El primer error de Biden
La retirada de las tropas estadounidenses de Afganist¨¢n tiene graves consecuencias y, aunque sea una guerra impopular, el presidente hubiera debido explicar a sus ciudadanos la necesidad de quedarse
Tras un comienzo fulgurante que ha devuelto a los ciudadanos la serenidad y durante el que se han dado pasos significativos hacia un nuevo modelo econ¨®mico y social que promete hacer este pa¨ªs m¨¢s pr¨®spero y m¨¢s justo, el presidente Joe Biden ha cometido su primer error de bulto. El anuncio de la retirada de las ¨²ltimas tropas norteamericanas de Afganist¨¢n no s¨®lo condena con toda probabilidad a ese pa¨ªs al regreso a los oscuros d¨ªas del control talib¨¢n, sino que env¨ªa un peligroso mensaje a los aliados de Estados Unidos y a los enemigos de la democracia y de la libertad sobre el grado de compromiso de esta Administraci¨®n con la defensa de los valores que representa.
La retirada de Afganist¨¢n puede parecer l¨®gica si se tiene en cuenta el fracaso de la operaci¨®n militar que se inici¨® hace casi veinte a?os con el objetivo de atrapar a los autores de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y combatir el terrorismo. Despu¨¦s de miles de vidas perdidas y de miles de millones de d¨®lares invertidos, EE UU no consigui¨® derrotar a los talibanes ni obtuvo progresos relevantes en el debilitamiento del extremismo isl¨¢mico. Parecer¨ªa absurdo, por tanto, prolongar una misi¨®n fracasada. ¡°No podemos continuar el ciclo de extender o expandir nuestra presencia militar en Afganist¨¢n con la esperanza de crear las condiciones ideales para la retirada y esperar un resultado diferente¡±, dijo Biden la semana pasada al anunciar su prop¨®sito de que precisamente al cumplirse dos d¨¦cadas del ataque contra las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono ning¨²n soldado norteamericano quede ya sobre el terreno en Afganist¨¢n.
Esta decisi¨®n fue justificada adem¨¢s por la Casa Blanca como el cumplimiento de un acuerdo alcanzado por el anterior presidente Donald Trump con los dirigentes talibanes para retirar las tropas el mes de mayo como condici¨®n imprescindible para negociar un acuerdo de paz. ¡°Extender nuestra presencia m¨¢s all¨¢ de mayo sin un plan de salida nos hubiera conducido a prolongar la guerra contra los talibanes¡±, explic¨® un alto funcionario a la prensa.
Partamos de este ¨²ltimo argumento para comprobar la escasa justificaci¨®n de la decisi¨®n de Biden y las p¨¦simas consecuencias que puede tener, especialmente para Afganist¨¢n ¨Dcon cuyo pueblo tiene EE UU un fuerte compromiso moral, puesto que lo ha tenido peleando a su lado a un alto precio de vidas humanas durante muchos a?os¨D, pero no solo para Afganist¨¢n.
El mantenimiento de un compromiso firmado por Trump es algo que, como dice Michael Gerson en The Washington Post, hubiera sorprendido al propio Trump. Los soldados norteamericanos en Afganist¨¢n est¨¢n, en efecto, en peligro de ser atacados por los talibanes, pero hay que pensar si merece la pena correr ese riesgo para extender una presencia militar que tiene otros beneficios. El riesgo es, en primer lugar, perfectamente asumible por EE UU, que ha sufrido un promedio de 20 bajas por a?o desde 2015, aproximadamente el mismo n¨²mero de muertos que sus fuerzas armadas anotan en maniobras y entrenamientos en ese mismo plazo. Por lo dem¨¢s, un acuerdo de paz con un grupo de la naturaleza de los talibanes tampoco comporta una garant¨ªa absoluta de que no habr¨ªa nuevos ataques en el futuro.
El esfuerzo militar de EE UU en Afganist¨¢n es modesto. Alrededor de 3.000 soldados permanecen actualmente all¨ª dedicados al apoyo con adiestramiento y formaci¨®n del Ej¨¦rcito afgano. La guerra en s¨ª misma fue concluida formalmente en 2014 por el presidente Barack Obama y, desde entonces, la presencia norteamericana tiene fundamentalmente el objetivo de demostrar el respaldo al Gobierno de Kabul frente a la amenaza de los talibanes. Aunque el objetivo inicial de la guerra no fue ese, lo cierto es que el despliegue estadounidense ha servido, dentro de enormes dificultades, para favorecer una cierta mejora de las condiciones de vida en Afganist¨¢n, incluido el disfrute de cuotas de libertad y democracia que no han sido habituales en la historia del pa¨ªs.
Ahora se corre un riesgo muy alto de que la retirada de los militares norteamericanos permita la recuperaci¨®n del poder por parte de los talibanes, que con seguridad restablecer¨¢n las condiciones de opresi¨®n, de forma muy especial contra las mujeres, que forman parte de su ideolog¨ªa y que ya conocimos en el pasado. La retirada norteamericana comportar¨ªa seguramente una decisi¨®n similar de parte de la OTAN, que tiene otros 7.000 soldados desplegados en ese pa¨ªs. Y el Ej¨¦rcito afgano, por s¨ª solo, parece incapaz de contener el previsible avance de los talibanes.
Es comprensible el agotamiento de la opini¨®n p¨²blica y de los propios gobernantes estadounidenses despu¨¦s de tantos a?os y esfuerzos invertidos en Afganist¨¢n. Pero las crisis internacionales no est¨¢n sometidas a plazos precisos. El tiempo en s¨ª no puede ser un motivo para abandonar ese pa¨ªs, como no lo es para decidir la presencia militar norteamericana en Europa.
Tambi¨¦n es verdad que la pol¨ªtica internacional no se decide por cuestiones humanitarias y que EE UU tiene prioridades m¨¢s acuciantes que la suerte de 40 millones de afganos. Biden mencion¨® China y la reconstrucci¨®n de la econom¨ªa nacional como ejemplos. Pero tampoco se entiende que dejar el terreno expedito para que los talibanes recuperen el poder y vuelvan a utilizar Afganist¨¢n como plataforma de promoci¨®n del terrorismo sea consecuente con la defensa de los intereses nacionales de EE UU.
Washington no tiene ya los recursos ni la vocaci¨®n para ser el polic¨ªa del mundo. Pero Afganist¨¢n es un caso en el que un peque?o esfuerzo puede marcar la diferencia entre el bien y el mal. Nadie le est¨¢ pidiendo a EE UU que se lance a una nueva guerra para proteger a los afganos, pero el simple hecho de continuar con sus bases all¨ª puede dar esperanzas a esa poblaci¨®n. Por otra parte, qui¨¦n sabe si el peligro de que EE UU tenga que entrar en una nueva guerra no ser¨ªa mayor tras el regreso de los talibanes al poder.
A¨²n m¨¢s grave resulta la decisi¨®n de abandonar Afganist¨¢n si se contempla desde el punto de vista estrat¨¦gico. Convendr¨ªa saber qu¨¦ pensaron, al escuchar esa noticia, los ucranianos que asisten al despliegue de decenas de miles de tropas rusas en su frontera. O los taiwaneses que observan el constante fortalecimiento de las fuerzas armadas de China. O cualquiera otra sociedad que a¨²n conf¨ªa en el papel que EE UU puede ejercer como fuerza de auxilio contra la tiran¨ªa. ?Qu¨¦ puede esperar Venezuela?
Continuar en Afganist¨¢n no era una decisi¨®n popular. Este pa¨ªs est¨¢ cansado de ese conflicto y no ve con claridad los beneficios de mantener tropas all¨ª. As¨ª lo entendi¨® Trump, que se precipit¨® a negociar con los talibanes para irse salvando la cara. Trump era el genio de las soluciones f¨¢ciles. Pero Biden ha hecho demostraci¨®n desde el primer d¨ªa de rigor y veracidad. No enga?¨® a nadie sobre la dureza de la batalla contra la covid ni sobre el precio de la guerra contra la desigualdad. En ambos casos asumi¨® riesgos para hacer lo m¨¢s responsable: movilizar a la naci¨®n contra el virus y destinar recursos ingentes para generar trabajo y distribuir riqueza. En el caso de Afganist¨¢n, lo m¨¢s responsable era explicar a los norteamericanos la necesidad de quedarse.
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