C¨®lico simb¨®lico
Confieso mi escepticismo ante tanta militancia inquebrantable, mi debilidad por la contradicci¨®n, tan candorosamente humana
Un reto intimidante en un conflicto b¨¦lico es el de saber reconocer al enemigo. Despojados de uniformes y sin banderas envoltorias, los soldados miraban al individuo del otro lado del r¨ªo, un desprevenido que ten¨ªa la misma cara de desaz¨®n y los mismos ojos temblorosos que ellos, ese otro ante el que hab¨ªa que tomar una r¨¢pida decisi¨®n basada en una identificaci¨®n que podr¨ªa ser errada, que podr¨ªa resultar fatal si se trataba como propio al que no lo era. La Biblia hizo de ese instante el primero de los escritos sobre dialectolog¨ªa del que tengamos noticia. Cuenta el Libro de los jueces que los galaditas pasaron a cuchillo a los efraimitas, a quienes supieron identificar por una prueba ling¨¹¨ªstica tan cruel como b¨¢sica: hacerlos decir la palabra hebrea shibboleth, que los enemigos pronunciaban sibboleth, de forma distinta a sus oponentes. Desde entonces, la palabra shibboleth se ha convertido en el nombre de un signo que nos identifica como pertenecientes a una comunidad y por tanto como ajenos a otra.
Los signos tienen su parte de convencionalidad y de necesidad. La disciplina de la Semi¨®tica lleva d¨¦cadas estudi¨¢ndolos y en los a?os setenta Umberto Eco guio magistralmente su investigaci¨®n en las sociedades occidentales. Los signos (los colores del sem¨¢foro, las se?ales de tr¨¢fico, los significados de las palabras...) nos sirven porque nos ponemos de acuerdo en que ello ocurra, nos son ¨²tiles porque est¨¢n basados en una convenci¨®n social conjunta. Pero es una tiran¨ªa que el s¨ªmbolo se haya convertido en el lenguaje preponderante y que la inmediatez con que interpretamos un signo externo empiece a reemplazar al discurso demorado y argumentado. Y esa es la tiran¨ªa a la que se est¨¢n orientando nuestras relaciones sociales si seguimos caminando hacia los extremos. Hemos ideologizado ser vegano o no serlo, dejarse canas o chorrearse tinte con fruici¨®n, llevar corbata, vivir de alquiler... La polarizaci¨®n vive de los signos, sostiene sus andamios en la vacuidad a¨¦rea de los juicios simples y los extremos categ¨®ricos, convierte en s¨ªmbolo lo que no llega ni a la categor¨ªa de indicio. Ideologizamos nuestro mundo cotidiano hasta extremos que dar¨ªan risa si no empezaran a ser cargantes.
Por supuesto, vivir es decidir, y muchas de nuestras decisiones tienen repercusiones locales o incluso globales, pero el ¨ªndice de ideologizaci¨®n se nos ha disparado; hemos convertido en shibboleth elementos que no son determinantes, que son accesorios, que no deber¨ªan trazar particulares fronteras. Y eso es muy cansado, oscurece el juicio m¨¢s que lo aclara, nos hace militar y vivir en el reto intimidante de reconocer adversarios en cada esquina, nos convierte en el soldado que mira con desconfianza al tipo del otro lado del r¨ªo. Es coherencia que los actos propios sean congruentes con los principios que se dicen abrazar, pero es desmesura que convirtamos en ideolog¨ªa hechos que no merecen tal etiqueta. Yo confieso mi escepticismo ante tanta militancia inquebrantable, mi rendici¨®n ante este c¨®lico de signos en que vivimos, mi debilidad por la contradicci¨®n, tan candorosamente humana. Y en quienes convierten en s¨ªmbolos lo que no deb¨ªa serlo, siempre sospecho que ven un bajorrelieve plano donde hay m¨¢s bien una escultura de bulto redondo. Y con esa escasez de perspectiva, ven grietas y simas donde no hay m¨¢s que aristas, las propias de la dimensi¨®n humana.
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