M¨¢laga no es Dub¨¢i
Para una ciudad en la que muchos peque?os y medianos negocios hoteleros que viven de la clase media est¨¢n condenados al cierre, la construcci¨®n de un hotel de lujo se concibe como la tabla de salvaci¨®n
Siento disentir, pero a m¨ª la Fran Lebowitz que me interesa es la que de vez en cuando habla en serio. Hay algo muy agudo que afirma sobre la esencia de su ciudad: ¡°Nueva York nunca fue bella, nunca fue Par¨ªs, nunca fue Florencia, pero al menos era original¡±. El mundo entero, sigue la cronista, qued¨® impactado con la construcci¨®n de esos rascacielos que hoy consideramos parte de su naturaleza urbana. Con el tiempo, se exportaron las mostrencas imitaciones. Quien tiene dinero desea poseer algo intangible como es el cielo, de tal manera que en los pa¨ªses del Golfo comenzaron a construirse Nuevayores por doquier en medio del desierto, rubricados por supuesto con los apellidos de arquitectos estrella que hace tiempo que le perdieron el respeto al entorno. Ahora, dice Lebowitz, Nueva York se parece a Dub¨¢i: apunta cada d¨ªa m¨¢s alto, pero su vieja originalidad se derrumba.
Esta homogeneizaci¨®n est¨¦tica ha carcomido la singularidad de muchas ciudades rendidas al chute de la construcci¨®n inmobiliaria. La crisis de 2008 parec¨ªa haber provocado una reflexi¨®n acerca del disparate que supon¨ªa el que todo se hubiera fiado al ladrillo. Fue un punto de inflexi¨®n en el discurso p¨²blico. Comenzaron a surgir conceptos que ahora se manejan con naturalidad, como el de que los partidos pol¨ªticos deb¨ªan asumir una agenda sostenible, evitar en un futuro el impacto medioambiental de la construcci¨®n descontrolada, que no solo da?¨® al paisaje sino tambi¨¦n el futuro de tantos j¨®venes, que oliendo el dinero f¨¢cil abandonaron la escuela, siendo desde entonces nuestro pa¨ªs l¨ªder europeo en la lacra del abandono escolar. Una parte concienciada de la ciudadan¨ªa reclamaba a la clase pol¨ªtica un cambio de modelo productivo que nos protegiera de un futuro desastre.
Ha llegado esta crisis, cuyo final no se ve, asfixiando de nuevo a quienes comenzaban a recuperarse, aunque en esta ocasi¨®n fiamos nuestra esperanza a la solidaridad europea. Nuestra dependencia del turismo nos ha convertido en uno de los pa¨ªses m¨¢s d¨¦biles de la Uni¨®n, lo cual significa que aquellas reflexiones de cambio que provoc¨® el anterior derrumbe econ¨®mico no tuvieron en absoluto un efecto transformador. Mientras una parte de la sociedad se ha hundido en la miseria los codiciosos han seguido haciendo caja, y a quien plantea un cambio que nos convierta en un pa¨ªs menos tambaleante se le denomina turismof¨®bico.
En estos d¨ªas hay una fuerte oposici¨®n ciudadana en M¨¢laga para evitar la construcci¨®n de un rascacielos de 116 metros en el dique de Levante del puerto que destrozar¨ªa para siempre esa bell¨ªsima bah¨ªa que define la ciudad y convierte su horizonte en ¨²nico, porque el horizonte tambi¨¦n es patrimonio. Un grupo inversor catar¨ª abandera el proyecto, y el Ayuntamiento, azuzado por este y otros empresarios, est¨¢ ¨¢vido por darle el visto bueno. De hecho, el alcalde, Francisco de la Torre, ha minimizado el impacto visual poniendo por delante la inversi¨®n econ¨®mica. La oposici¨®n ha propuesto realizar una consulta popular, pero el alcalde opina que eso proyectar¨ªa una idea de inseguridad jur¨ªdica para los inversores. Es decir, que los habitantes de una ciudad no cuentan salvo para ir a la Feria. El edificio en cuesti¨®n albergar¨ªa a turistas de lujo, al parecer una necesidad imperiosa. Para una ciudad en la que muchos peque?os y medianos negocios hoteleros que viven de la clase media est¨¢n condenados al cierre, el lujo se concibe como la tabla de salvaci¨®n. Resulta desolador que tras estas dos crisis brutales cierta clase pol¨ªtica siga rindi¨¦ndose a la inyecci¨®n del dinero f¨¢cil. Pero esta vez hay una voluntad en muchos malague?os y otros tantos que amamos la ciudad de no dejar que ocurra. En las culturas indias no se conceb¨ªa la idea de que la tierra, el agua o el aire pudieran ser propiedad privada. En este caso, se trata de una tierra ganada al mar y del horizonte que desde los fenicios ha proporcionado hermosura y bienestar. Destruir ese patrimonio es, se?or alcalde, una mala inversi¨®n.
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