M¨¦xico-Espa?a, la historia que nos divide
La memoria sobre la conquista no es en M¨¦xico un problema con Espa?a, sino con su propio pasado y con su definici¨®n nacional. En el lado espa?ol, por su parte, el pasado colonial se mueve entre la ignorancia y el orgullo por los tiempos en que era una potencia imperial
Las varias conmemoraciones centenarias mexicanas ¡ªbicentenario de la independencia, 500 a?os de la ca¨ªda de Tenochtitl¨¢n y los m¨¢s dudosos, pero tambi¨¦n celebrados, 700 a?os de su fundaci¨®n¡ª han tenido el extra?o efecto de tensar las relaciones entre M¨¦xico y Espa?a: las m¨¢s complejas de las mantenidas entre cualquiera de los pa¨ªses nacidos de la disgregaci¨®n imperial hisp¨¢nica, con continuas oscilaciones entre momentos de cercan¨ªa y alejamiento, y que, desde la carta del jefe de Estado mexicano, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, en 2019, pidiendo a Espa?a disculparse por la conquista, muestran claros s¨ªntomas de enfriamiento, cuando no de una larvada hostilidad.
Deriva dif¨ªcil de entender ¡ªal margen de puntuales conflictos en torno a algunos proyectos empresariales, ambos pa¨ªses son m¨¢s socios estrat¨¦gicos que rivales geopol¨ªticos¡ª y cuya principal causa es la forma como una y otra sociedad han construido su memoria colectiva: una latente y no resuelta disputa sobre el pasado, siempre viva del lado mexicano, de cuya importancia la sociedad espa?ola nunca ha sido verdaderamente consciente. En su origen est¨¢ el uso que de la historia han hecho los Estados contempor¨¢neos, no una forma as¨¦ptica de conocimiento sino los materiales con los que han construido relatos sobre el pasado afirmando su existencia como comunidades nacionales.
La ca¨ªda de Tenochtitl¨¢n liquid¨® una organizaci¨®n pol¨ªtica que nada tiene que ver con el M¨¦xico actual
La elecci¨®n de los hechos que se recuerdan, como consecuencia, no es aleatoria sino que est¨¢ determinada por el sentido de la narraci¨®n. Es esta la que determina la importancia de los hechos, no al rev¨¦s. No es lo mismo, por poner un ejemplo espa?ol y otro mexicano, la batalla de Covadonga vista como un oscuro enfrentamiento b¨¦lico, en un tiempo remoto, entre grupos ajenos a nosotros y por motivos en gran parte hoy incomprensibles, que esta misma batalla imaginada como la primera de una Reconquista concluida ocho siglos despu¨¦s con la recuperaci¨®n de todo el territorio nacional y en la que derrotamos a los que buscaban la destrucci¨®n de nuestra naci¨®n. Tampoco la ca¨ªda de Tenochtitl¨¢n, entendida como un episodio b¨¦lico en el que unos pocos centenares de castellanos y varios millares de indios acabaron con una organizaci¨®n pol¨ªtica que nada ten¨ªa que ver con el M¨¦xico actual, que esta misma ca¨ªda imaginada como la muerte de la naci¨®n mexicana a mano de otra extranjera y en la que los derrotados fueron los nuestros y los vencedores los enemigos de M¨¦xico.
Espa?a y M¨¦xico comparten tres momentos hist¨®ricos susceptibles de haber sido utilizados como parte de sus respectivos relatos de naci¨®n: conquista, ¨¦poca virreinal e independencia. La independencia, sin embargo, solo existe para el mexicano. Pocos son los espa?oles que saben qui¨¦nes fueron Hidalgo o Iturbide, menos todav¨ªa Ria?o o Calleja. Para el relato de naci¨®n espa?ol lo ocurrido en M¨¦xico entre 1810 y 1821 ni siquiera existe.
La colonia, ni para uno ni para otro. Para el mexicano, porque la Nueva Espa?a no es M¨¦xico sino un desgraciado par¨¦ntesis entre la muerte de 1521 y la resurrecci¨®n de 1821. Para el espa?ol, porque en ¨¦l Am¨¦rica es solo el escenario donde Espa?a act¨²a, y un mundo con entidad propia, como sin duda fue el virreinal, tiene dif¨ªcil acomodo en esa historia de descubridores y conquistadores a la que la memoria colectiva espa?ola ha reducido la presencia de Espa?a en Am¨¦rica.
?poca prehisp¨¢nica, conquista e independencia equivalen a nacimiento, muerte y resurrecci¨®n en ciertos mitos nacionalistas mexicanos
Solo la conquista ¡ªel conjunto de hechos b¨¦licos ocurridos a comienzos del siglo XVI en solo una peque?a parte del territorio de lo que hoy es M¨¦xico¡ª fue considerada relevante y utilizada como parte de su relato de naci¨®n tanto por el Estado espa?ol como por el mexicano, que desde muy pronto se asumieron, el primero, heredero y continuador de los conquistadores, y el segundo, de los conquistados, con dos interpretaciones, como consecuencia, radicalmente distintas sobre ella. No parece necesario precisar que, en ambos casos, el relato carece de cualquier realidad hist¨®rica: tan descendientes, o tan poco, de los conquistadores son los espa?oles como los mexicanos.
Los relatos de naci¨®n no representan el pasado, lo construyen, convirtiendo a las naciones en las protagonistas de la historia que durante la mayor parte del tiempo no fueron y haciendo, en este caso, que tataranietos de braceros extreme?os cuyos antepasados nunca vieron el mar se sientan herederos de los que hace cinco siglos atravesaron el Atl¨¢ntico para nunca volver. Y que mexicanos cuyos antepasados en el lejano 1521 es posible que fueran parte de los que destruyeron la capital mexica y no de los que la defendieron ¡ªo descendientes de unos y de otros; o, m¨¢s probable a¨²n, de ninguno de los dos¡ª todav¨ªa lamenten y les duela la ca¨ªda de Tenochtitl¨¢n.
Un conflicto de memorias agravado, del lado mexicano, por la presencia de dos proyectos alternativos de naci¨®n, cada uno con su propio relato sobre el pasado y sobre lo que M¨¦xico es. Uno, el hegem¨®nico, al que podemos denominar liberal o de izquierdas ¡ªaunque con la precisi¨®n siempre necesaria de que, al tratarse de un conflicto identitario, sus l¨ªneas de fractura no siempre coinciden con las ideol¨®gicas¡ª, que imagina la historia de M¨¦xico como un ciclo de nacimiento, muerte y resurrecci¨®n: una naci¨®n mexicana nacida en la ¨¦poca prehisp¨¢nica, muerta con la conquista y resucitada con la independencia.
Otro, el conservador o de derechas, con las mismas precisiones que en el caso anterior, que la imagina a partir de la met¨¢fora del hijo que, llegado a la edad adulta, se emancipa para seguir su vida independiente: una naci¨®n mexicana nacida con la conquista, crecida en la ¨¦poca virreinal y llegada a la edad adulta con la independencia.
En ambos relatos, Espa?a, lo espa?ol y los espa?oles se convierten en puntos de referencia ineludibles, pero con sentidos radicalmente distintos. En el primero, los otros son enemigos de M¨¦xico. En el segundo, son la parte m¨¢s ¨ªntima, aquello que la naci¨®n mexicana debe cuidar y conservar para seguir siendo ella misma. Un conflicto, como todos los de car¨¢cter identitario, con una fuerte capacidad de polarizaci¨®n interna y de uso como elemento de movilizaci¨®n pol¨ªtica, que, como consecuencia, tiende a agudizarse en momentos de crisis. La memoria sobre la conquista no es en M¨¦xico un problema con Espa?a, es un problema de M¨¦xico con su propio pasado y con su definici¨®n nacional.
Algo parecido ocurre en el caso espa?ol con la conquista de M¨¦xico, junto con las de los dem¨¢s territorios americanos y, sobre todo, con el Descubrimiento de 1492, convertidos en expresi¨®n del car¨¢cter imperial de Espa?a, eje de un relato de naci¨®n que ha convertido al 12 de octubre, d¨ªa del primer desembarco de Col¨®n, en su fiesta nacional. Espa?a no puede pedir disculpas por la conquista por razonables motivos hist¨®ricos ¡ªni M¨¦xico ni Espa?a exist¨ªan como Estados-naci¨®n contempor¨¢neos en el momento en que esta tuvo lugar y tan herederos de los conquistadores, en realidad m¨¢s, son los mexicanos como los espa?oles¡ª, pero tambi¨¦n por otros menos confesables, te?idos del mismo nacionalismo que los mexicanos: nadie se disculpa por aquello de lo que se siente orgulloso.
La historia que nos separa frente al futuro que nos une. Al margen de metaf¨ªsicas disquisiciones sobre qui¨¦nes somos, a d¨®nde vamos y de d¨®nde venimos, delicia de todo nacionalismo, Espa?a y M¨¦xico est¨¢n condenados a entenderse. Dos pa¨ªses con un relativo peso internacional y con m¨²ltiples intereses comunes, econ¨®micos y geopol¨ªticos, cuyas relaciones no debieran de estar sometidas a anacr¨®nicas visiones sobre el pasado hace tiempo desechadas por la historiograf¨ªa. La realidad, sin embargo, es que al ser un problema interno, los ecos de la conquista, el pasado que no cesa, seguir¨¢n repiti¨¦ndose una y otra vez en la vida p¨²blica mexicana ¡ªen la espa?ola su capacidad de polarizaci¨®n y de uso pol¨ªtico es comparativamente menor¡ª, agudiz¨¢ndose en momentos de crisis y atenu¨¢ndose en momentos de estabilidad.
Tom¨¢s P¨¦rez Vejo es historiador espa?ol afincado en M¨¦xico. Profesor investigador en el Instituto Nacional de Antropolog¨ªa de Historia de M¨¦xico, su libro m¨¢s reciente es ¡®3 de julio de 1898. El fin del Imperio espa?ol¡¯ (Taurus).
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aqu¨ª para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.