos a?os todos tendremos que pelear juntos para sortear la tempestad.
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