Unilateralismo
La unilateralidad efectiva no gimotea ni exhibe el derecho a hacer lo que a uno le viene en gana cuando no cuenta con los medios para hacerlo
Como la zorra ante las uvas inalcanzables, renuncia a la unilateralidad quien carece de poder para imponer la ley de uno solo a la ley de todos los otros. La unilateralidad es la ley del m¨¢s fuerte y, como doctrina, el estatuto del le¨®n en la selva. Quien lo ostenta no lo reivindica. Se contenta con aplicarlo.
Hay por tanto dos unilateralismos: el efectivo, de quien no necesita exhibirlo, y el meramente verbal, de quien gimotea en la exhibici¨®n de su derecho a actuar como le viene en gana sin contar con los medios para hacerlo. Este unilateralismo suele resultar de un defecto visual que afecta a la percepci¨®n del tama?o y la fuerza de los objetos pol¨ªticos, al que acompa?a normalmente una incansable capacidad para el autoenga?o.
Para el d¨¦bil no hay mejor defensa que una buena regla de juego. Es la que proporciona la multilateralidad: todos participan en la construcci¨®n del consenso, todos se adaptan, cada uno hace valer sus razones, tambi¨¦n sus fortalezas, pero al final surge una legalidad com¨²n, que es la que defiende al conjunto ante la amenaza depredadora de los unilateralistas.
Hay un paso previo en el que se miden las fuerzas y se tantean las posibilidades de acuerdos. Es la bilateralidad, en la que el d¨¦bil utiliza las astucias y las amenazas disuasivas para convencer al m¨¢s fuerte del buen pacto que cese el conflicto antes de que la tensi¨®n siga aumentando. Su recorrido es escaso: o se convierte en norma multilateral o desemboca en la nueva unilateralidad de quien consigue revertir la correlaci¨®n de fuerzas y ocupar el lugar del m¨¢s fuerte.
La historia que nos ocupa y nos atormenta desde hace diez a?os empez¨® gracias a una fuerte voluntad unilateral. Se conoc¨ªa el objetivo y se traz¨® su improbable camino: primero una negociaci¨®n bilateral, del poder m¨¢s peque?o con el grande, y luego, en caso de fracaso, la v¨ªa unilateral, que deb¨ªa desembocar de nuevo en una negociaci¨®n a dos, pero ya desde la posici¨®n de fuerza. Era absoluto el rechazo a la multilateralidad de la legalidad constitucional. Una vez rota, ah¨ª estar¨ªan a disposici¨®n de la zorra las uvas maduras de la independencia o de un estatuto especial, casi confederal.
De esta fantas¨ªa solo queda ahora la bravuconada de quien ya se cre¨ªa con derecho de propiedad sobre la vi?a, que sirve para mantener la ficci¨®n de que basta con alargar la pata y hacer caer las uvas cuando ya no est¨¦n verdes. Por lo que sabemos, madurar¨¢n, m¨¢s o menos, cuando las ranas echen pelo.
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