Formas de entender Espa?a, di¨¢logo y reforma
La crisis territorial ya ha durado demasiado. Es necesario abordarla en un proceso de debate constituyente que genere un contexto aceptable para todos. Hay que buscar m¨ªnimos compartidos que no impliquen renuncias a sentimientos ni ideolog¨ªas
Es un lugar com¨²n afirmar que uno de los fracasos de nuestra historia es no haber sido capaces de construir un concepto compartido de Espa?a. Los motivos son m¨²ltiples y no pueden ser objeto de estas l¨ªneas. Quiero centrarme solo en uno que, quiz¨¢s parcialmente, explica la situaci¨®n actual. Me refiero al intento de construir la idea de Espa?a a partir de la identidad entendida en su tercera acepci¨®n del Diccionario de la Real Academia: ¡°Conciencia que una persona o colectividad tiene de ser ella misma y distinta a las dem¨¢s¡±. Una conciencia construida (segunda definici¨®n del diccionario) como consecuencia de un: ¡°Conjunto de rasgos propios de un individuo o una colectividad que los caracterizan frente a los dem¨¢s¡±. La idea de identidad apela a un sentimiento de pertenencia a un grupo distinto por compartir una serie de factores de integraci¨®n colectiva que, en el caso territorial, se vinculan a motivos de ¨ªndole hist¨®rica, cultural, ling¨¹¨ªstica, social, econ¨®mica o, incluso, geogr¨¢fica.
La importancia otorgada a este concepto de identidad y el modo en que se aplica a la noci¨®n origina tres formas principales de comprender Espa?a.
En la primera el sentimiento de pertenencia es el rasgo esencial definidor. Espa?a ser¨ªa una comunidad compuesta por personas que se sienten espa?oles. Y sienten as¨ª por compartir historia, lengua, cultura o tradiciones. Es importante destacar que esta concepci¨®n es perfectamente aplicable a los movimientos independentistas. All¨ª donde este sentimiento de pertenencia no es compartido, porque una comunidad se identifica con otros referentes, resultar¨¢ esencial que puedan construir su propio Estado. Un independentista no niega la idea de Espa?a. Simplemente no se considera parte de ella. En esta forma de entender Espa?a (y no-Espa?a) los t¨¦rminos de patria, patriota o naci¨®n ostentan su m¨¢xima importancia y adquieren matices predominantemente emocionales, no racionales. La organizaci¨®n territorial resultante de estas concepciones solo puede adoptar dos formas. Un Estado (o varios) unitario con descentralizaci¨®n administrativa o un Estado federal (debido a motivos hist¨®ricos o de eficacia) con absoluta paridad entre sus territorios e igualdad en los derechos de sus ciudadanos.
Una segunda comprensi¨®n de la identidad acepta el concepto anterior, pero cuestiona su exclusividad. La identidad puede ser compartida y los sentimientos de pertenencia pueden ser varios y de distintas intensidades sin generar conflicto entre ellos. Se puede as¨ª ser simult¨¢neamente catal¨¢n y espa?ol sin que las identidades sean mutuamente excluyentes. Una variante de esta visi¨®n ser¨¢ aquella en la que la compatibilidad entre identidades ha de estar democr¨¢ticamente comprobada mediante la expresi¨®n del consentimiento de cada comunidad pol¨ªtica. El concepto de ¡°naci¨®n de naciones¡± responde a estos planteamientos en sus dos versiones, la que acepta y la que rechaza consultas de autodeterminaci¨®n en las citadas comunidades. La forma de organizar territorialmente el Estado ser¨¢ la de una confederaci¨®n o la de federalismo asim¨¦trico donde las diferencias identitarias se reflejan en los poderes asignados a los territorios en funci¨®n de la intensidad de los sentimientos de pertenencia particulares.
Una ¨²ltima forma de entender Espa?a prescinde totalmente de la idea de identidad. Los sentimientos de los ciudadanos quedan en la vida privada del mismo modo que lo hace, por ejemplo, la religi¨®n. La definici¨®n de Espa?a no procede del sentimiento, sino de la raz¨®n expresada a trav¨¦s del Derecho. Espa?a es una comunidad de ciudadanos con los derechos y deberes reconocidos en la Constituci¨®n. El idioma en que se expresen, el modo de vida, sus referentes hist¨®ricos, su lugar de nacimiento o su religi¨®n son irrelevantes. Los conceptos de naci¨®n y patria o desaparecen o se secularizan de los sentimientos personales de pertenencia. Su forma territorial preferida ser¨¢ el Estado centralizado o, si las razones de eficacia lo aconsejan, un Estado federal con igualdad de derechos entre ciudadanos y territorios. De nuevo hay una variante interesante. Aquella que no confiere relevancia alguna a los sentimientos de pertenencia, pero s¨ª a los factores que los provocan. Las especialidades relevantes (en lengua, cultura, derecho o geograf¨ªa), deben ser reflejadas en las competencias del autogobierno territorial. En esta versi¨®n el federalismo asim¨¦trico es la opci¨®n, pero sin cuestionar la igualdad de derechos de todos los ciudadanos.
Lo curioso de estas tres formas de entender Espa?a es que existen en todo el pa¨ªs, aunque sea con diferente peso. Adem¨¢s, se reflejan en unos partidos pol¨ªticos que no son homog¨¦neos internamente. Se habla de una alma soberanista y otra autonomista en el PNV, de un ala jacobina, otra federal y otra autonomista en el PSOE, del pactismo frente al unilateralismo en los nacionalistas catalanes; de un federalismo avanzado y de un derecho a la autodeterminaci¨®n en Unidas Podemos, de conceptos de naci¨®n secularizados de la identidad o no dentro de Ciudadanos o, en fin, se afirman concepciones territoriales muy distintas entre barones y centro en el PP. Esta diversidad de posiciones refleja de manera transversal, dentro de los partidos, esa convivencia (no siempre f¨¢cil, ni pac¨ªfica) de las distintas formas de entender Espa?a.
De todo ello podemos extraer consecuencias relevantes para afrontar el llamado di¨¢logo territorial.
El di¨¢logo exige reconocer al otro. Las diferentes formas de entender Espa?a hunden sus ra¨ªces en el pasado, existen hoy y no desaparecer¨¢n en el futuro. Son leg¨ªtimas porque todo sentimiento (incluido su ausencia) lo es. Ni los defensores de la identidad espa?ola son unos fascistas, ni los independentistas son unos traidores. No es aceptable negarlas sin m¨¢s. Si queremos un di¨¢logo real no pueden oponerse l¨ªneas rojas excluyentes, ni siquiera las derivadas de la Constituci¨®n. Hablar de di¨¢logo territorial implica hablar (o estar dispuestos a hablar) de reforma constitucional.
Nadie se puede erigir en portavoz exclusivo de esas formas de entender Espa?a (y no-Espa?a). Los sentimientos de identidad y su importancia se reparten territorial y partitocr¨¢ticamente de manera transversal. En ese marco, las mesas de gobierno o de partidos solo pueden ser un punto de partida. La primera porque todo gobierno act¨²a, por definici¨®n, con una sola voz y por ello no puede expresar el pluralismo existente en sus respectivos territorios. La segunda, porque los partidos no tienen una sola posici¨®n interna compartida. M¨¢s a¨²n si se trazan ¡°cordones sanitarios¡± que suponen no reconocer a ¡°los otros¡±. La ¨²nica v¨ªa del di¨¢logo es un debate libre entre ciudadanos. Pero tal tipo de debate solo es posible si afrontamos un momento constituyente o de gran reforma constitucional con los procedimientos previstos que requieren mayor¨ªas consensuadas, y, eventual u obligatoriamente, un refer¨¦ndum
En este di¨¢logo no se puede imponer un programa de m¨¢ximos. Ninguna de las formas de entender Espa?a va a hacer desaparecer a las otras. Un debate constituyente puede generar un nuevo contexto territorial aceptable para todos. Uno en el que los ciudadanos se puedan sentir m¨¢s c¨®modos que en el actual.
La crisis territorial ha durado ya demasiado. Debe afrontarse respetando las diferentes formas de entender Espa?a. No desde la imposici¨®n puramente aritm¨¦tica de una de ellas. Desde el di¨¢logo entre ciudadanos que buscan puntos m¨ªnimos compartidos sin renunciar ni a sus sentimientos ni a sus ideolog¨ªas personales. Desde la, ya inaplazable, reforma constitucional.
Rafael Bustos es catedr¨¢tico de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense de Madrid. Est¨¢ adherido a la Declaraci¨®n Radicalmente Moderados.
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