?Por qu¨¦ a los pol¨ªticos no les da el ¡®s¨ªndrome de Biles¡¯?
El poder es incompatible con cualquier muestra de debilidad o decaimiento. En cuanto les tiemblan las piernas se convierten en presa f¨¢cil de sus competidores e incluso de sus compa?eros
Es extra?o, s¨ª, porque los pol¨ªticos tienen muchas cosas en com¨²n con los deportistas de ¨¦lite. Como ellos, llevan casi toda su vida prepar¨¢ndose para la competici¨®n ¡ªelectoral, en este caso¡ª, y deben estar siempre atentos a sus marcas ¡ªaqu¨ª los datos de encuestas¡ª. Y aunque sus olimpiadas suelen ser las elecciones generales, donde se juegan todo, no tienen un momento de respiro, el enfrentamiento con otros es constante. Para aquellos en el poder, la cosa es todav¨ªa peor, no paran de tomar decisiones dif¨ªciles. ?Por qu¨¦, que sepamos, nunca les entra una p¨¢jara, jam¨¢s aparentan sentir el v¨¦rtigo de la responsabilidad? Podr¨¢n rendir m¨¢s o menos, de eso somos bien conscientes, pero derrumbarse, decir ¡°hasta aqu¨ª he llegado¡±, no lo hemos o¨ªdo nunca.
Todos sabemos que es una de las m¨¢s duras actividades humanas, casi insoportable: siempre ante la mirada p¨²blica, no cabe esconderse, escaquearse, refugiarse detr¨¢s de alg¨²n hombre de paja. Siempre dando la cara y, lo que es peor, teniendo que ocultar que est¨¢n enfermos, que tambi¨¦n son d¨¦biles y vulnerables. Aunque aqu¨ª es donde seguramente se encuentra la explicaci¨®n del misterio: el poder es incompatible con cualquier muestra de debilidad o decaimiento. En eso tambi¨¦n se parecen a los deportistas. En cuanto les tiemblan las piernas se convierten en presa f¨¢cil de sus competidores e incluso de los compa?eros de su mismo equipo. Insisto, creo que solo el ciclismo de las grandes rondas tiene una dureza similar. Quiz¨¢ por eso mismo disfrutaba tanto Rajoy contemplando las etapas del Tour, porque se proyectaba sobre sus esforzados protagonistas.
Y hay otra raz¨®n que no es menor: tienen su propia cultura terap¨¦utica, sus propias estrategias de coaching psicol¨®gico. A diferencia de los deportistas, sus marcas no son objetivables, ni siquiera en estos momentos en los que todo, tambi¨¦n la pol¨ªtica, tiende a contemplarse a partir de datos estad¨ªsticos cuantificables. Siempre, hagan lo que hagan, les rodea un grupo de hooligans que les r¨ªe todas las gracias, que casi bajo cualquier circunstancia est¨¢ dispuesto a apoyar al l¨ªder, a afirmarles en la idea de que las cr¨ªticas son injustas, que son los m¨¢s grandes. Adaptan la realidad a la medida de su gloria. Todas sus acciones se racionalizan en positivo, por eso se quedan tan perplejos cuando pierden el puesto, ya sea por decisi¨®n ciudadana en las elecciones o por designio del jefe. Aqu¨ª es cuando se derrumban, cuando se gripan, cuando caen en la depresi¨®n.
Como pueden ver, la clave est¨¢ en el poder, en poseerlo o aspirar a ¨¦l. Este es el manto protector, su b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s. Mientras lo tengan no hay derrumbe posible. Pero, ojo, podr¨¢n no caer en el s¨ªndrome de Biles, pero s¨ª pueden hacerlo en otro a¨²n m¨¢s patol¨®gico, el s¨ªndrome de hybris, de desmesura o soberbia. Fue teorizado por un psiquiatra brit¨¢nico que tambi¨¦n ejerci¨® de pol¨ªtico, David Owen. Lo asociaba a la tendencia de algunos pol¨ªticos a intoxicarse con el poder, a autoglorificarse, a caer en el trastorno de personalidad narcisista, que en muchos casos les conduce a una euforia descontrolada y a confiar en exceso en sus propios atributos. Entre los nuestros, pueden pensar en muchos que lo padecen. Owen mismo se?alaba a Aznar; o sea, que no tiene cura. Aunque se pierda el poder.
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