La construcci¨®n de la memoria
Hay valores morales y sociales que conforman nuestra comunidad que se han visto seriamente da?ados con la pandemia, pero merece la pena construir otra narrativa de nuestro futuro diferente a la oficial
Ha pasado ya un a?o desde que la Organizaci¨®n Mundial de la Salud declarara la emergencia global frente a un nuevo y desconocido virus. Poco tiempo para poder vencerlo, como algunos pol¨ªticos presumen que har¨¢n, pero suficiente para comenzar a construir nuestra memoria de los hechos. Me refiero a la memoria personal de todos y cada uno de nosotros, no a la acumulaci¨®n de datos y estad¨ªsticas, incongruentes, falsarias o, en el mejor de los casos, err¨®neas, que a diario nos vomitan desde las pantallas de televisi¨®n. Esas pueden servir para la Historia, que la suelen escribir los vencedores pese al esfuerzo en contra de los sabios, lo que explica la insidiosa politizaci¨®n de la pandemia. Me refiero a la memoria, individual y colectiva, de la que Freud explic¨® que no es una realidad simple y un¨ªvoca, porque ¡°de tiempo en tiempo el material de las huellas del recuerdo experimenta una nueva ordenaci¨®n¡± una nueva inscripci¨®n consecuente con otras relaciones que lo modifican.
La pregunta esencial es: cuando todo esto acabe, o al menos se estabilice la situaci¨®n, y nos encontremos ante un panorama radicalmente diferente al que hemos vivido en los ¨²ltimos setenta a?os, ?c¨®mo definiremos la sociedad emergente? La memoria sobre los sucesos que han de propiciar su alumbramiento est¨¢ siendo dise?ada desde ahora por el poder, a base de datos y de cifras, de m¨ªtines diarios en los que los gerifaltes transmiten su injustificable autosatisfacci¨®n por lo que consideran el deber cumplido. La mayor¨ªa de los gobiernos comenzaron a escribir la memoria del futuro en los albores de la invasi¨®n del bicho. Nos anunciaron una nueva normalidad que m¨¢s o menos tendr¨ªa que haber coincidido con la est¨²pida aseveraci¨®n que nuestro presidente hizo de que hab¨ªamos vencido al virus. Seis meses despu¨¦s, aqu¨ª siguen la covid y su compa?era, la muerte, con su reguero de amargura y dolor, de pobreza y soledad. La derrotaremos al fin; o quiz¨¢ ni siquiera eso, porque bastar¨¢ con aprender a convivir con ella. Para entonces, ?c¨®mo ser¨¢ el mundo en que hemos de vivir?
El hombre es un ser social, lo que nos distingue del resto de los mam¨ªferos. No obstante, durante el ¨²ltimo a?o el mensaje dominante de las autoridades a la ciudadan¨ªa ha sido que es mejor no relacionarse unos con otros. Esta ausencia de besos, de abrazos, ese insistir en guardar las distancias, enmascarar el rostro, cerrar los lugares de encuentro, incluso los dedicados a la investigaci¨®n y el estudio, nos pasar¨¢ factura. No dudo de la necesidad de que se lleven a cabo. Pero la falta de empat¨ªa que los funcionarios del poder han demostrado con el sufrimiento ajeno es s¨ªntoma de que, si fall¨® la previsi¨®n en la lucha contra pandemia, tambi¨¦n parece que lo ha de hacer respecto a las muy graves consecuencias sociales que empiezan a aflorar por culpa de ella. No solo merecen una evaluaci¨®n econ¨®mica. El dinero no puede ser la medida de todas las cosas, ni los ciudadanos como los especuladores financieros. Hay valores morales y sociales que conforman nuestra comunidad y que se han visto seriamente da?ados en esta coyuntura. Lo deber¨ªa saber mejor que nadie el todav¨ªa ministro de Sanidad, que por lo visto es fil¨®sofo. Aunque lo debe ser como S¨®crates, a base de charlas, porque no se conoce que haya escrito mucho al respecto.
Entre los da?os colaterales de la epidemia resaltan los que amenazan seriamente al presente y futuro de las democracias. En nuestro caso llevamos padeciendo durante casi un a?o la suspensi¨®n permanente de los derechos de libre circulaci¨®n y de reuni¨®n mediante la toma de decisiones de dudosa constitucionalidad, seg¨²n no pocos expertos han puesto de relieve. Pese a ello, el presidente del Gobierno apenas comparece en Cortes para someterse al control del Parlamento, cuyas funciones ya se han visto mermadas por la aplicaci¨®n de la emergencia sanitaria. De paso endosa a las comunidades aut¨®nomas la responsabilidad social y pol¨ªtica de las medidas de salud p¨²blica, incluso las que afectan a nuestros derechos fundamentales; las ruedas de prensa se someten al filtrado tecnol¨®gico de los funcionarios de Moncloa; se trata de vulnerar la independencia del poder judicial; se ningunea el papel del Consejo de Estado; se usa y abusa de la facultad de legislar mediante decretos leyes, en temas que para nada tienen que ver con la alarma sanitaria; hasta el Consejo de Transparencia se ve sometido a purgas.
?C¨®mo ha de extra?ar en ese escenario el espect¨¢culo indecente de un ministro de Sanidad que abandona sus responsabilidades en el peor momento de la amenaza a la salud y las vidas de los espa?oles? Pese a sus protestas en contrario, este fontanero de la tecnocracia del partido nunca ha reconocido ni rectificado errores; ha mantenido al frente de las operaciones, contra la opini¨®n de todos los expertos, a un in¨²til egoc¨¦ntrico cuya incompetencia resplandece cada vez que balbucea una predicci¨®n o manipula una estad¨ªstica; y, por si fuera poco, antepone ahora la paranoia electoral del PSC y sus propias aspiraciones a los intereses generales de los administrados. Nos legar¨¢, eso s¨ª, un pi¨¦lago de confusi¨®n, pues a estas alturas ya no sabemos cu¨¢ndo ni d¨®nde podemos hacer seg¨²n qu¨¦ cosas. Por si fuera poco, su principal colaborador nos acusa de ser los responsables del empeoramiento de la pandemia por habernos divertido demasiado en Nochebuena.
Cuando despertemos de esta pesadilla, asistiremos al nacimiento de un nuevo paradigma en nuestro modelo de convivencia. Afectar¨¢ desde luego al orden internacional, pero tambi¨¦n a los modelos de la econom¨ªa, la distribuci¨®n del empleo y los comportamientos sociales y familiares de las actuales generaciones y las venideras. Contemplaremos tambi¨¦n una exaltaci¨®n de lo colectivo frente al reconocimiento de los derechos individuales, que son la base de toda arquitectura democr¨¢tica. De modo que el poder pol¨ªtico, gobierno y oposici¨®n, deber¨ªa preocuparse m¨¢s por la configuraci¨®n de ese futuro no lejano, que depender¨¢ desde luego del crecimiento del PIB, pero sobre todo del fortalecimiento de la moral p¨²blica y la b¨²squeda del bien com¨²n por encima de los intereses de los partidos y las conspiraciones de los facciosos. Una sociedad tan diversa, fragmentada y contradictoria como la que nos aguarda necesitar¨¢ la elaboraci¨®n de acuerdos que superen los conflictos entre sus miembros. Tambi¨¦n un consenso mayoritario sobre la manera de instrumentarlos. En eso consiste la unidad de los dem¨®cratas. Pero por muchas llamadas a la misma que unos y otros hagan, sus acciones desdicen de semejantes deseos. ?C¨®mo ha de conseguir Pedro S¨¢nchez la unidad que reclama cuando ni siquiera es capaz de lograrla en su propio Gobierno? Una emergencia como la que venimos padeciendo habr¨ªa demandado un pacto nacional con un solo objetivo: dominar la extensi¨®n del virus y garantizar el futuro econ¨®mico y social de los ciudadanos contribuyendo entre todos a la construcci¨®n del nuevo paradigma. Sin embargo, parece cada vez m¨¢s imposible de alcanzar a la medida espa?ola. La raz¨®n no es otra que la falta de liderazgo, el cortoplacismo del poder y los intereses creados.
Por lo dem¨¢s el Gobierno debe creer que al fin y al cabo la unidad, con ser muy deseable, no es tan necesaria cuando el control social se garantiza por los m¨¦todos ya descritos. La renuncia a la defensa de los valores democr¨¢ticos, el aprovechamiento de la alarma sobre la salud p¨²blica para evitar que el poder responda de sus actos, puede rendir efectos positivos a quienes los perpetran. Pero acabar¨¢ por destruir la poca confianza que el pueblo tenga en sus gobernantes. Por eso merece la pena construir desde ahora otra narrativa de nuestro futuro diferente a la oficial; hacerlo de una manera honesta, contradictoria y diversa, donde el recuerdo cumpla su funci¨®n, pero tambi¨¦n el olvido. Ambos forman parte inevitable de la Historia. Nuestro porvenir, sea cual sea, y tan distinto como lo imaginemos, resultar¨¢ fruto de la evocaci¨®n de nuestro presente. De modo que algunos ya han comenzado a borrar de su memoria que el ministro encargado de salvar vidas, seg¨²n ¨¦l mismo diera en definirse, renunci¨® a su deber libremente elegido a cambio de la promesa de un puesto org¨¢nico en la burocracia del ordeno y mando. Sin contrici¨®n, sin confesi¨®n, sin ¨¦tica.
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