Un idioma actual y vivo
Entre el espa?ol de Bernal D¨ªaz del Castillo y el nuestro no solo ha pasado el tiempo, ha pasado Am¨¦rica; ya no es solo una lengua de conquista, es tambi¨¦n una de resistencia
Poco antes de que llegara la pandemia, un editor espa?ol me propuso un proyecto que, en un principio, me entusiasm¨® profundamente: ¡°Traer a nuestro idioma actual la Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espa?a¡±. Los problemas, sin embargo, sobrevinieron muy pronto: ?qu¨¦ significaba para el editor ¡ªun editor extraordinario y a quien admiro¡ª ese traer y qu¨¦ significaba para m¨ª, como e...
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Poco antes de que llegara la pandemia, un editor espa?ol me propuso un proyecto que, en un principio, me entusiasm¨® profundamente: ¡°Traer a nuestro idioma actual la Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espa?a¡±. Los problemas, sin embargo, sobrevinieron muy pronto: ?qu¨¦ significaba para el editor ¡ªun editor extraordinario y a quien admiro¡ª ese traer y qu¨¦ significaba para m¨ª, como escritor? Pero, sobre todo, ?cu¨¢l era, para ese editor, nuestro idioma actual y cu¨¢l era para m¨ª ese mismo idioma actual?
El primer problema no deb¨ªa ser dif¨ªcil de resolver: donde ¨¦l dec¨ªa traer, dec¨ªa, con raz¨®n, modernizar y hacer m¨¢s accesible a los lectores, recortando, adem¨¢s, el cuerpo general del texto, es decir, achicando, encogiendo la obra de Bernal D¨ªaz del Castillo. Desde el punto de vista editorial, esta, la de condensar, era, sin duda alguna, la idea correcta. Para m¨ª, por desgracia, esa idea correcta no era suficiente.
As¨ª que aquel primer problema no ser¨ªa f¨¢cil de resolver: donde yo dec¨ªa traer, dec¨ªa, probablemente sin raz¨®n ¡ªsin raz¨®n editorial, por lo menos¡ª, algo m¨¢s que modernizar y hacer accesible, condens¨¢ndola, la obra de Bernal D¨ªaz del Castillo; para m¨ª, traer la Historia verdadera de la conquista de Nueva Espa?a deb¨ªa ser, adem¨¢s de un proceso de condensaci¨®n, uno de destilado, dejar que evaporara y se perdiera la idea esa de verdadera que asienta el t¨ªtulo y cruza la obra entera.
Al final, queda claro, el primer problema ser¨ªa, tambi¨¦n, nuestro primer problema irresoluble: el editor ¡ªinsisto, cargado de raz¨®n editorial¡ª, quer¨ªa el mismo libro que hab¨ªa escrito Bernal D¨ªaz del Castillo, pero como si este se hubiera escrito para ser le¨ªdo hoy en d¨ªa. Yo, por mi parte, propon¨ªa el libro que Bernal D¨ªaz del Castillo hubiera podido escribir si ¨¦l mismo estuviera vivo hoy en d¨ªa y tuviera, entre sus lecturas preferidas, por ejemplo, Sobre la historia natural de la destrucci¨®n, de W. G. Sebald, adem¨¢s de La visi¨®n de los vencidos.
El problema del primer problema nos qued¨® entonces claro a ambos: donde el editor espa?ol ve¨ªa un procedimiento editorial, yo, escritor latinoamericano, no pod¨ªa dejar de ver uno que tambi¨¦n era pol¨ªtico. El libro de Bernal D¨ªaz del Castillo, a fin de cuentas, existe y seguir¨¢ existiendo siempre, igual que seguir¨¢ siendo maravilloso y deber¨¢ seguirse leyendo, tambi¨¦n, para siempre. No propon¨ªa, evidentemente, ni censurarlo ni sacarlo de las bibliotecas, propon¨ªa que, si nos met¨ªamos en la aventura de jugar con ¨¦l y transformarlo, es decir, si hac¨ªamos otro libro, nos arriesg¨¢ramos a ir, a llegar hasta las ¨²ltimas consecuencias en ese juego, en esa transformaci¨®n.
Honestamente, creo que, si ese primer problema irresoluble hubiera sido el ¨²nico de nuestros problemas, al final, el editor y yo habr¨ªamos encontrado el modo de resolverlo o de aparentar que lo hab¨ªamos resuelto, es decir, habr¨ªamos encontrado un justo medio que nos dejara satisfechos a los dos. Pero ah¨ª estaba el segundo problema, que no solo ser¨ªa irresoluble, sino que nos har¨ªa abandonar el proyecto ¡ªque me har¨ªa a m¨ª, en realidad, abandonarlo¡ª: ?cu¨¢l era, para cada uno de nosotros, nuestro idioma actual? Y es que este problema, que va mucho m¨¢s all¨¢ de las palabras que decimos diferente, era el coraz¨®n del asunto. A fin de cuentas, entre el espa?ol de Bernal D¨ªaz del Castillo y el del editor, no solo hab¨ªa pasado el tiempo: hab¨ªa pasado Am¨¦rica.
Hab¨ªa pasado, pues, ese espacio enorme, variopinto y en ebullici¨®n constante en donde, para ponerlo en t¨¦rminos sencillos y hacer que quepa en un art¨ªculo como este, nuestro idioma actual hab¨ªa dejado de ser un idioma, fundamentalmente, de conquista, para ser un idioma, esencialmente, de resistencia, con todo lo que eso implica y todo lo que transforma. No digo, obviamente, que nuestro idioma actual no sea, ante las lenguas originarias de Am¨¦rica, un idioma de subyugaci¨®n, pero es innegable que, de este lado del Atl¨¢ntico, nuestro idioma ya no perder¨ªa nunca ¡ªno hasta ahora, por lo menos¡ª su car¨¢cter subalterno ¡ªbasta con ver, por ejemplo, lo que sucede en Estados Unidos y recordar que la primera acci¨®n de Trump fue tumbar la p¨¢gina latina de la Casa Blanca¡ª.
Pero estoy llegando a un lugar, a un asunto, en realidad, por el que no ten¨ªa pensado ni siquiera pasar cerca, antes de sentarme a escribir ¡ªmi idea original, antes de esta, antes pues de acordarme de que una vez estuve a punto de rehacer la Historia verdadera de la conquista de Nueva Espa?a, era escribir que, para m¨ª, mi idioma es mi pertenencia, escribir, por ejemplo, que nunca me he sentido extranjero, m¨¢s que cuando estoy en donde se habla algo distinto a esa lengua que aprend¨ª en casa; que nunca me he sentido lejos (ni en el Pirineo, ni en Ushuaia, ni en Tijuana), salvo cuando no me rodean mis palabras, que son las que me hacen sentir cerca¡ª.
As¨ª que mejor vuelvo o trato de volver al punto en donde estaba, antes de desviarme y antes tambi¨¦n de permitirme el exabrupto emocional: el segundo problema al que nos enfrent¨¢bamos el editor y yo era irresoluble porque era, al mismo tiempo, el suceso que nos permit¨ªa pensar que pod¨ªamos trabajar, juntos y el hecho que nos hac¨ªa imposible trabajar juntos: nuestro idioma actual era el mismo, pero era, tambi¨¦n, dos idiomas diferentes, aunque no, insisto, desde las palabras que tenemos que traducirnos, sino desde el lugar que enunciamos todas y cada una de las palabras.
Ninguna palabra enunciada por Bernal D¨ªaz del Castillo pod¨ªa ser la misma palabra para el editor y para m¨ª, como ninguna palabra que yo a?adiera ser¨ªa la misma para un peninsular que para un latinoamericano, aunque no dejar¨ªan de ser, para todos, una sola palabra. Pens¨¦moslo as¨ª: nuestro idioma es el planeta, pero sus hablantes, en vez de estar en latitudes diferentes, est¨¢n en hemisferios diferentes: mientras unos viven en invierno, otros viven en verano.
El segundo problema que nos separaba, al editor y a m¨ª ¡ªque me separaba a m¨ª del editor, siendo justos y asumiendo entera la culpa de haber escapado del proyecto¡ª, era insalvable y era la respuesta a la siguiente pregunta, aunque al rev¨¦s: ?por qu¨¦ el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Espa?ola publica, a?o tras a?o, un Diccionario de Americanismos?
Para la Real Academia de la Lengua Espa?ola, los americanismos son palabras invasoras, palabras que llegan del otro lado del oc¨¦ano, como si se tratara de un conquistador, como si se tratara de Bernal D¨ªaz del Castillo, por ejemplo. Y es verdad, los americanismos son palabras invasoras, en tanto son vocablos en resistencia.
Por supuesto, el editor y yo, como el resto de hablantes de nuestro idioma, hablamos y seguiremos hablando el mismo idioma, pero tambi¨¦n hablamos y seguiremos hablando idiomas diferentes.
Eso fue lo que hizo, al final, que el proyecto de La historia verdadera de la Conquista de Nueva Espa?a fuera, resultara imposible de llevar a cabo juntos.
Pero eso es tambi¨¦n lo que nos hace iguales y mantiene, a nuestro idioma, actual y vivo.
Emiliano Monge es escritor. Su ¨²ltima novela es Tejer la oscuridad (Literatura Random House).