Burkas
Los derechos que muchas fuimos ganando y vivimos con naturalidad les son negados a millones de mujeres. Es nuestra obligaci¨®n hablar y pedir por ellas
Si los seres humanos nos sinti¨¦ramos iguales en derechos y vivi¨¦ramos fraternalmente porque somos razonables, no har¨ªan falta ni las declaraciones de Derechos Humanos ni los tratados, ni las comisiones regionales para controlar si los Estados cumplen con sus compromisos de respetar la libertad de expresi¨®n, evitar la tortura, proteger a los ni?os, reconocer la igualdad de las mujeres, combatir la violencia. En fin: garantizar los derechos humanos porque ¡°nacemos iguales en dignidad¡±, tal cual reza esa bella utop¨ªa, la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos. Pero no, porque somos indiferentes al sufrimiento ajeno, para superar ese desd¨¦n necesitamos de la moral. Fueron las crueldades de la guerra y las atrocidades del nazismo sobre las que se levant¨® el sistema internacional de los derechos humanos, un edificio jur¨ªdico para que los Estados que integran la gran familia de la humanidad se controlen mutuamente.
La universalidad de los derechos fue un triunfo de la racionalidad sobre la insensatez de la guerra. Perturba que en el mismo momento en el que el mundo vive su mayor experiencia planetaria, la del virus coronado que universaliz¨® el miedo y redujo la vida a la cifra de los muertos y los contagios, con el pretexto de la Covid, se ha desatado otro virus igualmente letal, el de la no injerencia que invocan los aut¨®cratas a derecha e izquierda para evitar que se denuncien las violaciones a los derechos humanos en sus regiones.
Cuando se ha vivido entre ¡°heridos y salvados¡±, la expresi¨®n de Primo Levi, y la supervivencia a las dictaduras de ayer est¨¢ ¨ªntimamente vinculada a la filosof¨ªa jur¨ªdica de los derechos humanos, no podemos admitir los argumentos de la no injerencia porque los derechos humanos que son universales nos dieron refugio y nos permitieron el privilegio de la libertad cuando en nuestros pa¨ªses se nos negaba. Menos a¨²n aceptar que son una concepci¨®n liberal ajena al mundo oriental, porque debemos recordar a los desmemoriados que el proceso de elaboraci¨®n, discusi¨®n y adopci¨®n del m¨¢s importante de los instrumentos que se ha dado la humanidad para domesticar la crueldad y prepotencia de los Estados se lo debemos no tan solo al impulso y compromiso de Eleonora Roosvelt, presidenta de la Comisi¨®n de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y al franc¨¦s Rene Cassin, acreedor del Premio Nobel, sino, especialmente, a dos figuras tan destacadas como respetadas: el ¨¢rabe Charles Malik y P.C. Chang, un reconocido profesor chino que les recordaba todo el tiempo que ¡°lo importante debe dejarse madurar lentamente, sin cambios abruptos¡±. Adem¨¢s de la poco conocida participaci¨®n de los fil¨®sofos de la UNESCO, fue la primera vez en la historia de la humanidad que la comunidad internacional organizada se daba una declaraci¨®n universal de libertades y derechos. Una poderosa filosof¨ªa humanitaria que debemos recordar en momentos en los que tememos por las mujeres en Afganist¨¢n, que en estos veinte a?os de fracaso militar, ellas pudieron liberar sus voces para demandar los mismos derechos que la mayor¨ªa de las mujeres tenemos naturalizados.
Si sobre las cenizas del nazismo se erigi¨® esa filosof¨ªa jur¨ªdica gracias a la lucidez y el compromiso de una dirigencia que sab¨ªa que la paz y la justicia son inseparables del reconocimiento de la dignidad humana y los derechos iguales para todos, urge que recuperemos ese esp¨ªritu y las autoridades mundiales se aferren a esa biblia humanitaria, poco le¨ªda, que fue un eficaz instrumento de cambio, especialmente para las mujeres que ganamos libertad, respeto y ahora tenemos la obligaci¨®n de hablar m¨¢s fuerte, m¨¢s alto por todas las mujeres afganas. Fueron las libertades ajenas las que a las sudamericanas nos permitieron hablar cuando en nuestros pa¨ªses hab¨ªa mordazas y en honor y agradecimiento a esa sobrevida es que tenemos la obligaci¨®n de denunciar, reclamar y exigir donde sea que estemos por las mujeres a las que se pretende ocultas e incultas.
Conserv¨¦ como verdadera reliquia una hermosa blusa blanca que me traje de mi exilio en Espa?a. Blanca, de mangas plisadas y un filtir¨¦, ese fino bordado que convierte los hilos de la tela en una celdilla transparente que suger¨ªa el inicio del escote. Enorme y tard¨ªo impacto tuve cuando advert¨ª la etiqueta made in Afganistan. Una burka convertida en blusa, lo que a las afganas cubre, las tapa, las niega, a m¨ª me desnudaba. Nunca m¨¢s la use, pero la conservo para que me recuerde todo el tiempo que los derechos que las mujeres fuimos ganando y vivimos con naturalidad, les son negados a millones de mujeres. Es nuestra obligaci¨®n hablar y pedir por ellas porque si estos derechos no tienen significado en nuestras vidas no lo tendr¨¢n en ning¨²n lado.
Norma Morandini es periodista y escritora. Fue diputada y senadora y dirigi¨® el Observatorio de Derechos Humanos del Senado argentino.
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