?Monarqu¨ªa? ?Rep¨²blica? ?Constituci¨®n!
Har¨ªan bien los republicanos militantes en calibrar su aprovechamiento de un asunto personal¨ªsimo en beneficio de una ruptura institucional potencialmente desestabilizadora
¡°?Monarqu¨ªa? ?Rep¨²blica? ?Catalunya!¡±. Al pronunciar hace cien a?os esta frase, el l¨ªder catalanista Francesc Camb¨® consagraba el accidentalismo. O sea, la consideraci¨®n de la forma de Estado mon¨¢rquica o republicana como algo irrelevante. Lo decisivo ser¨ªa ¨²nicamente el contenido de las pol¨ªticas que una u otra amparasen hacia su petita p¨¤tria.
Era un tiempo de turbulencias sociales agudizadas por la revoluci¨®n bolchevique; pol¨ªticas, en torno al inicio del debate del primer estatuto de autonom¨ªa catal¨¢n; de desordenado crecimiento econ¨®mico en Espa?a tras su remuneradora neutralidad en la primera gran guerra. Y el l¨ªder de la Lliga, mon¨¢rquico que fue ministro de Alfonso XIII, conjugaba con esa propuesta su distancia tanto de los partidos turnistas cortesanos como de la izquierda catalana, mayoritariamente ya republicana.
Seguramente ese accidentalismo ha permanecido impl¨ªcitamente a lo largo de la historia. La validaci¨®n popular muy mayoritaria de la Monarqu¨ªa de la Constituci¨®n de 1978 (y mucho m¨¢s en Catalu?a) ven¨ªa a fijar la asunci¨®n de una legitimidad parcialmente accidentalista.
Esto es, que se fraguaba, am¨¦n de sobre la ley, en funci¨®n de los resultados: el logro de la reconciliaci¨®n nacional y la Transici¨®n democr¨¢tica. As¨ª que el nuevo accidentalismo se formular¨ªa hoy en la tr¨ªada ?Monarqu¨ªa? ?Rep¨²blica? ?Constituci¨®n! Y en tanto que esta establece la forma de Estado mon¨¢rquica, pues eso, monarqu¨ªa. Esa instituci¨®n, que en tiempos de normalidad y buen hacer resulta s¨®lida precisamente por su nulo perfil de intervencionismo pol¨ªtico, a diferencia del reinado de Alfonso XIII.
Pero es al mismo tiempo fr¨¢gil y vulnerable, justo por esa carencia de competencias m¨¢s all¨¢ del soft power de mediaci¨®n y arbitraje. Como el coronel de Garc¨ªa M¨¢rquez, la Monarqu¨ªa espa?ola apenas tiene quien le escriba, salvo ripios de gusto a naftalina.
Har¨ªan bien pues los republicanos militantes (los ideol¨®gicos se cuentan tambi¨¦n entre los mon¨¢rquicos) en calibrar su aprovechamiento de un asunto personal¨ªsimo ¡ªlas operaciones financieras de Juan Carlos I¡ª en beneficio de una ruptura institucional potencialmente desestabilizadora: sobre todo en momentos en que la estabilidad institucional es prerrequisito no ya de normalidad sino incluso de supervivencia de la ciudadan¨ªa, especialmente de la m¨¢s desprotegida.
Si es identidad de las democracias consolidadas la preeminencia de las instituciones sobre las personas, ?a qu¨¦ utilizar los fallos e irregularidades de estas, por enormes que puedan ser, para voltear instituciones? A un pol¨ªtico franc¨¦s jam¨¢s se le ocurrir¨ªa sacar partido de los procesos a presidentes de la V Rep¨²blica (Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy y tant¨ªsimos ministros) en pro de una soluci¨®n coronada.
La simbiosis Monarqu¨ªa parlamentaria/Constituci¨®n ¡ªo sea, democracia¡ª implica por lo dem¨¢s que las ansias refrendarias s¨²bitamente manifestadas por algunos sean algo extempor¨¢neas. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, acaba de reclamar que ¡°se someta el apoyo a la Monarqu¨ªa a refer¨¦ndum¡±. Esta idea, formulada a trazo grueso, carece de sentido en nuestro ordenamiento, que es muy distinto al de la Italia de la posguerra mundial y al de la Grecia posterior a la dictadura de los coroneles.
Otra cosa es que esa opci¨®n se plantease como elemento de una reforma constitucional, que s¨ª exigir¨ªa consulta popular, entre otros requisitos. Pero como reacci¨®n en caliente a un episodio de alto gramaje sentimental conlleva un perfil oportunista que en nada beneficia a la causa republicana.
Cierto que los dram¨¢ticos des¨®rdenes privados del exmonarca son la principal causa de la factura de prestigio que sufre hoy la instituci¨®n. Pero a rengl¨®n seguido ese perjuicio viene a ser compensado por la improvisaci¨®n, frivolidad y escasa altura institucional de cierta autoconsiderada izquierda de la izquierda.
As¨ª, el vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias calific¨® la salida de La Zarzuela, y de Espa?a, del exmonarca como ¡°huida al extranjero¡±, pese a que al em¨¦rito no le agradaba la idea, y a que est¨¢ comprometido a presentarse a la justicia. ?O es que sin siquiera estar procesado puede restringirse al ciudadano Borb¨®n la libertad de movimientos? Es un evidente desaf¨ªo de Iglesias a su presidente, pues resulta evidente que una medida de este tipo, coorganizada por el jefe del Estado, requiere normativamente su sinton¨ªa, refrendo y cooperaci¨®n.
M¨¢s tristeza a los aut¨¦nticos republicanos habr¨¢ causado la gesticulaci¨®n ret¨®rica de Pablo Echenique y de Laura Borr¨¤s. Ambos han lindado con la violaci¨®n de la presunci¨®n de inocencia (art¨ªculo 24 de la Constituci¨®n), actitud siniestra en un diputado. Y m¨¢s si Echenique fue condenado judicialmente por pagar en dinero negro y no dar de alta a su asistente, y Borr¨¤s est¨¢ procesada en el Tribunal Supremo por presunta malversaci¨®n de caudales p¨²blicos. Republicanos as¨ª alivian a la Monarqu¨ªa m¨¢s atribulada.
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