Preliminares
En los encuentros y reencuentros, en la alta diplomacia, en las citas rom¨¢nticas, siempre hay un momento en el que se dice mucho sin decir nada
Nada ocurre sin sus preliminares. En los encuentros y reencuentros, en la alta diplomacia, en las citas rom¨¢nticas, siempre hay un momento en el que se dice mucho sin decir nada. Es un enigma comunicativo al que no solemos prestar atenci¨®n, pero si al reunirnos con alguien no hay gestos de deferencia, simpat¨ªa o amabilidad, la situaci¨®n que creamos es fr¨ªa, como si fuera indiferente para nosotros, lo que puede resultar insultante para la otra persona. Lo contrario, sin embargo, las sonrisas o los apretones de mano, son gestos c¨¢lidos que nos vinculan, formas comunicativas, casi m¨¢gicas, que sin necesidad de pronunciar palabra alguna establecen la base para la confianza y el respeto.
Dos escenas recientes ilustran bien esta diferencia. La primera transcurre en territorio galo, en la residencia del presidente, durante la rueda de prensa que Macron celebr¨® junto a su hom¨®logo eslovaco. La lluvia aparece en Par¨ªs sorpresivamente, y Macron no duda en abrir su paraguas y sujetarlo para que Igor Matovic no se moje mientras habla. Por detr¨¢s, se aproxima sigilosa una azafata para tomarle el relevo, pero Macron se niega: quiere ser ¨¦l quien lo haga. El cuidado sobre la otra persona se convierte, as¨ª, en un potente momento comunicativo. La moraleja es que un apret¨®n de manos o una sonrisa amistosa sirven para reconocer al otro, su particularidad, convirtiendo ese momento en ¨²nico. En el ideal de la democracia comunicativa se ha hablado incluso de la bienvenida como una manera de hacer prisioneros a los participantes, en el sentido de hacerlos responsables el uno del otro. Dicho momento no forma parte del di¨¢logo: es la condici¨®n para que se produzca.
En la segunda escena, dos se?ores ven dos sillas y proyectan sobre ellas un s¨ªmbolo de poder, rompiendo con cualquier ¨¦tica comunicativa. Ese solo gesto por parte de Erdogan, pero especialmente el de Michel, nuestro torpe presidente del Consejo, sirve primero para humillar a la presidenta de la Comisi¨®n al saltarse una norma protocolaria b¨¢sica, pero tambi¨¦n para hacer pasar a la Uni¨®n por el filtro mis¨®gino del r¨¦gimen de Erdogan; y tambi¨¦n para enfrentar a dos instituciones comunitarias y poner de manifiesto la pasmosa falta de reflejos de Michel y de toda la diplomacia europea. Y todo esto, f¨ªjense, s¨®lo por una silla. Sin gestos de cortes¨ªa y amabilidad, sin respeto a esas normas civilizatorias que llamamos protocolo, todo adquiere un matiz pornogr¨¢fico porque, curiosamente, toda esa liturgia es fiel reflejo de las relaciones de poder. Sucedi¨® exactamente todo lo que Erdogan quer¨ªa que sucediera, y lo que parecer¨ªa un descuido o una an¨¦cdota es en realidad sintom¨¢tico de la torpeza europea con el lenguaje del poder, y sobre un fondo que en teor¨ªa deber¨ªa dominar: la diplomacia. Para tener una Europa que sea de veras un actor geopol¨ªtico, no basta con proclamarlo.
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