La destrucci¨®n de la mujer
La victoria militar de los talibanes ha tra¨ªdo a la actualidad un tema que su derrota hace 20 a?os llev¨® injustificadamente al olvido: la supresi¨®n de toda autonom¨ªa en la vida de la mujer
La victoria militar de los talibanes ha tra¨ªdo a la actualidad un tema que su derrota hace 20 a?os llev¨® injustificadamente al olvido: la supresi¨®n de toda autonom¨ªa en la vida de la mujer. Al formarse en la d¨¦cada de 1990, el movimiento talib¨¢n asumi¨® como se?a de identidad la depuraci¨®n de las costumbres depravadas, contrarias a la moral isl¨¢mica, que imperaban en las ¨¢reas urbanas, y singularmente en Kabul. En gran medida, se trataba de una reproducci¨®n del wahabismo que en el siglo XVIII sirvi¨® de base al triunfo del puritanismo isl¨¢mico en la que hoy llamamos Arabia Saud¨ª, entregado a la supresi¨®n ya entonces de todo elemento de modernidad y de ocio culpable (como las pipas de agua), con un repertorio de prescripciones y castigos tomado de los textos sagrados. M¨¢s la persecuci¨®n del chi¨ªsmo. La f¨®rmula hab¨ªa sido codificada en el siglo XIII por el te¨®logo Ibn Taymiyya, con la imagen de un orden isl¨¢mico fundado sobre el concepto de hisba, conjunto de medidas dirigidas a cumplir el precepto cor¨¢nico de ¡°ordenar lo mandado e impedir lo prohibido¡±, enlazando vigilancia y castigos implacables. El poder talib¨¢n y el Estado Isl¨¢mico fueron la plasmaci¨®n de tal exigencia.
Para las mujeres, esa aspiraci¨®n de rigor sin fisuras y la incidencia de los usos locales llevaron a convertir el principio de subordinaci¨®n de la mujer, inscrito en el Cor¨¢n, en una total destrucci¨®n como persona, inspirada en la visi¨®n peyorativa de los hadith o supuestas sentencias del Profeta, donde las mujeres pueblan el infierno y son fuentes de perversi¨®n. Desde la ¨®ptica talibana, deb¨ªan ser simples reproductoras, enclaustradas en el hogar, sin proyecci¨®n p¨²blica alguna, siempre bajo la amenaza del castigo f¨ªsico, desde los latigazos a la muerte. En el Cor¨¢n la mujer tiene acceso al para¨ªso. Incluso en el vestido, un hadith cl¨¢sico limita su visibilidad a cara y manos. Para nada la imposici¨®n del burka o del niqab, tomada de costumbres regionales, lo mismo que la ablaci¨®n del cl¨ªtoris. Pretendiendo ser fiel a la shar¨ªa, la destrucci¨®n talibana de la mujer era el simple fruto de una orientaci¨®n represiva.
Aunque tard¨ªas, no han faltado voces femeninas que en Occidente, y en Espa?a ¡ªencabezadas por Sol Gallego y otras mujeres dem¨®cratas¡ª, han convocado una movilizaci¨®n general en defensa de los derechos de la mujer afgana. Sorprende, empero, el silencio del feminismo-oficialmente-militante, del movimiento Me Too o del bloque gubernamental femenino (con excepciones como D¨ªaz o Montero). Es cierto que su misi¨®n inmediata consiste en seguir defendiendo a la mujer frente al machismo que no cesa, pero es que las afganas, las aun recientes esclavas, v¨ªctimas del Estado Isl¨¢mico, son tambi¨¦n mujeres. Por su vocaci¨®n universalista, esa ceguera ante situaciones como la afgana, supone una traici¨®n a su aut¨¦ntica raz¨®n de ser.
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