Espa?a y la mala memoria
La reconciliaci¨®n es dif¨ªcil con l¨ªderes que encuentran incentivos poderosos en abonar la discordia con la certeza de que el pasado es un campo de batalla en el que tienen algo que ganar
El d¨¦cimo aniversario del final del terror con la firma ETA, cuando cab¨ªa esperar una conmemoraci¨®n sosegada y conciliadora, ha vuelto en el debate pol¨ªtico al tono ¨¢spero de los estertores de los a?os de plomo. Decepcionante. Ni siquiera ETA logra generar una memoria del reencuentro, en la que confluyan los dem¨®cratas con la convicci¨®n de que esa fue una causa de todos, una victoria de todos y un legado de todos. La memoria del reencuentro es una de las se?as de identidad que definen a las sociedades bien articuladas, que acaban haciendo suyo el pasado colectivo, incluso desde la vieja discrepancia. Pero eso no es f¨¢cil all¨ª donde siempre hay alguien dispuesto a arrojarse la Historia a la cabeza, como la piedra cernudiana con toda la ¡°hiel sempiterna del espa?ol terrible¡±. Ni siquiera la Transici¨®n, la santa Transici¨®n, realmente tejida con el relato de la reconciliaci¨®n, ha resistido m¨¢s que unas d¨¦cadas. A estas alturas hay que reunir a Felipe Gozn¨¢lez y Miquel Roca para reivindicar el r¨¦gimen del 78 desde?ado por los aprendices de brujo de la polarizaci¨®n.
No es casualidad que quienes reivindican, con mayor determinaci¨®n, tener la buena memoria necesaria para saber olvidar lo sucedido en Euskadi propiciando que cicatricen las heridas del inmenso dolor causado y contribuir as¨ª a una reconstrucci¨®n moral, sean los mismos que ardorosamente reclaman mantener abiertas las heridas de la Guerra Civil, casi un siglo atr¨¢s, reclamando su revisi¨®n constante. Los muertos tienen derecho a una respuesta, pero seg¨²n qu¨¦ muertos: estos s¨ª, aquellos no. Quienes reclaman pasar p¨¢gina all¨ª, son los mismos que exigen no pasar la p¨¢gina de la historia aqu¨ª. Y viceversa. Quienes denuncian homenajes en el espacio p¨²blico a personajes oscuros son los mismos que prefieren mirar para otro lado ante esos otros homenajes de los ongi etorris, con sus v¨ªctimas apenas a unos metros. Y viceversa. Y viceversa. Y viceversa. En definitiva, no creen en la reconciliaci¨®n en torno a la memoria, sino en la utilizaci¨®n oportunista del pasado.
Otegi es el escorpi¨®n de la f¨¢bula quiz¨¢ ap¨®crifa de Esopo, pero eso ya estaba descontado. El supuesto gesto de empat¨ªa hacia las v¨ªctimas s¨®lo era moneda de cambio para una negociaci¨®n futura sobre los presos, muy a pesar de quienes corrieron a ver, con piruetas semi¨®ticas, un momento hist¨®rico de imponente grandeza. Por dem¨¢s, dif¨ªcilmente puede haber grandeza en quien no utiliza la primera persona y habla en impersonal: ¡°Eso nunca debi¨® ocurrir¡±. Sin sujeto, no vale nada; aunque el sujeto no valga nada. Por dem¨¢s, carece de sentido blanquear a Otegi de hombre de paz como blanquear a tantos otros personajes siniestros del pasado. Otra cosa es elevarse sobre el barro para tratar de mirar con cierta perspectiva. Hay que hacerlo. Pero la memoria de la reconciliaci¨®n, que exige memoria y tambi¨¦n reconciliaci¨®n, es dif¨ªcil con l¨ªderes que encuentran incentivos poderosos en abonar la discordia con la certeza de que el pasado es un campo de batalla en el que tienen algo que ganar.
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