El regreso de Erasmo
Tenemos todo el derecho, y aun la obligaci¨®n, de refutar todas aquellas ideas que nos parezcan falsas o perniciosas pero, aunque hay muchos que hacen todo lo posible para merecer ser insultados, no hay nadie que se merezca insultarlos
De vuelta de Roma, indignado por la decadencia eclesi¨¢stica, montado sobre un burro y sin poder consultar sus libros, Erasmo redacta mentalmente lo que cree que ha de ser la m¨¢s dura lecci¨®n contra la necedad de este mundo. Su diatriba ser¨¢ terrible. ?Que tiemblen los imb¨¦ciles! Erasmo ¡ªlo estoy viendo¡ª se r¨ªe entusiasmado mientras avanza hacia el norte. As¨ª deb¨ªa sentirse Javier Mar¨ªas al escribir sus dos ¨²ltimos art¨ªculos, titulados Famosos imb¨¦ciles morales I y II, en los que arremete contra aquellos pol¨ªticos a los que considera ¡°incapaces de comprender los principios morales¡±. Dice que no se trata de un insulto, sino de una descripci¨®n, pero a m¨ª me parece que el tono de ambos escritos lo desmiente. Aunque hay muchos que hacen todo lo posible para merecer ser insultados, no hay nadie, y a¨²n menos un escritor de su talla, que se merezca insultarlos. Resistirse a la c¨®lera y frecuentar la iron¨ªa, aun cuando el mundo nos lo ponga tan dif¨ªcil, es, precisamente, lo que Erasmo descubri¨® en aquel viaje.
Y es que, a medida que avanzaba, su risa fue dejando paso al silencio. Era como si su obra se le escapase de las manos. El sat¨ªrico autoelogio de la necedad le resultaba cada vez m¨¢s veros¨ªmil. Al fin y al cabo, sin un punto de estulticia y de locura no existir¨ªa ni la pasi¨®n, ni el arte, ni la heroicidad, ni la amistad. Tampoco el amor y el sexo ser¨ªan posibles, y la vida se extinguir¨ªa con ellos. Erasmo est¨¢ perplejo. Quer¨ªa castigar con brillante sarcasmo la necedad de este mundo, y se encuentra con una especie de fundamento ontol¨®gico. ¡°Yo soy el principio y la fuente de la vida¡±, llegar¨¢ a decir la necedad con contundencia b¨ªblica.
?Qu¨¦ hacer? Muchos otros hab¨ªan tronado, antes que ¨¦l, contra la locura de este mundo, al que nos exhortaban a renunciar. Pero Erasmo es un humanista, y para ¨¦l la vida es un valor supremo. Me lo imagino, ya en los Alpes, a la altura de Sils Maria (all¨ª donde cuatro siglos m¨¢s tarde Nietzsche tendr¨¢ su visi¨®n del eterno retorno), dici¨¦ndole s¨ª a la vida, a pesar del sufrimiento, a pesar de la locura, a pesar de la necedad. Me lo imagino tambi¨¦n escogiendo el t¨ªtulo, Encomium moriae, ¡°elogio de la locura¡±, o ¡°de la necedad¡±, que tambi¨¦n puede traducirse como ¡°elogio de More¡±. Es un gui?o ir¨®nico a su amigo Thomas More, futuro autor de la Utop¨ªa, con el que siempre discute sobre si el deber del sabio es transformar o aceptar la realidad. Erasmo a¨²n no lo sabe, pero acaba de concebir la primera contrautop¨ªa, que entiende como una aceptaci¨®n plenaria de la vida. Y vuelve a re¨ªr. S¨®lo que ahora su risa es diferente, es menos severa, es m¨¢s amable. Es la sonrisa del humanismo.
De esa ir¨®nica ambig¨¹edad no s¨®lo surgir¨¢ toda la literatura moderna (pienso en Montaigne, en Cervantes o en Shakespeare), sino tambi¨¦n el esp¨ªritu democr¨¢tico, que es incompatible con el dogmatismo y el insulto. Pero en demasiadas ocasiones se nos congela la sonrisa y nos tienta la c¨®lera. Y aunque coincido con Oscar Wilde en que la ¨²nica manera de librarse de la tentaci¨®n es ceder ante ella, tambi¨¦n creo que es mejor hacerlo en privado. Y es que tratar de imb¨¦ciles a los dem¨¢s, no s¨®lo es una falacia ad hominem, que no constituye una refutaci¨®n (puesto que el m¨¢s necio de los hombres podr¨ªa estar diciendo la verdad), sino que resulta adem¨¢s una p¨¦sima estrategia, ya que el insulto degrada el debate p¨²blico razonado, que es la gracia de la democracia, en una serie de afrentas personales, que es la desgracia de la pol¨ªtica.
Tenemos todo el derecho, y aun la obligaci¨®n, de refutar todas aquellas ideas que nos parezcan falsas o perniciosas. Pero si algo nos ense?¨® Trump es que insultar a los votantes puede ser tan contraproducente como injusto. Contraproducente, porque el insulto es una Medusa que transforma el cuerpo del pensamiento en la piedra de la identidad. E injusto, porque en muchas ocasiones ese voto es la expresi¨®n de unos padecimientos o unas carencias de los que quiz¨¢ estemos libres, por obra y gracia del azar, y de los que puede que seamos responsables, por acci¨®n u omisi¨®n.
Por eso, antes de ceder a la tentaci¨®n de insultar a los dem¨¢s, deber¨ªamos acordarnos del burro de la f¨¢bula, que al ver que la multitud se postraba ante las reliquias que transportaba, se daba grandes aires, creyendo ser un dios. Porque toda la inteligencia y toda la cultura que podamos tener no son realmente nuestras, sino que constituyen una carga preciosa, o una herencia afortunada, que no nos confiere el derecho a burlarnos de los dem¨¢s, sino que nos impone, en todo caso, la obligaci¨®n de compartirla con ellos. Ahora que lo pienso, puede que sea cierto que todos somos ¡°imb¨¦ciles¡±, aunque s¨®lo sea en su sentido etimol¨®gico (seguramente popular), porque a todos nos falta apoyo, y lo que deber¨ªamos hacer es avanzar sosteni¨¦ndonos los unos en los otros, y tratando de que nadie quede atr¨¢s. San Pablo se cay¨® del caballo y vio la luz. Nosotros no deber¨ªamos bajarnos jam¨¢s del burro de Erasmo.
Bernat Castany Prado es fil¨®sofo y profesor en la Universidad de Barcelona.
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