Cuidar las instituciones es cultivar la democracia
La planta concreta de alg¨²n partido podr¨¢ seguir floreciendo, pero perdemos el jard¨ªn
Se atribuye a Montesquieu la frase de que ¡°las instituciones tambi¨¦n mueren de ¨¦xito¡±. No es f¨¢cil saber a qu¨¦ se refiere exactamente, porque parece m¨¢s una m¨¢xima de la pitonisa del or¨¢culo de Delfos que algo propio de la anal¨ªtica mente del bar¨®n franc¨¦s. Pero no creo que sea demasiado arriesgado entenderla como una llamada de atenci¨®n sobre el hecho de que a las instituciones hay que cuidarlas. Como si fueran una planta fr¨¢gil. Al menor descuido, donde antes se alzaba una floreciente mata podemos encontrarnos enseguida con un tronco marchito. Y en el caso que nos ocupa, el fertilizante id¨®neo es una s¨®lida cultura c¨ªvica ¨Dya saben, el t¨¦rmino cultura viene de cultivo¨D . Cuando nos olvidamos de que esto es as¨ª, y sigo interpretando audazmente a Montesquieu, cuando su vigor lo damos por supuesto o cuando utilizamos el abono equivocado, acaban pereciendo. Esto viene a cuenta de la renovaci¨®n de los cuatro magistrados del Tribunal Constitucional, pero es tambi¨¦n un aviso para quienes minimizan el da?o que pr¨¢cticas como las del rey em¨¦rito pueden infligir a la Corona. Repito, las instituciones son fr¨¢giles y cualquier desprecio o error en su mantenimiento puede hacer que lo que antes parec¨ªa ¡°exitoso¡± devenga en su contrario.
Los supuestos defensores de la Constituci¨®n del 78 ya han pasado antes por esta experiencia ¨Drecordemos el 15-M¨D, pero ahora parecen perseverar en lo mismo. Y el resultado de la renovaci¨®n del TC es el ¨²ltimo hito, la representaci¨®n m¨¢s conspicua de que no han aprendido nada. Y no lo digo solo por el caso que ha atra¨ªdo m¨¢s las miradas, el de Enrique Arnaldo, el gran esc¨¢ndalo; tambi¨¦n est¨¢ esa selecci¨®n de candidatos de perfiles claramente pol¨ªticos, como si temieran que pudieran reproducirse decisiones de algunos magistrados que no han sentenciado siguiendo el inter¨¦s del partido que los promocion¨®. ?Ser¨¢ por eso que no eligen a catedr¨¢ticos de verdadero prestigio o a jueces del Supremo? ?Por qu¨¦ esta deriva que se manifiesta en la negaci¨®n del PP a renovar el CGPJ o en el pasteleo del TC?
Como me dijo un amigo, situaciones como estas son las que nos permiten ver las costuras del sistema. Un sistema que en su d¨ªa se quiso vertebrar a partir de partidos s¨®lidos y cohesionados, algo natural en momentos en los que pr¨¢cticamente hubo que inventarlos, devino despu¨¦s en v¨ªctima de su avidez por acaparar el Estado. Pero cuando se enfrentaban a lo serio, como la renovaci¨®n del TC, al menos se aten¨ªan al esp¨ªritu de la Constituci¨®n. La posible proximidad de algunos de los candidatos se compensaba por el prestigio de los nombres. Ya no hace falta disimular siquiera. Porque a las pr¨¢cticas partitocr¨¢ticas se ha superpuesto ahora uno de los principales efectos de la polarizaci¨®n: que todo queda impune, que no hay por qu¨¦ preocuparse por la p¨¦rdida de votos hacia el bando contrario. Al menos en teor¨ªa, ya vimos como el 15-M, de nuevo, puso esto en entredicho.
La moraleja es, sin embargo, descorazonadora, porque eso significa que los intereses de los partidos est¨¢n por encima de la salud del propio sistema democr¨¢tico. Si cada uno de ellos va a su bola, si su ¨²nica motivaci¨®n es autorreferente ¨Del ¨¦xito electoral o el acopio de cargos¨D, no solo sufre la gobernabilidad, sino que se desbarata el invento; ese invento, la democracia, que ahora muestra su lado m¨¢s fr¨¢gil mientras preferimos mirar para otro lado. La planta concreta de alg¨²n partido podr¨¢ seguir floreciendo, pero perdemos el jard¨ªn.
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