Dios nos asista
Supimos reconciliarnos tras la muerte del dictador. Pero hoy corren malos tiempos para la democracia, con la salud y la econom¨ªa amenazadas y el sistema socavado por la incompetencia de los l¨ªderes
El gobernante es por lo com¨²n un hombre d¨¦bil, entregado al oleaje de las pasiones populares.
Indalecio Prieto (Mayo, 1936)
Cees Nooteboom, laureado escritor holand¨¦s afincado en Menorca, declar¨® hace d¨ªas, antes de recibir el Premio Formentor, que los espa?oles no saben reconciliarse. Se equivocaba. No solo supimos reconciliarnos, sino que lo hicimos tras la muerte del dictador, con humildad y valent¨ªa, no exentas de miedo a la repetici¨®n de los errores del pasado. Pero la casta pol¨ªtica, lleve coleta, mo?o, o gaste brillantina, sigue entregada al oleaje de las pasiones que, de no amainar, acabar¨¢ por hundirla a ella y, de paso, ahogarnos a todos. Corren malos tiempos para la democracia, amenazadas como est¨¢n la salud y la econom¨ªa de los ciudadanos y socavado el sistema por la ignorancia, la vanidad y la incompetencia de los l¨ªderes.
La semana pasada marcar¨¢ un hito en el historial de la estulticia y la miseria moral de quienes tienen la responsabilidad de conducir la nave del Estado, y no solo del nuestro, desde el poder o desde la oposici¨®n. El dantesco espect¨¢culo que nos ofrecieron los candidatos a la presidencia de la primera potencia mundial, enredados entre la brutalidad de uno y el pasmo del contrincante, puso de relieve que nuestros males son por desgracia casi universales. Lejos de servirnos de consuelo, eso aumenta la incertidumbre. La polarizaci¨®n pol¨ªtica de las sociedades occidentales, gobernadas muchas de ellas por ignorantes y legos, est¨¢ poniendo en riesgo severo el futuro de la democracia.
Al igual que en la tragicomedia interpretada por Biden y Trump, en Espa?a se acumulan los sainetes, los dramas y las derrotas del sentido com¨²n, que parece haber abandonado a quienes nos gobiernan. En menos de siete d¨ªas hemos vivido diversas agresiones letales a nuestro sistema pol¨ªtico, perpetradas por quienes se supone son los encargados de defenderlo. Ah¨ª est¨¢n sin ir m¨¢s lejos la prohibici¨®n al Rey de viajar a Catalu?a; la decisi¨®n del Ayuntamiento de Madrid de retirar el nombre a las calles de la capital en memoria de los fundadores del partido socialista; la confrontaci¨®n entre Gobierno central y comunidades auton¨®micas a la hora de establecer medidas contra la extensi¨®n de la pandemia, y las consecuencias de diversas decisiones judiciales, entre las que sobresale la inhabilitaci¨®n al que fuera presidente de la Generalitat catalana.
Que el Gobierno considere que una visita del jefe del Estado a cualquiera de los territorios del mismo puede generar un problema de convivencia ciudadana, solo habla de la incapacidad para afrontar el principal desaf¨ªo pol¨ªtico que tiene nuestro pa¨ªs: la sedici¨®n separatista alimentada por los poderes p¨²blicos catalanes. Ya en la anterior legislatura don Felipe y su s¨¦quito se refugiaron en un restaurante ante la imposibilidad de entregar los Premios Princesa de Girona en dicha ciudad. La gravedad del nuevo incidente reside en lo irregular del comportamiento de La Moncloa. Es cuando menos discutible que el hecho de que los actos del Rey tengan que estar refrendados por el Gobierno equivalga a la necesidad de un permiso previo para sus desplazamientos por el territorio nacional. Ni para que presida protocolariamente un acto del poder judicial, independiente del Ejecutivo, al que no tiene que rendir cuentas. El Tribunal Constitucional deber¨ªa pronunciarse a este respecto. El oscurantismo sobre los motivos de la decisi¨®n, y el chalaneo a?adido para garantizar un apoyo parlamentario al Gobierno, son s¨ªntomas de su extrema debilidad y su reiterada falta de respeto a la jefatura del Estado, a quien corresponde constitucionalmente el arbitraje y moderaci¨®n del regular funcionamiento de las instituciones. Acusado el presidente de no defender al Monarca frente a los catetos insultos de su ministro de Consumo, su colega de Justicia se mostr¨® durante un debate en Cortes dispuesto a derramar ¡°hasta la ¨²ltima gota de mi sangre¡± en defensa de la Monarqu¨ªa y de la Constituci¨®n. Tampoco es para tanto. Basta con no impedir que el Rey viaje a provincias.
Pero el problema no es tanto lo mal que lo pueda hacer el Gobierno, porque la oposici¨®n lo hace todav¨ªa peor. Por m¨¢s que el se?or Casado insista en que no puede pactar con el se?or S¨¢nchez porque encarna su alternativa, cunde la convicci¨®n de que no sucede as¨ª de ning¨²n modo: el h¨¢bito le viene grande al monje. Lo pone de relieve entre otras cosas su incondicional apoyo a la persona m¨¢s incompetente de cuantas han gobernado la Comunidad de Madrid, y cualquier otra comunidad, especialmente en lo que se refiere a la lucha contra la pandemia. La actitud de la presidenta D¨ªaz Ayuso constituye una inesperada ayuda para recuperar la imagen de la gesti¨®n gubernamental, merecedora de las m¨¢s severas cr¨ªticas. El resultado es la absoluta desconfianza de la ciudadan¨ªa respecto a sus dirigentes, tanto del Gobierno central como del regional. Da toda la impresi¨®n de que no han aprendido nada y no saben qu¨¦ hacer, ni cu¨¢ndo ni c¨®mo hacerlo.
Es improbable que ning¨²n Gobierno del mundo salga indemne de una crisis tan gigantesca como la que padecemos y cuyas peores consecuencias est¨¢n todav¨ªa por aflorar. Habr¨¢ qu¨¦ ver qu¨¦ sucede en las elecciones americanas, en las que la ¨²nica esperanza ante tanto desprop¨®sito es que el pa¨ªs cuente con una vicepresidenta negra, hija de inmigrantes, capaz de luchar contra la desigualdad y reformar el sistema sin tratar de subvertirlo. En nuestro caso la destrucci¨®n de los dos partidos centrales a manos de sus propios l¨ªderes, la confrontaci¨®n entre bloques pol¨ªticos y medi¨¢ticos y la falta de un proyecto capaz de sumar a los ciudadanos en la persecuci¨®n del bien com¨²n, ha estallado en una confusi¨®n ingobernable despu¨¦s de que el inesperado evento de la epidemia viniera a disturbar los planes de la dirigencia. En las televisiones, en el Parlamento, solo se escuchan insultos, acusaciones y nader¨ªas. Pol¨ªticos y periodistas andan enzarzados en disputas sin cuento. Los ¨²nicos beneficiarios de su gaitrinar acabar¨¢n siendo los sicofantes de la Espa?a profunda, que ya exhiben la cara del Bolsonaro espa?ol, con armas al hombro y todo. ?nicamente en el 23-F padec¨ª antes el desasosiego que me infundi¨® el discurso, y el tono en que lo pronunci¨®, del se?or Ortega Smith para combatir a sus enemigos de una guerra civil que ¨¦l no vivi¨®: los se?ores Prieto y Largo Caballero. Pero de nuevo lo peor no fue su insensata propuesta, ensayada igualmente por amplios sectores de la izquierda, de convertir su particular desmemoria en la memoria hist¨®rica com¨²n que nuestro pa¨ªs necesita. Lo incre¨ªble fue ver c¨®mo el Partido Popular y Ciudadanos votaban a su favor, echando por tierra una resoluci¨®n de hace d¨¦cadas que persegu¨ªa cimentar la reconciliaci¨®n entre los espa?oles. Con ello no han logrado sino arrojar m¨¢s le?a al fuego de una confrontaci¨®n que por desgracia apela a los instintos criminales de la pol¨ªtica. Como dijo Santiago Carrillo, la memoria hist¨®rica apenas tiene sentido si no se la vincula al presente y al futuro. Quede la interpretaci¨®n del pasado para los historiadores. Y aprendan las nuevas generaciones que Indalecio Prieto, promotor de la revoluci¨®n de Octubre de 1934, fue tambi¨¦n durante los a?os cuarenta un incansable negociador con don Juan de Borb¨®n para restaurar la democracia bajo su padrinazgo. Propuso entonces ¡°una soluci¨®n plebiscitaria para que el pueblo espa?ol determine libremente el r¨¦gimen que prefiera. Un r¨¦gimen as¨ª proclamado, aunque fuese el mon¨¢rquico, lo acatar¨ªamos¡±. Es exactamente lo que sucedi¨® en el refer¨¦ndum sobre la Constituci¨®n espa?ola de 1978, que devolvi¨® la soberan¨ªa y la libertad al pueblo espa?ol. Aquel plebiscito sell¨® la reconciliaci¨®n que todos anhel¨¢bamos, y que hoy los facciosos tratan de sepultar. Hace dos siglos, en parecidas circunstancias, Larra explicaba que ¡°esto se acabar¨¢ pronto de un modo u otro; y en prueba de ello se empiezan ya a acabar dos cosas: el dinero y la paciencia¡±. As¨ª lo estamos viendo ahora, e impresiona lo poco que hemos cambiado en doscientos a?os. La soluci¨®n la daba el propio Larra: Dios nos asista.
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