Col¨®n y el laberinto catal¨¢n
La l¨®gica de competici¨®n pol¨ªtica en Espa?a puede hoy resumirse en una frase: si la derecha no logra la mayor¨ªa absoluta en las pr¨®ximas elecciones, el PSOE gobernar¨¢ de nuevo
Oriol Junqueras ha sabido entrar en escena en el momento oportuno. Su renuncia por escrito a la v¨ªa unilateral proporciona una valiosa cobertura argumental a un Gobierno en apuros ante la inminente firma de los indultos. Sin embargo, creo que se han exagerado excesivamente las implicaciones que puede tener la carta de Junqueras para la pol¨ªtica catalana. No es cierto que ERC haya renunciado a la unilateralidad de forma repentina e inesperada. En realidad, se trata de una estrategia que lleva persiguiendo desde inicios de 2018, cuando tom¨® nota del fracaso del llamado proceso soberanista. La necesidad de abrir una nueva etapa pol¨ªtica, basada en la voluntad de ¡°ensanchar la base¡± independentista y en establecer v¨ªas de negociaci¨®n con el Gobierno ha sido el tono general de ERC durante los ¨²ltimos a?os.
Es un error considerar que la carta de Junqueras supone el inicio de una nueva etapa pol¨ªtica en Catalu?a, pues esta no aporta en esencia ninguna informaci¨®n que no se supiera ya. La pol¨ªtica catalana antes de la carta ya se caracterizaba por la contraposici¨®n entre la estrategia rupturista de Junts per Catalunya y la v¨ªa de distensi¨®n de ERC. Creer que el independentismo catal¨¢n segu¨ªa siendo un actor unitario con una agenda compartida de ruptura unilateral es ilusorio. Es ignorar, por desidia o por intereses espurios, que precisamente esa pugna estrat¨¦gica entre Esquerra y Junts ha sido el eje en torno al cual ha pivotado la pol¨ªtica catalana en los ¨²ltimos tres a?os.
Si nos encontramos hoy ante el inicio de una nueva etapa en la pol¨ªtica catalana (y espa?ola) no es por la carta de Junqueras, sino por la victoria de ERC en las pasadas elecciones auton¨®micas. La investidura de Pere Aragon¨¨s s¨ª puede leerse como un punto de inflexi¨®n, pues permite retomar en condiciones la mesa de di¨¢logo entre Generalitat y el Gobierno. Los contactos hasta este momento hab¨ªan sido altamente disfuncionales, especialmente porque la delegaci¨®n catalana estaba encabezada por Quim Torra, de Junts per Catalunya, m¨¢s partidario de la ruptura unilateral que del pacto y la negociaci¨®n. Con la victoria de Aragon¨¨s, se impone la coherencia entre quien impuls¨® la creaci¨®n de la mesa y quien la liderar¨¢.
La negociaci¨®n entre Generalitat y Gobierno ser¨¢ uno de los pilares en los que se sustentar¨¢ la segunda mitad del mandato de Pedro S¨¢nchez. ?Qu¨¦ debemos esperar de ella? Creo que Col¨®n es la respuesta. Las concentraciones en la madrile?a plaza de Col¨®n no responden simplemente al rechazo a la figura del ¡°relator¡± o a los indultos a los presos catalanes. Su lectura pol¨ªtica debe ser m¨¢s ambiciosa. Los actos de Col¨®n son una escenificaci¨®n del poder de veto que tiene la derecha a cualquier reforma del modelo territorial de Espa?a. Las fotos de Col¨®n son un ¡°no¡± a mayores cotas de descentralizaci¨®n. Son una demostraci¨®n de que el Gobierno no cuenta con el benepl¨¢cito de una parte importante de los espa?oles. Son, en definitiva, la constataci¨®n de que la reforma no es pol¨ªticamente viable. Si la intenci¨®n del Gobierno es resolver el encaje de Catalu?a, la aventura no parece tener buenas perspectivas. Sin el PP a bordo, cualquier soluci¨®n es, como m¨ªnimo, inestable.
Existe la creencia de que la apuesta de Pedro S¨¢nchez de firmar los indultos y retomar la mesa de negociaci¨®n es arriesgada en t¨¦rminos electorales. Ciertamente, las cuestiones relacionadas con la identidad nacional generan un gran consenso en la derecha, pero dividen profundamente al electorado de izquierda. En la mayor parte de las comunidades aut¨®nomas, el n¨²mero de votantes socialistas que prefieren una Espa?a m¨¢s unitaria es muy superior a los que quieren potenciar la descentralizaci¨®n. Pero ocurre justo lo contrario en las comunidades hist¨®ricas como Catalu?a, Pa¨ªs Vasco o Galicia. Cuando el nacionalismo monopoliza la agenda p¨²blica, el PSOE se encuentra en aprietos: haga lo que haga, diga lo que diga, tendr¨¢ a una porci¨®n de sus votantes descontentos. Y mi impresi¨®n es que el conflicto catal¨¢n, seguir¨¢ enquistado en la agenda durante lo que queda de legislatura. No tanto por los indultos, que quiz¨¢s caigan en el olvido con el tiempo, sino por la mesa de negociaci¨®n entre Gobierno y Generalitat. Las im¨¢genes que nos ofrecer¨¢n los presidentes S¨¢nchez y Aragon¨¨s en cada photocall previo al inicio de la mesa de negociaci¨®n representar¨¢n una poderosa dosis de recordatorio de que el conflicto catal¨¢n sigue ah¨ª.
El Gobierno ha apostado a enfrentarse a una parte importante de su electorado con la firma de los indultos y, sobre todo, con la mesa de negociaci¨®n. Eso puede acarrear al PSOE costes electorales, sin duda. Sin embargo, creo que es un error realizar diagn¨®sticos solo en t¨¦rminos de votos. Por supuesto los partidos buscan que las urnas se llenen con sus papeletas. Pero no debemos olvidar que ganar elecciones no siempre implica gobernar. Es tan importante conseguir votos como ser capaz de tejer alianzas con otras formaciones para alcanzar mayor¨ªas parlamentarias.
La estrategia de confrontaci¨®n de Col¨®n configura una l¨®gica de competici¨®n pol¨ªtica en Espa?a que puede resumirse en una frase: si la derecha no logra la mayor¨ªa absoluta en las pr¨®ximas elecciones, el PSOE gobernar¨¢ de nuevo. La posici¨®n del PP en el debate territorial y su alianza con Vox lo aleja de los nacionalistas perif¨¦ricos de ERC o PNV. Si ¨¦stos siguen siendo necesarios para superar investiduras como en el pasado, ?podr¨¢ gobernar el PP a¨²n ganando las elecciones? En ausencia de mayor¨ªas absolutas, gobierna quien cuenta con m¨¢s compa?eros de viaje. Desde esta perspectiva, quiz¨¢s la mesa de negociaci¨®n y las fotos de Col¨®n no sean tan nocivas para el PSOE. Este escenario pol¨ªtico podr¨ªa llevar a Pedro S¨¢nchez a la aparente paradoja de estar maximizando opciones de gobernar a costa de perder votos.
En su conjunto, el escenario pol¨ªtico actual en Espa?a produce cierta sensaci¨®n de d¨¦j¨¤ vu. La mesa de negociaci¨®n y los actos de Col¨®n emiten aromas que evocan a episodios pol¨ªticos del pasado. En concreto, existen fuertes paralelismos con lo ocurrido en el primer mandato de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero. Entonces, el PSOE decidi¨® abrir una reforma del modelo territorial a pesar de no contar con la complicidad del principal partido de la oposici¨®n, algo que propici¨® un contexto de alta crispaci¨®n pol¨ªtica. El nuevo Estatut de Catalu?a acarre¨® al PSOE un desgaste electoral entre sus bases m¨¢s moderadas o de centro. Uno de cada diez votantes socialistas de ese espacio se pas¨® a las filas del PP y de UPyD. Sin embargo, las altas dosis de crispaci¨®n que marcaron esa legislatura permitieron al PSOE compensar esas p¨¦rdidas con nuevas adhesiones de muchos votantes de IU, ERC y CiU, que votaron a los socialistas para evitar que el PP pudiera regresar a la Moncloa. Es cierto que fueron a?os marcados por el ruido, la crispaci¨®n y una reforma territorial fallida. Pero Zapatero consigui¨® gobernar una segunda legislatura.
?Podr¨ªamos encontrarnos hoy ante una situaci¨®n similar? Puede que sea a¨²n pronto para saberlo y especular es siempre un ejercicio aventurado. Pero creo que la experiencia del presidente Zapatero representa un precedente inspirador. Ciertamente el debate territorial puede generar un gran desafecto entre una porci¨®n del electorado socialista, pero, a su vez, empuja a los nacionalistas perif¨¦ricos a bloquear el regreso del PP a la Moncloa.
Llu¨ªs Orriols es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Carlos III de Madrid.
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