Cogobernanza
Es preciso que funcione y que se perciba como un instrumento que mejora la gesti¨®n y la comunicaci¨®n de una crisis de esta envergadura
Para hacer algo a medias hay que fiarse del otro. O, como m¨ªnimo, presumirle la mejor de las intenciones, aunque pueda fallar. Pero la lealtad institucional lleva a?os desaparecida de Espa?a. Hemos desembocado en la segunda ola con la gesti¨®n de la pandemia descentralizada y el Gobierno central casi desaparecido. Durante la primera ola, lo m¨¢s suave que se dijo del estado de la alarma y el mando ¨²nico era que persegu¨ªa una dictadura constitucional. Ahora se aprueban reglas en el Consejo Interterritorial de Salud y un nuevo estado de alarma para seis meses que dura cuatro d¨ªas. Porque Madrid no se ley¨® la letra peque?a y quiere otras normas y porque Asturias considera que se qued¨® corto. Del hiperliderazgo en la primavera con Pedro S¨¢nchez compareciendo en largu¨ªsimas ruedas de prensa cada semana hemos pasado a la ausencia total de liderazgo en el oto?o. Escuchamos a Merkel, Macron, Conte o Costa y a continuaci¨®n nos esforzamos en trazar el mapa de 17 portavoces para saber d¨®nde estamos nosotros. El respeto a la autonom¨ªa de las comunidades no impide, sino que exige mayor coordinaci¨®n y un presidente que se dirija a la ciudadan¨ªa en nombre de todos.
La lealtad institucional estall¨® por los aires durante el proc¨¦s catal¨¢n. Pero para entonces llev¨¢bamos a?os en los que el respeto a las instituciones consist¨ªa en que el bipartidismo imperfecto se repartiera la tostada. M¨¢s que lealtad, era la versi¨®n pol¨ªtica del chiste del dentista ¡°?verdad que no vamos a hacernos da?o?¡±. Por no tener, no tenemos ni una memoria democr¨¢tica compartida. A sacar restos humanos de las cunetas para darles sepultura se le llama reabrir heridas. O en el mejor de los casos, un chasquido de hast¨ªo se dibuja en la boca de los liberales de centro, siempre tan neutrales e ideales en la acusaci¨®n de sectarismo a los dem¨¢s.
El experimento de la cogobernanza en la pandemia puede definir el futuro del complejo Estado espa?ol. Pero es preciso que funcione y que se perciba como un instrumento que mejora la gesti¨®n y la comunicaci¨®n de una crisis de esta envergadura. Arbitrando los mecanismos legales para el obligado cumplimiento de los acuerdos y con un liderazgo claro. Lo contrario provoca inevitablemente la sospecha de que todos est¨¢n buscando la mejor manera de escurrir el bulto y que las decisiones dif¨ªciles siempre las tome el otro.
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