Nuestra tristeza, ese otro contagio entre asintom¨¢ticos
La gesti¨®n de esta pandemia nos escupe todos los d¨ªas la misma idea al coraz¨®n: dejad de buscar la confirmaci¨®n exterior de que merec¨¦is existir, porque no vais a encontrarla. Y mucho menos en este momento. Y menos a¨²n en este pa¨ªs
Desde que puedo recordar, nunca he sentido a este pa¨ªs tan triste como ahora, tan descorazonado, tan falto de horizonte. Y desde luego no lo he visto tan melanc¨®lico como ahora en ning¨²n periodo de esta pandemia. Dir¨ªa que estamos m¨¢s hundidos que cuando no pod¨ªamos salir a la calle. Creo de hecho que nos hemos instalado en el pico de la curva en lo que a desaliento se refiere. Sin embargo, nadie habla de c¨®mo doblegar esta otra pandemia. Como si la tristeza fuera un problema an¨ªmico y no pol¨ªtico. Si esta tesis llegara a colar, la idea de que nuestra tristeza es responsabilidad solo nuestra, los pol¨ªticos que tan mal est¨¢n gestionando esta crisis se librar¨¢n otra vez de su responsabilidad. Por eso es importante recordar que estamos tristes por su culpa. Para que cuando todo esto termine la responsabilidad no se diluya en la desolaci¨®n universal.
Podr¨ªa parecer que nos pone tristes no poder viajar, no poder estar con todas las personas que queremos en una misma cena, no poder besar con saliva (y casi sin ella), no poder compartir un cigarrillo o una copa, no poder disfrutar con esa explosi¨®n de vida que son los ni?os a la salida de un colegio, no poder gritar gol desde una grada, ni sudar en un concierto, ni hacer el amor con desconocidos, por decirlo todo. No poder visitar a nuestros mayores ni pasear con ellos sin temor. No poder nunca m¨¢s, ninguna noche, pasar por una sala de conciertos y lamentar que nos quedamos sin entrada. Porque ya no hay conciertos ni salas. Por no haber no hay ya ni noches, como tampoco hay ciudades ni parques ni consuelo. Pero la tristeza de la que hablo es peor que todas las anteriores y no debemos confundirla con ellas. Me estoy refiriendo a una tristeza que no viene con las circunstancias sino que ha arraigado en el alma. Y que no se ir¨¢ cuando las cosas hayan cambiado.
¡°Todos estamos solos, todos tenemos demasiado miedo, todos necesitamos una confirmaci¨®n exterior de que merecemos existir¡± escrib¨ªa Ford Madox Ford hace m¨¢s de cien a?os. Y creo que esta frase literaria condensa el motivo de nuestra ¨ªntima tristeza pol¨ªtica. Porque la gesti¨®n de esta pandemia nos escupe todos los d¨ªas la misma idea al coraz¨®n: dejad de buscar la confirmaci¨®n exterior de que merec¨¦is existir, porque no vais a encontrarla. Y mucho menos en este momento. Y menos a¨²n en este pa¨ªs. Es verdad que D¨ªaz Ayuso parece decidida a hacerse camisetas con la idea. Ella est¨¢ haciendo de la supervivencia de los fuertes un m¨¦todo de gesti¨®n: no quiere planes ni expertos, solo que se salven los que puedan. Sin embargo, esta tristeza de ahora no la ha producido ni un solo l¨ªder ni un solo partido.
Pol¨ªticamente hablando, la confirmaci¨®n exterior de que merecemos existir nos la deber¨ªa proporcionar la sensaci¨®n de formar parte de algo m¨¢s grande que nosotros y que es bueno. De hecho, cuando sal¨ªamos a aplaudir a los sanitarios y a todos los trabajadores esenciales durante el confinamiento, nos sent¨ªamos orgullosos, felices por momentos. La gente pon¨ªa m¨²sica en sus balcones y bail¨¢bamos el Resistir¨¦. La situaci¨®n era tan desoladora como en estos d¨ªas o puede que m¨¢s. Pero nuestro ¨¢nimo era otro. Entonces a¨²n sent¨ªamos que form¨¢bamos parte de un sistema donde merec¨ªamos existir. Donde las repartidoras eran hero¨ªnas y los cajeros de supermercado superh¨¦roes. Hoy ya sabemos c¨®mo trata nuestro sistema a los h¨¦roes de barrio. En Madrid, Isabel D¨ªaz Ayuso ha decidido encerrarlos y dejarlos salir solo para servir a los que ganan m¨¢s dinero que ellos. Necesit¨¢bamos crear la sociedad de los cuidados y la conciliaci¨®n y apareci¨® el monstruo de la segregaci¨®n y el abuso. Porque hoy tambi¨¦n sabemos como trata nuestro sistema a los m¨¦dicos: peor que en toda Europa y a los maestros, ¨ªdem.
Es imposible no estar tristes porque nunca antes ha sido tan evidente que en Espa?a la partitocracia est¨¢ por encima de la democracia. O, lo que es lo mismo, las necesidades de los partidos pol¨ªticos est¨¢n por encima de las necesidades de los ciudadanos. C¨®mo no estar tristes ahora que una gesti¨®n ejemplar se ha convertido en cuesti¨®n de vida o muerte. L¨¢stima que llevemos demasiados a?os sin hacer los deberes. La sanidad no funciona como deber¨ªa, tampoco la educaci¨®n, tampoco las autonom¨ªas, ni tampoco las ¨²ltimas urgencias, ni los rastreadores, ni la aplicaci¨®n Radar Covid, ni los test de ant¨ªgenos que podr¨ªan haber llegado a tiempo o a todos¡ Ni siquiera el wifi es estable en todo el territorio nacional. Todo lo que deber¨ªa haber sido s¨®lido se desvaneci¨® en el aire.
Por lo dem¨¢s, puede que nos hayan robado hasta la tristeza. Porque lo de que estamos tristes es algo que procuramos decir poco, especialmente ahora que sobrevivir es m¨¢s que suficiente y la melancol¨ªa parece un lujo reservado a quienes tienen comida, techo y salud. Como si ceder al desaliento fuera una actitud de caprichosos o d¨¦biles de car¨¢cter. No es as¨ª: la tristeza es una forma de enfado. Estamos enfadados por estar aqu¨ª, por haberlo aceptado todo, por no haber pedido cuentas antes, por dejar que nuestro mundo se derrumbara ante nuestros ojos mientras gir¨¢bamos la cabeza a otra parte. Por haber sido desatentos, sumisos y moralmente mediocres. No hay consuelo, pero es la hora de empezar por otro principio. Y esto ya es una obligaci¨®n ante la que no podemos volver el rostro.
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