Los bigotes de Nietzsche
A ciertas alturas de la vida, leer se convierte en una fiesta que piden las neuronas solo para divertirse

CON QU? INGENUIDAD SUBRAYAMOS. Como si a trav¨¦s del tubito del bol¨ªgrafo, la mano, el brazo y el hombro, las palabras y las l¨ªneas fueran succionadas hasta el cerebro y se quedaran all¨ª ordenadas en sus correspondientes compartimentos. Y con qu¨¦ inocencia lo sigo haciendo a estas alturas de mi vida, cuando leer se ha convertido en una actividad casi puramente intransitiva, en una fiesta que me piden las neuronas solo para divertirse, sin mayores ambiciones y destinada casi siempre al olvido. De las 100 p¨¢ginas que acabo de leer en esta novela, probablemente lo ¨²nico que perdure en mi memoria es el dato de que Nietzsche, la mayor parte de los d¨ªas, solo desayunaba agua caliente (a veces con un poco de t¨¦ suave). No s¨¦ si ser¨¢ verdad, pero el libro parece muy documentado. Luego he estado mirando fotos en Internet y me he dado cuenta de que su terrible hermana Elisabeth, a la que yo pon¨ªa en mi imaginaci¨®n una cara amargada de bruja de pel¨ªcula, era muy guapa, m¨¢s que Lou. He seguido leyendo sobre Elisabeth, la villana conservadora, nacionalista, racista, nazi y manipuladora de la obra de su hermano y enseguida me ha aparecido el conde Harry Kessler, espectacular personaje de la ¨¦poca, multimillonario, cosmopolita, mecenas y escritor de arte, que conoc¨ªa a media Europa y que, como gran admirador de Nietzsche, ayud¨® a su hermana a montar en Weimar el archivo santuario dedicado a ¨¦l, donde lo exhibi¨® durante a?os a algunas personalidades. A Kessler, en sus visitas, no le parec¨ªa que el gran fil¨®sofo tuviera el aspecto de un demente o un enfermo, sino el de un muerto. En Journey to the Abyss, el inmenso diario del conde, encontr¨¦ yo un d¨ªa la entrada diar¨ªstica que m¨¢s me ha impresionado en mi vida. La traduzco:
¡°Weimar, octubre 2, 1897. S¨¢bado.
A Weimar por lo de la edici¨®n de Zaratustra. Me alojo en casa de los Nietzsche. Le cuento a Frau F?rster mis planes y esbozo el dise?o de las p¨¢ginas. A las diez, a la cama. Hab¨ªa apagado la luz hac¨ªa un cuarto de hora cuando me despert¨® un fuerte rugido del desafortunado hermano. Me levant¨¦ a medias y escuch¨¦ dos, tres veces, sus largos y descarnados sonidos, como si gimiera, chillando con todas sus fuerzas en la noche. Entonces todo qued¨® en silencio de nuevo¡±.
A la ma?ana siguiente el conde ya estaba hablando de dineros con Frau F?rster y planeando el merchandising de la casa: ediciones populares de la obra de Nietzsche, bustos de diferentes tama?os, dibujos, litograf¨ªas, mu?equitos y hasta reproducciones de bigotes.
Nota. En Ecce Homo, Nietzsche dice que lo mejor para empezar el d¨ªa es una taza de ¡°chocolate desgrasado¡±.
TOM Y WOODY. Lo mejor de vivir con estos dos no es la antropomorfizaci¨®n a la que juegas a menudo habl¨¢ndoles, ri?¨¦ndoles, pirope¨¢ndoles, etc¨¦tera. Como, por otra parte, jugar¨¢n ellos con su gatunocentrismo a nuestra costa. Lo bueno es lo contrario: esos momentos en que te das cuenta de que est¨¢s conviviendo con naturalidad con dos espec¨ªmenes de tu propio reino animal muy extra?os a ti, indescifrables, pero tambi¨¦n tus semejantes, tus hermanos. Y tan a gusto. Los que tenemos a gatos como compa?eros de vida no los disfrutamos porque nos identificamos con ellos, sino por lo distintos que nos parecen. ¡°M¨¢s remoto que el Ganges y el Poniente¡±, escribi¨® Borges del suyo. Hace unos d¨ªas me cruc¨¦ por el pasillo con Tom. Yo iba a la cocina y ¨¦l caminaba en direcci¨®n a la sala con paso lento y decidido. Ni me mir¨®. Y tuve uno de esos momentos en que se produce una especie de revelaci¨®n como la que podr¨ªa dar origen a un haiku. Un haiku sin letra. Voy a ponerle tres l¨ªneas.
Nos cruzamos los dos en el pasillo.
El gato. Como Pedro por su casa.
?C¨®mo ser¨¢ su vida?, me pregunto.
BREVE SALIDA RUTINARIA para comprar el pan y los peri¨®dicos y tomar un caf¨¦.
¡°Hola, rey¡±, ¡°Buenos d¨ªas, caballero¡±, ¡°Gracias, majo¡±.
Leo que los libros no funcionan tanto como la finalidad ¨²ltima de la actividad literaria sino como meros artefactos para concitar sobre la figura de su autor la atenci¨®n p¨²blica. Una vez, E. L., al que le hab¨ªa gustado el primero de los diarios, vino a una presentaci¨®n en Madrid. Se fue antes de empezar. ¡°?Ya te vas?¡±, le pregunt¨® alguien. ¡°S¨ª. Solo hab¨ªa venido para ver si ten¨ªa pinta de escritor¡±.
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