La guerra contra el pueblo
Ni en la guerra rural, ni en la urbana de ahora, se trata de luchar contra un enemigo sino de usar a la poblaci¨®n civil como un banco inagotable de cuerpos reutilizables como bajas en combate
En Colombia las redes sociales han censurado muchos de los videos que registran los ya incontables atropellos y cr¨ªmenes de la fuerza p¨²blica contra la poblaci¨®n civil durante las protestas del paro nacional iniciado el pasado mi¨¦rcoles. Im¨¢genes consideradas ¡°ofensivas¡± por el siempre neutral algoritmo donde vemos, por ejemplo, un helic¨®ptero disparando contra la gente que ha salido a manifestarse pac¨ªficamente en un parque, un grupo de polic¨ªas que pasan en moto delante de un jovencito y le disparan a quemarropa con un arma corta, una tanqueta del ej¨¦rcito lanzando rockets en un barrio popular bogotano convertido de repente en zona de guerra, uniformados sorprendidos mientras se disfrazan de manifestantes para infiltrar las marchas y cometer actos vand¨¢licos, otro donde se ve c¨®mo cortan la luz en un sector residencial y empiezan a disparar a mansalva o las escenas de la masacre en la populosa loma de Silo¨¦, al occidente de Cali, la ciudad que se ha convertido en el n¨²cleo duro de la resistencia. Menciono esas im¨¢genes censuradas, o que circulan con dificultad en medio del caos desinformativo, con la esperanza de que su concatenaci¨®n arroje otra imagen, quiz¨¢ m¨¢s clara, con mejor resoluci¨®n: Colombia en estos momentos se encuentra bajo control militar, a merced de unas fuerzas armadas que est¨¢n entrenadas para hacer la guerra en un contexto de conflicto armado y no para manejar situaciones de orden p¨²blico. La consecuencia inmediata de esa t¨¢ctica b¨¦lica es que nosotros, los que nos manifestamos, pero sobre todo el pueblo hambriento y desesperado que prefiere morir en la marcha antes que seguir viviendo as¨ª, sin atisbo de futuro, sin horizonte laboral, sin derechos elementales, nosotros, digo, hemos sido despojados de nuestra condici¨®n de ciudadanos para ser considerados objetivo militar. Se puede decir m¨¢s simple: en estos momentos las fuerzas armadas de Colombia est¨¢n empleando todos sus recursos para tratar a la poblaci¨®n civil descontenta como un enemigo.
Escribo esto desde las monta?as del Cauca, al suroccidente de Colombia, una de las regiones m¨¢s castigadas por el conflicto, as¨ª que en los ¨²ltimos d¨ªas veo pasar los helic¨®pteros por mi ventana a todas horas y alcanzo a o¨ªr los disparos, los gritos, las ambulancias y a oler el humo de las lacrim¨®genas lanzadas contra las barricadas que tapan la carretera Panamericana, a escasos kil¨®metros de aqu¨ª. Por desgracia, todo lo que se est¨¢ viviendo en las ciudades colombianas en estos momentos no es ninguna novedad en zonas rurales como esta. Los que viven en este lado del pa¨ªs, quienes conocen y sufren la pol¨ªtica territorial del conflicto armado, el extractivismo descontrolado y el narcotr¨¢fico desde hace d¨¦cadas, saben que las fuerzas militares y la polic¨ªa son capaces de todo eso y m¨¢s.
Durante las ¨²ltimas dos d¨¦cadas el uribismo hab¨ªa logrado instaurar con cierto ¨¦xito la narrativa de que estos territorios, simb¨®lica o geogr¨¢ficamente apartados de los grandes centros urbanos, funcionaban como el escenario oculto de una guerra casi invisible para los televidentes de Bogot¨¢, Cali o Medell¨ªn. Esa desconexi¨®n emocional y cognitiva de los dos pa¨ªses fue fundamental para que Uribe pusiera en marcha una estrategia de poder basada en la doctrina cl¨¢sica del enemigo interno -las guerrillas marxistas y el narcotr¨¢fico- y la necesidad de emplear la famosa mano dura precisamente aqu¨ª, en la trastienda de la naci¨®n, donde las econom¨ªas legales e ilegales se trenzan para formar una m¨¢quina mort¨ªfera. En la pr¨¢ctica, esa mezcla de represi¨®n militar y gamonalismo cl¨¢sico supuso el aplastamiento progresivo de las hist¨®ricas demandas sociales expresadas por las luchas de campesinos, ind¨ªgenas y afros. Mientras Uribe pudo mantener separadas a las dos colombias, separadas aunque fuera en el relato, por m¨¢s que el conflicto se recrudeciera en los m¨¢rgenes de las ciudades, esa estrategia logr¨® consolidar su liderazgo pol¨ªtico y le otorg¨® una credibilidad de la que no ha gozado quiz¨¢ ning¨²n pol¨ªtico colombiano en toda la historia del pa¨ªs. Uribe era entonces el salvador de la patria, a pesar de que las denuncias por violaciones de derechos humanos se acumulaban en su contra. A nadie le importaban los datos sobre masacres, ejecuciones extrajudiciales, esc¨¢ndalos que vinculaban a altos funcionarios del gobierno con el paramilitarismo o el narcotr¨¢fico; daba igual mientras se mantuviera inc¨®lume la ficci¨®n de que, en ¨²ltimas, era necesario hacer la guerra para civilizar estas regiones ind¨®mitas, habitadas por salvajes, enemigos del progreso y comunistas anacr¨®nicos. El enemigo siempre era un otro, una abstracci¨®n, con suerte una caricatura ex¨®tica y fue en medio de ese clima ideol¨®gico donde se produjeron los llamados ¡°falsos positivos¡±, esto es, civiles inocentes asesinados por militares para ser presentados como bajas en combate. 6.402, seg¨²n las cifras de la JEP, el tribunal especial para la paz. A estas alturas ya sabemos, gracias a las investigaciones oficiales, que los falsos positivos no fueron un hecho aislado sino una pol¨ªtica sistem¨¢tica ordenada desde arriba. Y a?ado yo, no fueron solo una t¨¢ctica de guerra, sino un paradigma de gobierno que responde a la noci¨®n de necropol¨ªtica desarrollada por el fil¨®sofo camerun¨¦s Achile Mbembe, es decir, una t¨¦cnica de control social basada en la producci¨®n selectiva de grupos humanos entregados al exterminio.
Y aunque el relato esquizoide de las dos colombias y la fantas¨ªa de la guerra como proyecto civilizatorio ven¨ªan resquebraj¨¢ndose a ra¨ªz del Proceso de Paz, la situaci¨®n parece haber cambiado radicalmente en los ¨²ltimos d¨ªas a partir de la respuesta de Uribe y su presidente Iv¨¢n Duque a las protestas que han llenado las calles de pueblos y ciudades en todo el pa¨ªs. Ya no hay ninguna l¨ªnea divisoria que separe a las ciudades del campo. Ya no hay una Colombia que mira la guerra por televisi¨®n y otra que la sufre en carne propia. Y la revelaci¨®n m¨¢s aterradora es que, ni en la guerra rural de entonces, ni en la urbana de ahora, se trata tanto de luchar contra un enemigo -siempre necesario en el esquema del necropoder- sino de usar a la poblaci¨®n civil como un banco inagotable de cuerpos reutilizables como bajas en combate. Lo que estamos viendo en las calles y en todos esos videos censurados es la constataci¨®n de algo que la gente de estas monta?as lejanas lleva dos d¨¦cadas denunciando y es que, en el fondo, la guerra de Uribe fue siempre contra el pueblo. Contra todos nosotros.
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