Un paisaje de trastorno
En el discurso de Trump del pasado mi¨¦rcoles, con el gesto mussoliniano, la muchedumbre rugiendo y las banderas al viento, est¨¢ contenido todo el vendaval terror¨ªfico y grotesco del asalto al Congreso
A su alrededor las banderas ondulaban al viento helado de enero en Washington, pero el peinado de Donald Trump apenas se estremec¨ªa, ni siquiera cuando gesticulaba alzando la voz enronquecida con una furia en la que hab¨ªa una parte de histrionismo de comediante c¨ªnico. Durante una hora y 13 minutos estuvo hablando sin parar, sin consultar ning¨²n papel, sin progresar en ning¨²n argumento, dej¨¢ndose llevar en un mon¨®logo que cambiaba a cada momento de direcci¨®n, aunque volv¨ªa una y otra vez, con obcecaci¨®n man¨ªaca, a unos cuantos latiguillos verbales, a pasajes de burla o parodia, a superlativos megal¨®manos, a cataratas de cifras a la vez detalladas y delirantes, que brotaban atropelladamente de su boca contra¨ªda en una perpetua mueca de narcisismo jactancioso y contrariado. Desde un podio adornado con el sello de la presidencia, contra el fondo solemne de la Casa Blanca, Trump desgranaba fantas¨ªas que iban m¨¢s all¨¢ de la simple mentira para despe?arse en la locura. En Pensilvania el n¨²mero de votos emitidos hab¨ªa superado en 205.000 al n¨²mero de electores legales. Centenares de sacos llenos de votos hab¨ªan aparecido en un parque. Nebulosos enemigos estaban planeando derribar el memorial de Jefferson y tal vez tambi¨¦n el de Lincoln. Menores de edad, extranjeros indocumentados, muertos que llevaban a?os en los cementerios, hab¨ªan constado como votantes a favor de Joe Biden.
La muchedumbre rug¨ªa ante la magnitud de la estafa y ¨¦l se recreaba en el clamor con ese gesto mussoliniano de complacencia y arrogancia que consiste en bajar los p¨¢rpados y alzar mucho la barbilla. Washington es una ciudad de espacios muy abiertos y perspectivas desoladas en las que no hay protecci¨®n contra el viento invernal. Las banderas se agitaban con esa elocuencia ¨¦pica a la que por alg¨²n motivo no son tan propensas las de otros pa¨ªses de patriotismo menos enardecido. Pero el peinado de Trump, en el que seg¨²n su declaraci¨®n de impuestos invirti¨® m¨¢s de 70.000 d¨®lares el a?o pasado, manten¨ªa su contorno improbable, y su agraviada vehemencia no llegaba a descomponer un resabio de comediante que sigue observando con frialdad el efecto de su impostura sobre un p¨²blico entregado, la eficacia que siguen teniendo una y otra vez sus ocurrencias m¨¢s sobadas.
Es imprescindible ver en YouTube esos 73 minutos, sin distraer la atenci¨®n, para enfrentarse al enigma de la mendacidad humana y de la inclinaci¨®n equivalente a creer lo inveros¨ªmil, a venerar a un histri¨®n como si fuera un mes¨ªas, a preferir la irracionalidad a la cordura, o al sentido com¨²n. En el mon¨®logo de Donald Trump hay una evidencia de trastorno, y tambi¨¦n la hay de c¨¢lculo y de astucia. Como ha ocurrido con otros dirigentes megal¨®manos, Donald Trump es un loco que finge su locura, que la pone en pr¨¢ctica a voluntad y se complace en los papeles diversos que le permite interpretar. Es el magnate con un avi¨®n privado con grifos y retretes chapados en oro y es el hombre del pueblo que habla con los giros y la llaneza de la gente com¨²n, sin el esnobismo y los miramientos verbales de las ¨¦lites. Es el candidato triunfador que ha obtenido una victoria mayor que la de ning¨²n otro presidente en la Historia, pero tambi¨¦n es la v¨ªctima de la conspiraci¨®n m¨¢s sucia que ha existido nunca. Hace una ostentaci¨®n de su riqueza, de sus campos de golf y sus rascacielos, pero de pronto se transforma en luchador solitario y heroico contra los poderosos que dominan injustamente el mundo: ¡°Los grandes donantes¡±, denuncia, ¡°las grandes tecnol¨®gicas, los grandes medios de comunicaci¨®n¡±. De la ira b¨ªblica, de la gravedad severa, puede pasar en un momento a la parodia y al chiste, recre¨¢ndose en las carcajadas de la multitud cautiva: imita al senador Mitt Romney adoptando una postura envarada y una voz balbuceante de idiota; se burla de ¡°Joe¡±, el viejecito medroso que hizo la campa?a, dice ¨¦l, en el s¨®tano de su casa, cubierto por una mascarilla. Abre los brazos con una sonrisa casi de picard¨ªa y pregunta, esperando la gran carcajada: ¡°?Alguien cree que Joe haya podido sacar 80 millones de votos?¡±.
Por debajo de la farsa late la incitaci¨®n inmemorial al resentimiento, el elogio de la fuerza bruta y la burla de todo lo que parezca debilidad o blandura, el se?alamiento de los poderes oscuros que lo dominan todo y humillan al pueblo, la llamada a rebato contra los extranjeros y los enemigos, que son numerosos y amenazan por todas partes y adem¨¢s son cobardes y act¨²an a traici¨®n. Ver el discurso de Donald Trump el mi¨¦rcoles por la ma?ana era como tener delante la pantalla de uno de esos esc¨¢neres en los que se ven im¨¢genes del cerebro en plena actividad, masas blancas y corrientes agit¨¢ndose muy parecidas a las de los frentes nubosos y las espirales de los ciclones captadas por los sat¨¦lites. Todo son grumos verbales que se forman, se disuelven, vuelven a formarse, el robo de las elecciones, el muro en la frontera con M¨¦xico, la traici¨®n de los cobardes y los blandos, la ira justiciera del pueblo que ya no est¨¢ dispuesto a admitir m¨¢s enga?os, que va a drenar en¨¦rgicamente el pantano de la corrupci¨®n pol¨ªtica. A cada momento la voz se va volviendo m¨¢s ronca, igual que el clamor de la muchedumbre, compacta como un ej¨¦rcito, abrigada contra el viento invernal, alzando sus banderas y sus pancartas, sus invocaciones dobles a Dios y a las armas de fuego. Les anima a avanzar en l¨ªnea recta y en masa hacia el otro lado de la avenida, donde diputados y senadores que ahora mismo se entretienen en sus formalidades de politiqueo recibir¨¢n el gran susto de esa gran inundaci¨®n del pueblo soberano. Junto al furor casi af¨®nico de su arenga nunca falta una media sonrisa. El comediante supremo promete que ¨¦l mismo se unir¨¢ a la manifestaci¨®n, liderando a los suyos, con la energ¨ªa mesi¨¢nica en la que pone su fe toda esta gente empapada de im¨¢genes del Antiguo Testamento y del Apocalipsis. El nuevo Mois¨¦s, al que este viento helado no llega ni a rizarle un solo cabello, por supuesto que se retirar¨¢ en su limusina blindada mientras el mar de sus fieles avanza en direcci¨®n contraria, intoxicada por el veneno que ¨¦l y sus aliados en la pol¨ªtica y en los medios llevan difundiendo muchos a?os. El lenguaje de la rabia y de la paranoia se mezcla al de las sacralizaciones americanas del patriotismo, la idea providencial y m¨¢s bien aterradora de una naci¨®n excepcional designada y bendecida por Dios: la ciudad luminosa en una colina, el faro de la democracia en el mundo, etc¨¦tera.
No hay que apartar ni un momento los ojos de la pantalla durante los 73 minutos del discurso de Trump. En ¨¦l est¨¢ contenido todo lo que viene despu¨¦s, el vendaval terror¨ªfico y grotesco del asalto al Congreso, que ¨¦l sigui¨® en directo en la televisi¨®n como si viera un partido de f¨²tbol americano. El comediante histri¨®n se queda a salvo de la furia que ha desatado ¨¦l mismo. El trastorno que padece y a la vez interpreta es la realidad en la que han elegido vivir esas decenas de millones de sus compatriotas que siguen convencidos de su grandeza y de su victoria electoral.
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