Un pa¨ªs de propietarios
Nuestra sociedad lleva d¨¦cadas sometida a una pedagog¨ªa perversa, pero exitosa. Atendamos a lo que d¨¦cadas de violencia inmobiliaria han hecho de nuestro tejido civil, nuestras demandas de igualdad y nuestra movilizaci¨®n pol¨ªtica
Es un t¨®pico que el verano anima a hacer balance y apostar por cambios sugestivos de cara al futuro. Sin embargo, en lo que respecta al modelo econ¨®mico de nuestro pa¨ªs escasean las sorpresas en un guion que lleva escribi¨¦ndose desde hace d¨¦cadas sin apenas contratiempos. Prueba de ello es que el est¨ªo ha deparado un incremento notable de las operaciones inmobiliarias, que los analistas califican como principal objeto de deseo tanto para grandes inversores como para peque?os ahorradores. Aunque nunca ser¨¢n lo mismo, ambos extremos del espectro colectivo parecen responder al mismo se?uelo, generando una homogeneidad enga?osa que pretende hacer de la especulaci¨®n un v¨ªnculo comunitario. En los ¨²ltimos meses no han faltado valoraciones del descalabro de las pol¨ªticas de vivienda p¨²blica en nuestro entorno. Algunas de ellas animan a acusar inquisitorialmente a individuos posmodernos, desprovistos de referentes y valores s¨®lidos, pusil¨¢nimes frente a un mercado que se presupone resultado de fuerzas b¨¢sicamente inerciales y c¨ªclicas. El revuelo suscitado en torno a la cuesti¨®n confirma que la indignaci¨®n social se asienta siempre en una fuerte ambig¨¹edad emocional, en la que con todo es preciso orientarse.
Esta ambivalencia permiti¨® precisamente a la talentosa escritora Cristina Morales introducir sin ocasionar extra?eza extractos de un discurso pronunciado por el cofundador de las JONS, Ramiro Ledesma Ramos, en unas p¨¢ginas memorables de su novela Los combatientes, extraviando con ello a algunas autoridades pol¨ªticas, que no tardaron en encontrar en ellas una insuperable semblanza del esp¨ªritu del 15-M. Ledesma Ramos abominaba en aquel escrito del lastre que representaba para los j¨®venes el ¡°paro forzoso¡±, causado a su vez por un modelo ¡°supercapitalista¡± que supedita el cuerpo social al aumento de la ganancia de unos pocos. Ahora bien, esta grandilocuencia simplificadora contrasta, por ejemplo, con la cuidadosa observaci¨®n que la escritora Luisa Carn¨¦s dedic¨® en novelas como Tea Rooms a la adaptaci¨®n de los sujetos a la precariedad laboral y al sufrimiento que esta comporta, sin perder de vista las resistencias existenciales a la penuria, especialmente en las mujeres obreras, el grupo m¨¢s vulnerable de la cadena productiva en la Segunda Rep¨²blica espa?ola.
A nadie se le escapa que la disputa en torno a las causas de la miseria, el paro y el malestar de la d¨¦cada de los treinta del siglo XX encendi¨® la mecha de la Guerra Civil. En efecto, la pervivencia del contraste entre los enfoques de Ledesma Ramos y Carn¨¦s trae consigo esquirlas de un pasado mal cerrado, necesariamente insidioso. No parece que anhelar la supuesta aurea mediocritas del pasado, como algunos parecen recomendar, vaya a poner remedio a ninguna de las causas del da?o contempor¨¢neo. Por otro lado, la reclamaci¨®n de iniciativas gubernamentales llamadas a proceder a una regulaci¨®n ambiciosa en materia inmobiliaria deber¨ªa ir acompa?ada de una exploraci¨®n rigurosa de las causas y efectos de lo que la radiograf¨ªa estad¨ªstica destaca como aspiraciones cremat¨ªsticas dominantes de la poblaci¨®n espa?ola. Las disquisiciones te¨®ricas sobre conductas comunitarias deben cooperar con las ciencias sociales para no elucubrar sin fundamento.
Emprender esta tarea revelar¨ªa que nuestra sociedad lleva d¨¦cadas sometida a una pedagog¨ªa perversa, pero exitosa, como es la que despliegan los productos hipotecarios que constituyen la ¨²nica v¨ªa de acceso a un derecho b¨¢sico para la mayor parte de la ciudadan¨ªa. En muchos casos, el sujeto se endeuda y compra una segunda residencia que ni siquiera adquiere para uso propio, sino para alquilarla a su vez con ayuda o no de plataformas tur¨ªsticas, y garantizar as¨ª su sustento vital, a falta de otra fuente m¨¢s fiable de liquidez. Hay quienes especulan tambi¨¦n con este modelo de negocio. En todo caso, un mantra que hace del ahorro el correlato de un d¨¦bito insoslayable ha colonizado nuestro marco mental. Asimismo, la agenda estatal lleva d¨¦cadas incentivando la participaci¨®n popular en las burbujas de la construcci¨®n, sin despachar con ello ese momento de la historia en que el propietario o arrendador era siempre otro, que hoy aguarda en el sistema bancario. Como se?al¨® Jos¨¦ Luis Arrese, ministro de Vivienda en 1957: ¡°Queremos un pa¨ªs de propietarios y no de proletarios¡±. El trampantojo que el r¨¦gimen anhelaba lo termin¨® de perpetrar parad¨®jicamente la democracia espa?ola, con consecuencias que confirman la cara oscura del ¡°individualismo posesivo¡± acu?ado por C. B. Macpherson.
En lugar de pontificar sobre los perjuicios colectivos de una mutaci¨®n neoliberal anclada en lo antropol¨®gico, conducente a una generaci¨®n presuntamente m¨¢s perezosa y pasiva que las precedentes, o de apuntar que nuestros males vienen de lejos, toda vez que Juvenal y Marcial ya se lamentaban por la indigencia habitacional romana, atendamos en la estela de Carn¨¦s al terreno h¨ªbrido que entretejen la econom¨ªa financiera y los h¨¢bitos sociales sobre el que adquirimos rostro los sujetos. Atendamos a lo que d¨¦cadas de violencia inmobiliaria han hecho de nuestro tejido civil, nuestras demandas de igualdad y nuestra movilizaci¨®n pol¨ªtica. Lean a investigadores como Jaime Palomera. Habla de todos nosotros. Quiz¨¢s hasta despertemos.
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