Espa?a como democracia plena
Es preciso reconstruir los consensos sociales ante el ascenso del discurso erosionante del sistema
Las palabras en democracia importan. Son, de hecho, las palabras y las formas lo que constituyen su mayor fortaleza y su mayor debilidad. Sobre el discurso libre se construyen los consensos que hacen falta para mejorar nuestros sistemas y responder a las necesidades de nuestros ciudadanos. Esas necesidades se atienden porque los ciudadanos tienen voz y voto; porque hay libertad de prensa y de asociaci¨®n y porque los mensajes de preocupaci¨®n y de necesidad de cambio llegan a los lugares donde se toman las decisiones. La democracia es, en esencia, un enorme sistema de informaci¨®n construido sobre la palabra y el discurso.
Pero tambi¨¦n con palabras se puede da?ar el andamiaje democr¨¢tico. Esto se produce cuando se pasa de la cr¨ªtica sana al cuestionamiento de la legitimidad institucional misma. Por desgracia, de un tiempo a esta parte esa frontera se cruza en nuestro pa¨ªs de forma recurrente. Se juega de manera cada vez m¨¢s laxa, y con impunidad, con un lenguaje que no busca mejorar las cosas sino perjudicar al contrario pol¨ªtico a trav¨¦s del da?o a las instituciones que ocupa. Instituciones, por cierto, que se ocupan de manera temporal y que luego hay que legar a otros.
Cuando se habla de golpe de estado para definir la moci¨®n de censura a Mariano Rajoy, o para referirse a la investidura del actual Ejecutivo, se est¨¢ cuestionando la legitimidad no solo del Gobierno, sino de nuestras instituciones democr¨¢ticas. Todo el proceso se perfila como ileg¨ªtimo: el resultado electoral, la constituci¨®n de las Cortes, su proceder y un largo etc¨¦tera. Cuando se describe la gesti¨®n de la pandemia como criminal, que implica dolo o voluntad de causar da?o, se cruza de nuevo esa frontera y se dibuja a los gobernantes como personas que buscan el mal del resto.
Es particularmente grave cuando este tipo de discurso se proyecta desde las propias instituciones. El caso m¨¢s evidente de esta forma de hacer pol¨ªtica es el de Donald Trump, y su consecuencia m¨¢s da?ina fue el asalto al Capitolio el d¨ªa 6 de enero. Si se alimenta la idea del fraude electoral, de la falta de independencia de la judicatura y medios de comunicaci¨®n, y de la usurpaci¨®n del sistema por parte de fuerzas antidemocr¨¢ticas, lo que finalmente se produce es el laminado de la legitimidad institucional.
Por eso es tan importante recordar desde las instituciones que Espa?a es una democracia plena. Es abrumadora la evidencia de que desde el a?o 1978 Espa?a ha protagonizado uno de los procesos m¨¢s exitosos de democratizaci¨®n de la historia. Seg¨²n The Economist Espa?a es una de las 23 democracias plenas del mundo. Lo mismo confirma Freedom House, o el V-Dem Institute de la Universidad de Goteburgo que nos sit¨²a en el puesto noveno de 180 pa¨ªses en su r¨¢nking de democracias liberales. No son estas clasificaciones caprichosas o fr¨ªvolas. Miden m¨²ltiples factores objetivos como la solidez del proceso electoral, el pluralismo, el funcionamiento del Gobierno, el nivel de participaci¨®n pol¨ªtica, o la cultura pol¨ªtica y las libertades civiles. Tambi¨¦n incorporan estos rankings las opiniones de expertos internacionales y los resultados de encuestas de opini¨®n p¨²blica, como las de Gallup, el World Values Survey, el Eurobar¨®metro, el Asian Barometer, el Latin American Barometer o el Afrobarometer. Es decir, son ¨ªndices compuestos que recogen un ampl¨ªsimo espectro de fuentes.
Cosa bien distinta es que la democracia est¨¦ siempre en un ejercicio de mejora. Los padres fundadores de la democracia norteamericana hablaban de alcanzar una ¡°Uni¨®n m¨¢s perfecta¡±. Una cosa es buscar la mejora de ciertos elementos del sistema, avanzar en derechos y libertades, corregir defectos, y otra es cuestionar su legitimidad. La primera implica mejorar desde el respeto a lo que ya se ha construido. La segunda es contraproducente, da munici¨®n a aquellos que quieren destruir el estado, y da?a la imagen de Espa?a dentro y fuera de sus fronteras.
Este problema, en todo caso, desborda a Espa?a e incluso a los pa¨ªses de nuestro entorno. En la nueva Estrategia de Acci¨®n Exterior espa?ola, remitida recientemente a las Cortes, se describe la erosi¨®n democr¨¢tica como una de las grandes amenazas, no solo para Espa?a, sino para el conjunto del planeta. Lo es porque sobre las espaldas del populismo se est¨¢ construyendo un mundo menos plural, menos multilateral, menos integrado econ¨®micamente y m¨¢s nacionalista. De hecho, el fen¨®meno definitorio de las relaciones internacionales de las ¨²ltimas dos d¨¦cadas ha sido, precisamente, el cuestionamiento de la arquitectura liberal internacional. Esta tendencia tiene dos grandes fuentes, interrelacionadas entre s¨ª. La primera es el ascenso de pa¨ªses iliberales o abiertamente autoritarios. Y la segunda es la implosi¨®n del sistema desde dentro: el cuestionamiento de la democracia que se produce dentro del propio mundo occidental.
Este proceso de creciente iliberalidad del orden internacional es enormemente perjudicial para los intereses de Espa?a, los de sus empresas, los de sus ciudadanos que viajan y que viven en el exterior, y para la fortaleza de nuestros valores en el mundo. Visto a trav¨¦s de esta lente el discurso que deslegitima las instituciones democr¨¢ticas desde su seno es particularmente irresponsable.
Por supuesto, no todo en la democracia son palabras. Al final tambi¨¦n hay votos y manifestaciones de apoyo pol¨ªtico a una u otra propuesta. Cabe preguntarse, por lo tanto, por qu¨¦ ahora es aceptable el discurso de deslegitimaci¨®n institucional y por qu¨¦ se produce con creciente frecuencia. Los factores detr¨¢s de este proceso son m¨²ltiples. Hay quien pone el ¨¦nfasis en la quiebra del espacio del debate p¨²blico con el ascenso de las redes sociales. Otros hablan de la fractura del contrato social, el aumento de la desigualdad y la percepci¨®n de parte de nuestros conciudadanos de que el sistema no responde a sus necesidades. La tesis ser¨ªa aqu¨ª que el vaciado de nuestras clases medias produce el vaciado del centro del espectro pol¨ªtico.
Sea esto como fuere, lo que est¨¢ claro es que el ascenso del populismo, y con ello del discurso polarizante y erosionante del sistema, es una se?al clara de que debemos reconstruir los consensos sociales. No basta con expresar queja y malestar con las formas. Es necesario corregir las inequidades del sistema.
Este es el motivo por el que el gobierno de Espa?a se ha volcado en abordar la pandemia con una dimensi¨®n social y en construir una recuperaci¨®n econ¨®mica equitativa. No se pueden cometer los errores del pasado y pretender salir de esta crisis sin atender a los m¨¢s necesitados. En el ¨¢mbito internacional Espa?a puede y debe liderar la construcci¨®n de una econom¨ªa global m¨¢s justa y sostenible. La pol¨ªtica exterior debe ser coherente con lo que somos como pa¨ªs y lo que deseamos como sociedad.
Todo lo anterior habr¨¢ que hacerlo desde la convicci¨®n de la solidez y la legitimidad de nuestra democracia. La voluntad de reforma no debe desbordarse al argumento de que el sistema carece de legitimidad. La democracia se cuida en el fondo y en las formas. Es desde su fortaleza desde la que debemos proyectarnos hacia el futuro.
Manuel Mu?iz es Secretario de Estado de la Espa?a Global en el Ministerio de Asuntos Exteriores, Uni¨®n Europea y Cooperaci¨®n
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