¡®Willkommen, Bienvenue, Welcome¡¯
El sustituto de Angela Merkel en la canciller¨ªa tendr¨¢ que centrarse en tres cuestiones: c¨®mo se ve la sociedad alemana a s¨ª misma; cu¨¢l debe ser la relaci¨®n con EE UU y c¨®mo impulsar la UE
¡°Dejen sus problemas afuera. Aqu¨ª la vida es divina¡±. As¨ª resonaba la c¨¦lebre invocaci¨®n a disfrutar los encantos nocturnos del Berl¨ªn de entreguerras. Una frase con significado especial m¨¢s all¨¢ del musical porque la capital alemana fue durante mucho tiempo, de 1933 a 1989, el epicentro mundial del tipo de problemas que justo resulta imposible dejar afuera. Desde que cay¨® el Muro la ciudad ha cambiado radicalmente y ha vuelto a ser fren¨¦tica de noche y de d¨ªa. En la vida social, profesional y art¨ªstica berlinesa caben los excesos, el entretenimiento o lo inesperado. Sin embargo, como legado del aprendizaje que conllev¨® la doble infamia totalitaria, la vida pol¨ªtica mantiene un car¨¢cter sobrio y relativamente previsible. La Alemania actual no solo sale bastante favorecida con respecto a su pasado, sino que tambi¨¦n lo hace cuando se compara con la mayor parte de democracias avanzadas, hoy caracterizadas por la polarizaci¨®n, el fuerte apoyo a l¨ªderes extremistas o incluso el gusto por el vodevil.
En teor¨ªa, esa pauta de consenso, seriedad y moderaci¨®n deber¨ªa facilitar el an¨¢lisis sobre lo que le espera al sustituto de Angela Merkel. Al mismo tiempo, los condicionantes que imponen el entramado institucional y la cultura pol¨ªtica de la Rep¨²blica Federal complican la labor de pron¨®stico. Para empezar, y con independencia de que las elecciones del domingo no dejan claro si la coalici¨®n la presidir¨¢ Olaf Scholz o Armin Laschetse, se abre ahora un proceso para definir los contenidos del programa del nuevo Ejecutivo. En Alemania, la agenda de gobierno viene determinada por acuerdos poselectorales muy detallados cuya negociaci¨®n puede llevar meses.
El nuevo canciller no solo estar¨¢ condicionado al cumplimiento estricto del pacto que al final se alcance, sino que su margen de libertad a la hora de tomar decisiones cr¨ªticas o de interpelar a la ciudadan¨ªa es significativamente inferior a la de otros l¨ªderes de referencia. Pi¨¦nsese que, por ejemplo, los sistemas pol¨ªticos de Francia y el Reino Unido est¨¢n dise?ados para concentrar el poder en, respectivamente, el El¨ªseo y Downing Street, o que el presidente de Estados Unidos, pese a contar con equilibrios y contrapesos, tiene un dominio reservado ampl¨ªsimo que es sobre todo relevante en pol¨ªtica exterior. El jefe de Gobierno en Alemania, en cambio, ha de dirigir un Ejecutivo multipartidista ¡ªque muy probablemente suponga que otras fuerzas pol¨ªticas nombren al vicecanciller y a los ministros de Finanzas o Exteriores¡ª, debe saber encajar que la opini¨®n p¨²blica de su pa¨ªs sea muy reacia a los hiperliderazgos, no puede ni siquiera presumir el control de su propio partido, tiene que incluir por supuesto en toda ecuaci¨®n la pertenencia a la Uni¨®n Europea y, finalmente, ha de lidiar con important¨ªsimos vetos constitucionales: los 16 l?nder, un bicameralismo fuerte, el Bundesbank, el Tribunal Constitucional, etc¨¦tera.
Gestionar esa combinaci¨®n extraordinaria de contrapoderes y restricciones no resulta nada f¨¢cil y a menudo incentiva preferir la inercia del pasado, el m¨ªnimo com¨²n denominador o el seguidismo con respecto a las encuestas; que fueron, por cierto, los tres males que caracterizaron los primeros a?os de Merkel. Pero, cuando el canciller logra asentar su posici¨®n, algo que favorece la prolongada duraci¨®n en el cargo (nueve a?os como media desde 1949) y, sobre todo, el gran peso objetivo que tiene el pa¨ªs en el continente y la globalizaci¨®n, entonces tiene muchas posibilidades de ser el l¨ªder pol¨ªtico occidental capaz de imprimir acciones m¨¢s s¨®lidas y perdurables; algo que justo explica el balance positivo de Merkel en su etapa final. A pesar de esos elogios, su sustituto no se encuentra con un panorama pl¨¢cido y tendr¨¢ que abordar enormes retos en tres niveles que, siguiendo el orden de idiomas en el que saludaba el maestro de ceremonias de Cabaret, miran a la propia Alemania, a Francia y a EE UU.
Con vistas al interior, el principal reto es superar el pesimismo con respecto al futuro que hoy domina en amplios sectores de la sociedad y que se refleja en las sombr¨ªas proyecciones demogr¨¢ficas o en las dificultades para preservar la convivencia en un pa¨ªs llamado forzosamente a ser multicultural. Hoy Alemania supone la excepci¨®n en un continente marcado por el auge de los populismos antiinmigraci¨®n o los cantos de sirena proteccionistas, pero es bien sabido que no existe ninguna garant¨ªa de resistencia contra esas tentaciones. Adem¨¢s, y en contra de los lugares comunes que dominan fuera, el pa¨ªs no ha logrado alcanzar una posici¨®n s¨®lida en los dos grandes dosieres que marcan las reformas en Europa: la agenda tecnol¨®gica ¡ªlastrada por una muy deficiente infraestructura digital¡ª y la transici¨®n energ¨¦tica ¡ªtodav¨ªa condicionada por el fin de las nucleares y la controvertida dependencia hacia el gas ruso¡ª.
El nuevo canciller tendr¨¢ que atender en segundo lugar a la UE y desplegar r¨¢pidamente una complicidad constructiva con Francia que es condici¨®n sine qua non para que avance el proceso de integraci¨®n tras la pandemia e, idealmente, consolidar el esquema de financiaci¨®n inaugurado por el Next Generation. El eje Par¨ªs-Berl¨ªn sigue siendo clave, incluso cuando no funciona o, peor a¨²n, cuando imprime a toda la UE un enfoque intelectual y pol¨ªtico errado, tal y como ocurri¨® entre 2010 y 2012. Por suerte, Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen son mejores socios que los falsos amigos de la austeridad que hab¨ªa hace 10 a?os. Tambi¨¦n lo son el actual BCE o el Gobierno de Roma (pieza fundamental para la credibilidad del Sur), pero la buena salud de la que goza el euroescepticismo en Francia o Italia y las dificultades para conciliar indefinidamente las prioridades contrapuestas de los dos bancos centrales que conviven en Fr¨¢ncfort auguran un complejo frente europeo.
Queda, por ¨²ltimo, el gran desaf¨ªo de posicionar al pa¨ªs en el nuevo orden internacional y, con ello, determinar el futuro de la relaci¨®n transatl¨¢ntica en el contexto de la rivalidad entre Estados Unidos y China. Joe Biden quiso en enero pasado que su primera llamada desde la Casa Blanca fuese a Merkel, pero, significativamente, ella prefiri¨® no ser molestada en su descanso de fin de semana. El silencio absoluto sobre la agenda exterior durante los distintos debates electorales y la ausencia de papel alem¨¢n en el conflicto sobre los submarinos que ha enfrentado a Francia con los anglosajones son dos grandes elefantes en la habitaci¨®n que ocupar¨¢ el canciller en cuanto sea elegido. No es posible seguir esquivando por m¨¢s tiempo la responsabilidad que forzosamente debe jugar en la definici¨®n de una pol¨ªtica exterior y de seguridad com¨²n europea que merezca ese nombre.
?Y Espa?a? ?Qu¨¦ se juega en este proceso? Basta leer los tres p¨¢rrafos anteriores para constatar que no existe hoy ning¨²n pa¨ªs que pueda condicionar tanto como Alemania el programa y estilos llamados a dominar en el interior de nuestra democracia, nuestra posici¨®n m¨¢s o menos c¨®moda como Estado miembro relevante de la UE y un protagonismo mayor en el mundo a trav¨¦s de ¨¦sta. As¨ª que, tambi¨¦n en espa?ol, demos la bienvenida al nuevo l¨ªder europeo. Todas las ma?anas se las dar¨¢ la escultura de Chillida que adorna la entrada de la Canciller¨ªa Federal.
Ignacio Molina es profesor de la UAM, investigador en el Real Instituto Elcano y editor de Agenda P¨²blica.
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