Pacto de Estado o elecciones
Solo un gran acuerdo con el Partido Popular para administrar la recuperaci¨®n frenar¨ªa la degradaci¨®n del Gobierno y la creciente desafecci¨®n ciudadana que hacen insostenible la coalici¨®n
La extrema polarizaci¨®n que Donald Trump provoc¨® en Estados Unidos para alcanzar el poder le garantiz¨® la fidelidad ciega de una parte del electorado, pero convirti¨® al Partido Republicano y a casi toda la derecha norteamericana en un nicho ideol¨®gico cerrado, sectario, refractario a las verdaderas preocupaciones de la mayor¨ªa de los ciudadanos e inflexible y est¨¦ril a la hora de gestionar y gobernar. Fue suficiente la llegada de una crisis como la pandemia de coronavirus para dejar en evidencia su incompetencia y bast¨® la victoria de un hombre emp¨¢tico y prudente para que el pa¨ªs recuperase enseguida dinamismo y confianza.
Se han buscado muchas comparaciones con Trump en la pol¨ªtica espa?ola, especialmente durante la reciente campa?a para las elecciones en la Comunidad de Madrid, pero lo m¨¢s parecido al trumpismo que se ha visto en nuestro pa¨ªs es lo ocurrido con la izquierda en los ¨²ltimos tres a?os, sobre todo si se tiene en cuenta lo m¨¢s importante que Trump representa: la demagogia, el fanatismo y el intento de crear una realidad alternativa y distinta a la que los ciudadanos reconocen de forma espont¨¢nea y voluntaria.
Los resultados de Madrid muestran con rotunda claridad el divorcio entre esa izquierda ¡ªla de los ni?es y los fascistas¡ª y los electores. Encuestas posteriores empiezan a demostrar, como era previsible, que ese fen¨®meno no se circunscribe a la comunidad madrile?a. Los dos principales partidos de la izquierda fueron derrotados: el PSOE, de forma aplastante, pero tambi¨¦n Podemos, en la medida en que la estramb¨®tica maniobra de su l¨ªder apenas sirvi¨® para llevar a su partido de la ruina a la miseria. El fracaso de ambos supone tambi¨¦n el fracaso de la coalici¨®n en la que se sostiene el Gobierno de la naci¨®n. Esa coalici¨®n, fr¨¢gil y artificial desde su precipitado nacimiento, resulta hoy insostenible. Rechazada en las urnas, cuestionada en los sondeos, esa alianza es incapaz de otorgar a Espa?a la estabilidad que se requiere para hacer frente a los gigantescos desaf¨ªos en el horizonte, muy especialmente a la gesti¨®n de los fondos europeos. M¨¢s a¨²n cuando esa coalici¨®n requiere para legislar del apoyo de una amalgama de fuerzas anticonstitucionales cuya presencia en el entorno gubernamental contribuye a acentuar la impopularidad e inoperatividad del Ejecutivo.
Si el Gobierno insiste en el uso de los fondos europeos como un arma ideol¨®gica o electoral no s¨®lo privar¨¢ a nuestro pa¨ªs de una oportunidad ¨²nica para el progreso econ¨®mico y social, sino que agudizar¨¢ la divisi¨®n y el enfrentamiento interno. La gesti¨®n patri¨®tica de esos fondos deber¨ªa ser, junto al todav¨ªa incierto final de la pandemia y el combate contra el desempleo, motivos suficientes para animar al Gobierno a negociar un gran pacto de Estado con el Partido Popular, refrendado como el principal grupo de la oposici¨®n. De paso, se puede tratar de presentar un proyecto constitucional com¨²n frente al independentismo en Catalu?a. S¨®lo una iniciativa de ese tipo puede devolvernos la serenidad y unidad que el pa¨ªs necesita en las circunstancias actuales y evitar unas elecciones anticipadas que prolongar¨ªan el clima pol¨ªtico infame que hemos sufrido durante la campa?a de Madrid. Las elecciones deber¨ªan ser un ¨²ltimo recurso, pero ser¨¢n inevitables si el Gobierno pretende mirar hacia otro lado y ganar tiempo mientras llegan el calor y los cheques de Bruselas.
Los primeros pasos dados tras los resultados en Madrid no inducen, sin embargo, al optimismo. Tras insultar a los electores ¡ªotro gesto de arrogancia trumpista¡ª, el Gobierno se ha dedicado a engrasar las piezas del Frankenstein, con la absurda esperanza de que la sustituci¨®n de un impopular vicepresidente por una mujer m¨¢s simp¨¢tica, pero de la misma ideolog¨ªa, ser¨¢ suficiente para mantener al engendro con vida un par de a?os m¨¢s, sin querer reparar en el hecho de que es toda la mayor¨ªa de la moci¨®n de censura, con su presidente a la cabeza, la que en este momento encuentra la desaprobaci¨®n de los espa?oles. Tampoco ayuda la personalidad de los protagonistas de este enredo. Tan obstinado en el error como en la conquista del ¨¦xito, el jefe del Gobierno prefiere sumir al pa¨ªs en el caos legislativo que ha sucedido a la conclusi¨®n del estado de alarma antes que reconocerle una buena idea al PP.
Cabe todav¨ªa desear que un golpe de lucidez o los buenos consejos de nuestros socios europeos reconduzcan a nuestras principales fuerzas pol¨ªticas hacia el pacto necesario. Si se quiere observar todo desde la perspectiva de la rentabilidad electoral, una rectificaci¨®n en esa l¨ªnea ser¨ªa tambi¨¦n la ¨²nica jugada eficaz en manos del Gobierno para frenar una p¨¦rdida de popularidad que, de lo contrario, seguir¨¢ en aumento cada d¨ªa. Este Gobierno ¡ªo esta forma de gobernar, sin un proyecto con el que pueda identificarse una mayor¨ªa de ciudadanos¡ª ha fracasado ya y solo queda la ratificaci¨®n sucesiva de ese fracaso en las urnas.
Si no se produce ese gran pacto de Estado, el pa¨ªs se ir¨¢ arrastrando malamente hasta nuevas elecciones, que llegar¨¢n por supuesto cuando las fuerzas involucradas consideren que es la mejor oportunidad, pero que ser¨¢ antes de lo previsto, quiz¨¢ mucho antes. En las circunstancias actuales, el presidente del Gobierno no controla esos tiempos. Su socio de coalici¨®n, que nunca le ha sido leal, romper¨¢ la baraja cuando recupere algo de ox¨ªgeno, y lo har¨¢ de forma dram¨¢tica, culpando al PSOE de haber traicionado los principios de la mayor¨ªa de la moci¨®n de censura. El resto de los componentes de aquel conglomerado tirar¨¢ cada cual por su camino en funci¨®n de los intereses del momento. Ni siquiera se puede descartar que alguno de ellos, seg¨²n lo que digan las encuestas, vuelva a mirar hacia el PP. En suma, si un milagro no lo remedia, seguiremos con la disfunci¨®n pol¨ªtica vivida en los ¨²ltimos a?os, con la diferencia de que el protagonismo del Partido Popular ser¨¢ mucho mayor, a¨²n no sabemos si como fuerza moderada o como un relevo desde la derecha a la din¨¢mica de la polarizaci¨®n.
Hoy est¨¢ la izquierda en el poder y es, por tanto, a la izquierda a quien le corresponde la responsabilidad principal de poner fin a esta deriva. El PSOE puede haber cometido en el pasado muchos errores en la tarea de gobernar, pero nunca ha renunciado a sus obligaciones como partido de Estado. Aquellos nuevos socialistas que dicen ahora con displicencia que ¡°escuchan a sus mayores¡± har¨ªan bien, en efecto, en estudiar c¨®mo sus compa?eros en el pasado supieron poner los intereses de la naci¨®n por encima de cualquier otro. Es improbable que ocurra. Para ello se requiere un debate interno del que el PSOE de hoy, rendido a su l¨ªder ¡ªotro signo trumpista¡ª carece. Sin embargo, deber¨ªa ocurrir. Cualquier democracia moderna necesita una izquierda abierta, conectada con los ciudadanos, especialmente los menos favorecidos, una izquierda no dogm¨¢tica, tolerante, progresista, humilde, respetuosa del adversario. Esa izquierda no es garant¨ªa de que la derecha no vuelva a gobernar jam¨¢s. Ni debe serlo. La raz¨®n de ser de la izquierda no es acabar con la derecha. Pero esa izquierda s¨ª es garant¨ªa de que cuando el Partido Popular regrese al Gobierno, lo que ocurrir¨¢ m¨¢s temprano que tarde, millones de ciudadanos se sentir¨¢n igualmente representados y protegidos.
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