Dos escritores y una epifan¨ªa
Quienes escriben tienen una manera curiosa de retratar a nuestros lamentables pol¨ªticos y, a veces, incluso despu¨¦s de haber desaparecido, los ponen en su lugar para que los veamos bien
La noticia de la muerte de Almudena Grandes ¡ªel mensaje de texto de un periodista amigo¡ª me sorprendi¨® en Guadalajara. Estaba yo en el auditorio Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro, a punto de ocupar mi lugar entre 500 personas mal contadas que asistir¨ªan a la inauguraci¨®n del encuentro en este a?o que tanto se ha llevado, y el golpe me oblig¨® a un esfuerzo grande para atender a lo que estaba pasando. Y all¨ª estaba entonces, oyendo sin entender realmente las palabras del primer discurso, pensando en Almudena y en Luis Garc¨ªa Montero y en los amigos suyos que en estos ¨²ltimos tiempos se han vuelto tambi¨¦n amigos m¨ªos, cuando el primer orador dio la noticia, y nunca se me olvidar¨¢ el sonido que entonces recorri¨® el auditorio Juan Rulfo: el sonido de 500 personas tomando aire al mismo tiempo, o, por mejor decirlo, el sonido irrepetible de 500 personas que al mismo tiempo, brevemente, se han quedado sin aire.
Desde mis primeros a?os de residencia en Espa?a, all¨¢ por el cambio de siglo, yo hab¨ªa entendido bien que Almudena Grandes no ten¨ªa lectores, sino hinchas. Hab¨ªa una intensidad especial en la relaci¨®n que guardaban sus novelas con su p¨²blico, o su p¨²blico con ella, y una de sus claves era tambi¨¦n el rasgo que defini¨® a Almudena, seg¨²n const¨® en los mil tributos que se le hicieron tras su muerte: la generosidad. Yo creo recordar ejemplos de esa generosidad ¡ªde mujer, de lectora o de novelista, todo era un poco lo mismo¡ª en Am¨¦rica Latina tanto como en Espa?a, pero es verdad que la relaci¨®n de Almudena con Madrid, esa ciudad que quer¨ªa y conoc¨ªa, era particularmente viva, y pasaba tambi¨¦n por el lugar que en ella le asignaban sus lectores de Madrid, o por la manera como los madrile?os entend¨ªan la ciudad a trav¨¦s de sus libros. Por eso me pareci¨® tan lamentable que ciertos grupos pol¨ªticos ¡ªr¨¢canos, resentidos o simplemente pueriles¡ª le negaran la distinci¨®n sencill¨ªsima de hija predilecta de Madrid. No la necesitaba para serlo, por supuesto: la distinci¨®n se la hab¨ªan dado sus lectores hac¨ªa mucho tiempo.
Cuando me enter¨¦ de ese incidente bochornoso, record¨¦ otro de los discursos que se pronunciaron aquella ma?ana mexicana en el auditorio Juan Rulfo. Hablaba el escritor nicarag¨¹ense Sergio Ram¨ªrez, protagonista a su pesar de este a?o incierto por la persecuci¨®n que los rid¨ªculos aut¨®cratas Daniel Ortega y Rosario Murillo han montado en su contra. Ram¨ªrez lament¨® la muerte de Almudena y luego dio su discurso, uno de los m¨¢s conmovedores que me ha tocado escuchar recientemente. En breves minutos habl¨® de su biblioteca, los miles de vol¨²menes acumulados pacientemente a lo largo de una vida de lector, conseguidos con esfuerzo y conservados con cari?o, porque la biblioteca de un lector dedicado se va convirtiendo con los a?os en una suerte de autobiograf¨ªa, casi un lugar de su experiencia o sus emociones.
Cont¨® Ram¨ªrez c¨®mo le hab¨ªa comprado La comedia humana de Balzac a un librero de Clermont Ferrand, un hombre mayor que la vend¨ªa barata porque los demasiados libros ocupaban demasiado espacio en sus estantes, y cont¨® c¨®mo tuvo que pedir ayuda a sus amigos para llevar la colecci¨®n a Nicaragua. Cont¨® c¨®mo hab¨ªa encontrado los dos tomos de cuentos de Ch¨¦jov, a los que volv¨ªa con frecuencia, y cont¨® d¨®nde estaban sus libros autografiados, y cont¨® de su alegr¨ªa cuando se dio cuenta, con su ejemplar de La metamorfosis en la mano, de que lograba entender a Kafka en alem¨¢n. Cont¨® c¨®mo hab¨ªa contratado alguna vez a un bibliotec¨®logo para organizar el caos de sus libros, y cont¨® c¨®mo, tras recibir su biblioteca perfectamente organizada y catalogada, se desorient¨® tanto en ella que de inmediato comenz¨® a desordenarla de nuevo: a devolverla a su an¨¢rquico orden precedente. Cont¨®, finalmente, c¨®mo hab¨ªa mandado a construir un atril de madera para tener en ¨¦l un ejemplar especial del Quijote, y cont¨® que el atril acababa de llegarle cuando la persecuci¨®n de la pareja risible ¡ªla noticia de los cargos inventados que se le formulaban y la intenci¨®n de los represores de arrestarlo¡ª lo oblig¨® a dar por cerrada su casa de Managua y huir al exilio, dejando atr¨¢s su biblioteca: la biblioteca de una vida.
Y he pensado, ahora que el a?o termina y vemos con cierta perspectiva lo que en ¨¦l ha ocurrido, en esa manera curiosa que tienen los escritores, por su presencia o sus libros, de retratar a nuestros lamentables pol¨ªticos: retratar su peque?ez o su mezquindad, y tambi¨¦n su mendacidad y su intolerancia. Los dejan en evidencia, los desnudan sin propon¨¦rselo, a veces mientras hablan de otra cosa, a veces incluso despu¨¦s de haber desaparecido: los ponen en su lugar para que los veamos bien. Tambi¨¦n por eso podemos estarles agradecidos.
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