La primera vez
Las derivas que pueden debilitar la democracia empiezan mucho antes de sucesos como el vivido el 6 de enero en Washington. Hay que detectarlas para detenerlas a tiempo, tambi¨¦n en Europa y en Espa?a
Hab¨ªa inquietantes se?ales de que algo pod¨ªa acabar mal bajo la demag¨®gica y populista presidencia de Trump. El asalto al Capitolio propiciada por el presidente ha desbordado los peores pron¨®sticos. La pregunta pertinente es cu¨¢ndo comenz¨® a incubarse la furia destructora y c¨®mo fue posible. La pertinencia deriva de que tambi¨¦n a este lado del Atl¨¢ntico ¡ªy en el mundo en general¡ª percibimos se?ales de que la democracia se enfrenta a dificultades de nuevo signo, desconocidas desde el final de la segunda guerra mundial.
Es necesaria una reflexi¨®n sobre lo que nos pasa y considerar actitudes, conductas y comportamientos que, aunque hoy todav¨ªa puedan parecer inocentes, no auguran nada bueno para el futuro si conducen a debilitar la democracia.
En la escena final de la pel¨ªcula Vencedores o vencidos, el juez Janning (Burt Lancaster) ¡ªel ¨²nico que con dignidad asume ante el tribunal de N¨²remberg sus culpas¡ª ruega, ya en prisi¨®n, al presidente del Tribunal (Spencer Tracy) que acceda a visitarle en su celda, pues tiene algo importante que comunicarle. Necesita que al menos ¨¦l ¡ªcuya sentencia condenatoria por los concretos actos le reconoce justa¡ª supiera que su conducta le diferenciaba de los dem¨¢s condenados, ya que desconoc¨ªa aquellos horrores de los campos de concentraci¨®n y exterminio, por lo que nunca supuso que el r¨¦gimen nazi y sus excesos pudieran llegar a eso. La respuesta de Tracy es lapidaria: ¡°Se?or Janning, se lleg¨® a eso la primera vez que usted conden¨® a muerte a un hombre sabiendo que era inocente¡±.
Salvando las enormes distancias, recordarlo nos sirve para alertarnos sobre la necesidad de detener desde sus comienzos determinadas derivas que pueden da?ar gravemente a una democracia. Da?o que en el caso de EE UU esperamos que pueda ser superado, pero que exige considerar d¨®nde est¨¢n las primeras causas de esa situaci¨®n a la que, tampoco, nadie supon¨ªa que se podr¨ªa llegar.
No podr¨¢n justificarse en el futuro hechos como los del 6 enero diciendo que no pod¨ªa suponerse que las cosas fueran a llegar a eso. Siempre hay una primera vez, un primer paso que nos encamina al caos. Los sucesos del 6 de enero no ser¨¢n los delitos del juez Janning (podr¨¢n serlo de otra naturaleza), pero el prop¨®sito aqu¨ª es resaltar la necesidad de atajar desde el principio conductas que acaben debilitando la democracia o provocando la polarizaci¨®n social y la violencia; de detectarlas a tiempo para no lamentarlas despu¨¦s. Esa detecci¨®n afecta a nuestros amigos estadounidenses y, tambi¨¦n, a todos los dem¨®cratas del mundo, especialmente a los europeos, pues aqu¨ª encontramos algunas de las mismas tendencias preocupantes.
La primera vez que se consinti¨® llegar a eso, incluso sin saberlo, pudo ser cuando algunos asumieron como normal que la democracia se entendiese como un combate entre grupos incompatibles y como un m¨¦todo que solo sirve para determinar qui¨¦n oprime a qui¨¦n tras la victoria correspondiente; o cuando se admiti¨® que el lenguaje diario sirviera para cavar conceptualmente trincheras entre unos y otros ¡ªnosotros y ellos, la derecha fascista y la izquierda roja¡ª concibiendo al otro como el mal absoluto con el que no se puede ni hablar. O cuando cualquier trato se empez¨® a considerar como una traici¨®n y una apostas¨ªa de la ¨²nica verdad de la que cada uno se considera portador y a la que se consagra.
Ha habido muchas primeras veces en EE UU, pero tambi¨¦n en Europa y en Espa?a, en que no se ha pensado que determinadas conductas o concepciones pod¨ªan llegar a debilitar la democracia. Tal vez porque se supone que todo lo que no es delito o tiene el amparo de alg¨²n derecho o libertad puede hacerse, sin considerar que, m¨¢s all¨¢ de lo que sea delito, est¨¢ una ¨¦tica y una moral democr¨¢tica que, de la misma forma que la ¨¦tica ¡ªsea laica o religiosa¡ª nos obliga m¨¢s all¨¢ del C¨®digo penal.
Hubo una primera vez, tambi¨¦n, en EE UU cuando se dej¨® que Trump pusiera en peligro la defensa de Ucrania porque su presidente no accedi¨® a satisfacer sus intereses personales. O cuando aseguraba, tras la marcha violenta en Charlotesville en 2017, que hab¨ªa ¡°buena gente en los dos lados¡± cubriendo a los neonazis; o cuando deso¨ªa las advertencias del FBI sobre los peligros de la extrema derecha supremacista; o cuando... para qu¨¦ seguir. Pero de esa conducta el ¨²nico responsable no fue ¨¦l. Tambi¨¦n lo fueron los medios afines que lo jaleaban o las empresas que hac¨ªan lo mismo ayudando a la polarizaci¨®n.
Tal tipo de pr¨¢cticas no son ajenas a Europa ni a Espa?a. La democracia la conciben aqu¨ª algunos como un hecho de la naturaleza que nadie puede destruir. Sin embargo, no es indestructible; es el m¨¢s resistente de los sistemas, pero si lo cuidamos. Y algunos parecen esforzarse en debilitarlo, aunque es probable que sin darse cuenta. No podr¨¢ admit¨ªrseles que un d¨ªa quieran justificarse alegando que no sospechaban que pudiera llegarse a eso; o que es responsabilidad de los dem¨¢s el llegar tan lejos, pese a que quien as¨ª se justifique se haya afanado previamente en socavar los cimientos de la democracia misma.
La primera vez que, inconscientemente, se empez¨® por algunos (pol¨ªticos, medios u organizaciones sociales) a poner las bases para llegar a eso fue al describir y configurar a los partidarios de unas u otras posiciones como tribus enemigas a las que demonizar y en cuanto fuera posible exterminar; o la primera vez que se utiliz¨® el recurso de hacer con ligereza los peores juicios de intenciones del adversario pol¨ªtico sin contraste alguno con la realidad, sino simplemente porque eso ayudaba a diferenciar a unos de otros aunque fuera sacrificando los hechos. O la primera vez que se calific¨® de malos catalanes a quienes no fueran independentistas o se defendi¨® despreciar las reglas del estatuto para aprobar leyes o modificar el estatuto o la Constituci¨®n. O la primera vez que responsables pol¨ªticos no tuvieron empacho en expresar alabanzas de la dictadura; o en justificar manifestaciones junto al Congreso porque no nos representan; o cuando algunos diputados animaron a manifestantes de fuerzas y cuerpos de seguridad que llegaban hasta las puertas del Congreso; o en justificar los escraches domiciliarios. O la primera vez que se menospreci¨® una Constituci¨®n o transici¨®n que consigui¨® un consenso jam¨¢s logrado en este pa¨ªs; Constituci¨®n que es el cimiento m¨¢s firme sobre el que construir el futuro, siempre con respeto al sistema de perfecci¨®n y reforma que permite.
Tomemos nota de las primeras conductas que, sospech¨¢ndolo o no, pueden debilitar la democracia. ?sta debe encauzar conflictos inevitables y hacerlo observando las reglas del pluralismo, la mayor¨ªa y el respeto a la minor¨ªa y a los derechos y libertades; observando la Constituci¨®n y su esp¨ªritu: el de una democracia deliberativa. Deliberar con los dem¨¢s y escucharles no es un tr¨¢mite engorroso a soportar, sino una profunda obligaci¨®n moral y constitucional de esforzarse en comprender las razones del otro y atenderlas hasta donde sea posible, dentro del leg¨ªtimo pluralismo que justifica pol¨ªticas diferenciadas. Obligaci¨®n moral derivada de la Constituci¨®n o ¨¦tica constitucional y democr¨¢tica que es garant¨ªa de una democracia s¨®lida y plural, cuando nos hace ver al otro, no como un obst¨¢culo a soportar, sino como una pieza indispensable del sistema democr¨¢tico que lo deja abierto al futuro y a la esperanza de todos.
Tom¨¢s de la Quadra-Salcedo Fern¨¢ndez del Castillo es catedr¨¢tico em¨¦rito de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III y exministro de Justicia.
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