Ropa tendida
Se ha terminado por puerilizar a los espa?oles cuando se enfrentan a su propia historia pol¨ªtica, como si no fueran capaces de asumir la complejidad del pasado
En un libro recientemente publicado, La conquista de la Transici¨®n, el pol¨ªtico ?scar Alzaga rememora la destrucci¨®n de los archivos policiales del franquismo por orden ministerial de 1977. Una bibliotecaria esmerada, incluso, cuando Alzaga recababa informaci¨®n en los archivos de Salamanca, se refer¨ªa a¨²n al ministro responsable, Mart¨ªn Villa, con un apelativo enormemente significativo: el pir¨®mano. Porque en esa destrucci¨®n, de la que se salvaron aquellos legajos que tuvieran un neto valor hist¨®rico, aunque vaya uno a saber bajo qu¨¦ criterios se llev¨® a cabo la discriminaci¨®n, se quemaron las fichas de seguimiento, estudio y coacci¨®n de cientos de ciudadanos que alg¨²n d¨ªa cayeron bajo la lupa dictatorial con las espec¨ªficas acusaciones contra cada uno. Los estudios siempre han se?alado que d¨¦cadas antes, perdida la II Guerra Mundial por los nazis, el r¨¦gimen franquista se empe?¨® en no dejar huella de su afinidad pol¨ªtica y est¨¦tica con el Reich, para lo cual se procedi¨® a destruir material f¨ªlmico de manera m¨¢s o menos accidental. El desperdicio y la disgregaci¨®n caprichosa de muchos archivos son solo elementos que se suman a la actitud que ha presidido la relaci¨®n de los espa?oles con su propia historia.
Las madres de anta?o utilizaban la expresi¨®n ¡°hay ropa tendida¡± para que se cambiara de tema o se bajara la voz ante la presencia de un ni?o que no deb¨ªa enterarse de seg¨²n qu¨¦ cosas. En ese empe?o por la infantilizaci¨®n se ha terminado por puerilizar a los espa?oles cuando se enfrentan a su propia historia pol¨ªtica, como si no fueran capaces de asumir la complejidad del pasado. Esa laguna se utiliza para tapar verg¨¹enzas o para estimular las teor¨ªas conspiranoicas. Ambas derivas igual de bobas, porque la verdad siempre termina por asomar y porque las conspiraciones requieren de una habilidad y una depuraci¨®n que est¨¢ re?ida con nuestro car¨¢cter sangu¨ªneo e imprevisible. Al llegar el tiempo en que volvemos a discutir sobre la pertinencia de fijar una ley de secretos oficiales que imponga un margen razonable de tiempo para preservar las labores secretas de un Estado, pero que permita al ciudadano llegar a viejo con una certidumbre sobre las ¨¦pocas que le tocaron vivir, los espa?oles nos parecemos muy poco a las democracias que admiramos. En ellas se fija un periodo de protecci¨®n, pero no se blinda la memoria de los servicios de inteligencia.
Por ello, la especulaci¨®n se ha convertido en una rama de la historiograf¨ªa espa?ola que levanta pasiones. Pese a que la ley se remonta a 1968, y salvo algunas reformas, al d¨ªa de hoy a¨²n se est¨¢ discutiendo la duraci¨®n previa a las desclasificaciones de los materiales reservados. Tambi¨¦n los secretos tienen caducidad legal. No parece que la excusa de poner en riesgo la seguridad del Estado se sostenga hasta la eternidad, pero sin embargo, ah¨ª pervive, pese a que de tanto en tanto son archivos extranjeros los que nos traen un poco de luz. El actual Gobierno ha decidido poner en marcha su propia reforma de este asunto tras descartar la propuesta por el PNV. Veremos si se logra avanzar algo antes del final de legislatura en 2023. Como demuestra la apertura de una fosa com¨²n en Belchite, en Espa?a el tiempo parece correr m¨¢s lento que en cualquier otro lugar. Asumamos que el pasado es algo que no nos podemos quitar de encima, pese al susurro constante de que hay ropa tendida.
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