Despu¨¦s de Trump
EE UU se adentra en una ¨¦poca de gran incertidumbre, enfrentado a un enemigo interior poderoso y bajo la sombra de una amenaza nunca vista: la del autoritarismo involucionista. Las instituciones por fortuna resisten
Los sucesos del 6 de enero en Washington dejan, entre otras muchas consideraciones, una duda fundamental: ?se trata de un accidente del que la democracia norteamericana, que nunca hab¨ªa sufrido una experiencia semejante, saldr¨¢ aleccionada y robustecida o representa el primer cap¨ªtulo de un proceso de desestabilizaci¨®n que puede tener manifestaciones m¨¢s organizadas y peligrosas en el futuro? Una vez que el cabecilla e instigador de este golpe, el presidente Donald Trump, abandone la Casa Blanca la pr¨®xima semana, ?perder¨¢ por completo su influencia sobre los m¨¢s de 74 millones de personas que le votaron? ?Habr¨¢ trumpismo sin Trump?
La victoria de Donald Trump en 2016 fue la consumaci¨®n de un prolongado periodo de distanciamiento entre la institucionalidad del sistema pol¨ªtico ¡ªlo que los populistas llaman las ¨¦lites¡ª y millones de ciudadanos, principalmente en ¨¢reas rurales, que se cre¨ªan desatendidos, ignorados o, en el caso extremo, traicionados. Desde hace a?os, estos ¨²ltimos plantean el conflicto en los t¨¦rminos de una revoluci¨®n pendiente, y de ah¨ª el nacimiento hace algo m¨¢s de una d¨¦cada en el seno del Partido Republicano del Tea Party, nombre que remite a la ¨¦pica de la lucha contra el Imperio Brit¨¢nico. Trump fue la expresi¨®n electoral definitiva de ese movimiento, aunque su personalidad narcisista lo empujara despu¨¦s a asumir un protagonismo mayor del esperado y aparecer como el caudillo de una causa de la que, fundamentalmente, se sirvi¨®.
Dicho en otras palabras, ya exist¨ªa trumpismo antes de Trump, si entendemos el trumpismo como lo que es, populismo antisistema y, por tanto, antidemocr¨¢tico. Y seguir¨¢ existiendo incluso si el nombre de Trump desaparece por completo del panorama de EE UU. No ser¨¢ f¨¢cil que esto ocurra. Trump es ya un personaje t¨®xico para todo el establishment norteamericano, incluida una parte del Partido Republicano, pero basta con que una porci¨®n menor de quienes le votaron, digamos 10 millones, entienda su ca¨ªda como un nuevo ataque elitista contra el pueblo llano para que Trump, convertido en v¨ªctima, pueda a¨²n representar un serio peligro en el futuro.
En todo caso, no es Trump el mayor desaf¨ªo. Las peores amenazas contra la democracia norteamericana proceden de la divisi¨®n en la que Trump surgi¨®, de las complicidades en las que se sostuvo su presidencia, de las lealtades que gener¨® y de las expectativas que aliment¨® entre una masa que entiende el progreso social y la diversidad que se abren paso como un ataque directo a sus tradiciones y a sus intereses. En todo ello ha sido pieza fundamental el Partido Republicano. Su sorprendente ¨¦xito en las primarias le dio a Trump un poder imprevisto en el Partido Republicano, del que ni siquiera era un miembro destacado hasta ese momento, y el partido no tuvo el menor escr¨²pulo en arrodillarse ante ¨¦l a cambio del poder que les devolv¨ªa. Nada de lo ocurrido en estos ¨²ltimos cuatro a?os hubiera sido posible sin la connivencia de los dirigentes republicanos, muchos de ellos plenamente conscientes de la personalidad patol¨®gica de Trump, de sus tendencias autoritarias y de sus intenciones antidemocr¨¢ticas.
Ahora el virus populista se ha apoderado ya del Partido Republicano. Siete senadores y 138 miembros de la C¨¢mara de Representantes republicanos votaron en la noche del 6 de enero, unas horas despu¨¦s del violento asalto de la turba, a favor de la falsedad sembrada por Trump sobre el fraude electoral. Esos congresistas no s¨®lo se estaban protegiendo frente a la extensa porci¨®n de su electorado que cree esa mentira a pies juntillas, sino tomando posiciones ante el futuro pol¨ªtico del partido y del pa¨ªs.
El Partido Republicano se encuentra hoy en una dif¨ªcil encrucijada en la que tiene que optar entre recuperar el comportamiento institucional, a cambio de enajenar a una parte considerable de sus votantes a los que, con Trump, hab¨ªa convencido de estar al lado de su utop¨ªa insurreccional, o profundizar en la v¨ªa rupturista iniciada hace a?os hasta acabar en el fascismo m¨¢s descarnado. Si aceptamos que queda algo de sentido com¨²n en el viejo partido de Abraham Lincoln, lo m¨¢s probable es que los primeros sean hoy mayor¨ªa, aunque las tensiones entre ambos bloques se extender¨¢n todav¨ªa durante a?os sin que sea sencillo pronosticar su final.
Cuando al populismo, con su divisi¨®n, su demagogia, su simpleza, su docilidad, se le abre la puerta de un partido, tambi¨¦n en la izquierda, es muy dif¨ªcil expulsarlo despu¨¦s. Mucho m¨¢s grave es cuando un pa¨ªs entero se ve afectado por esa lacra. El descontento, la frustraci¨®n, incluso la rabia, no son, por supuesto, fen¨®menos desconocidos en Estados Unidos. Desde su Guerra Civil, una suerte de segunda fase de su guerra de Independencia, este pa¨ªs ha conocido graves turbulencias pol¨ªticas, con frecuencia violentas. Todas ellas, sin embargo, se afrontaron bajo el paraguas de un sistema que representaba a todos. El prop¨®sito del movimiento por los derechos civiles era el de lograr el pleno reconocimiento de la democracia norteamericana, no su destrucci¨®n. Este pa¨ªs ha sido muchas veces cr¨ªtico con sus gobernantes, ha denunciado la corrupci¨®n y los abusos de poder, pero siempre ha celebrado ¡ªa veces, exageradamente¡ª las ventajas de vivir al amparo de la bandera de las franjas y las estrellas.
Eso ha cambiado en los ¨²ltimos a?os. Los populistas han hecho creer a una gran parte de la poblaci¨®n que las ¨¦lites se han apropiado del sistema y que lo usan ¨²nicamente en su favor. Les han convencido de que la democracia que les legaron los Padres Fundadores ya no existe, que ha sido destruida por fuerzas diab¨®licas que, a grandes rasgos, est¨¢n representadas por la modernidad y el progreso, y que, por tanto, es necesaria una nueva revoluci¨®n. La diferencia entre lo ocurrido el 6 de enero y otros momentos de convulsi¨®n en Estados Unidos anteriormente es que esta vez no se pretend¨ªa derogar una ley o respaldar una reforma social, sino destruir esta democracia simbolizada en el Capitolio y las personas que all¨ª operan.
Ese terrible episodio dejar¨¢, sin duda, ense?anzas entre quienes quieren defender este sistema y mejorarlo para fortalecerlo y prolongarlo. Es posible que tambi¨¦n valga como se?al de alerta para quienes siguieron hasta ahora de buena fe las consignas de Trump sin reparar en su peligro oculto. Pero, al mismo tiempo, es seguro que servir¨¢ de aprendizaje para los que, convencidos ya antes del 6 de enero de que eran necesarias medidas dr¨¢sticas para impulsar sus fantasiosas reivindicaciones, han comprobado ahora que sus prop¨®sitos son incompatibles con esta democracia y que ya s¨®lo les cabe su liquidaci¨®n. Entre los asaltantes al Congreso hab¨ªa grupos organizados y bien armados; entre sus promotores hay pol¨ªticos de peso y formaci¨®n. Ser¨ªa ilusorio pensar que unos y otros dan la batalla por perdida sin m¨¢s.
No. Estados Unidos se adentra en una ¨¦poca de gran incertidumbre, enfrentado a un enemigo interior poderoso, bajo la sombra de una amenaza nunca vista antes, la del autoritarismo involucionista. Afortunadamente, las instituciones resisten, y si Trump no pudo ir m¨¢s all¨¢ en sus prop¨®sitos es porque los mandos militares se lo impidieron. Pero las instituciones no son totalmente impermeables al populismo, que sabe deslegitimarlas y atacarlas hasta dejarlas inermes. Esta ser¨¢ una batalla de a?os, quiz¨¢ de d¨¦cadas, una batalla decisiva para la supervivencia de la democracia tal como hoy la conocemos, no s¨®lo en Estados Unidos.
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