Da?o diario
?Nunca hab¨¦is visto un edificio ansioso, un barrio ansioso, una ciudad ansiosa?
Entre las seis y las siete de la ma?ana comienzan a iluminarse las ventanas de mi barrio. Detr¨¢s de ellas hay hombres y mujeres que se cepillan los dientes, que despiertan con dulzura e impaciencia a los hijos, que van de un lado a otro de la casa con una taza de cereales, con un zumo, un caf¨¦, dejando a su paso una estela de ansiedad que acaba por transmitirse al bloque, al edificio, a la urbanizaci¨®n. ?Nunca hab¨¦is visto un edificio ansioso, un barrio ansioso, una ciudad ansiosa? Eso es porque est¨¢is dentro de la ansiedad como los peces dentro del agua, a la que tampoco reconocen. Hay quien se viste y quien se ducha y quien se aplica maquillaje, hay quienes se colocan una peluca sobre el cr¨¢neo y quien instala debajo de ¨¦l una idea obsesiva. Hay parejas que echan un polvo ansioso antes de salir y quienes vuelven, como si se les hubiera olvidado el m¨®vil, para masturbarse detr¨¢s de la puerta a toda prisa.
Ya en el coche, las noticias de la radio resultan ansiosas, pero si eliges una emisora musical, comprobar¨¢s que tambi¨¦n la m¨²sica se ha contagiado de la ansiedad ambiental, no importa que sea cl¨¢sica, new age o gregoriano. Puedo, desde mi ventana apagada, escuchar el ruido de las cisternas al vaciarse y el de las puertas correderas de los armarios empotrados al abrirse, as¨ª como el del zumbido de los secadores del pelo. Hay d¨ªas m¨¢s ansiosos que otros: algunos lunes y multitud de viernes. Los martes, mi¨¦rcoles y jueves gozan de la ventaja del abotargamiento. Se acostumbra uno al da?o como al roce de la etiqueta de la ropa interior.
Las viviendas, los bloques, el barrio se han quedado vac¨ªos. El da?o circula ahora por las calles y se detiene disciplinadamente ante los sem¨¢foros. Entonces, agotado por la observaci¨®n de la ansiedad de los otros, prendo la l¨¢mpara del dormitorio y se enciende la m¨ªa.
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