Espa?a, potencia media en Ucrania
Las declaraciones firmes sobre la soberan¨ªa e integridad territorial del pa¨ªs del este y el despliegue militar en el B¨¢ltico, Rumania o el mar Negro han resultado audaces para los est¨¢ndares nacionales y especialmente meritorios porque el presidente del Gobierno ha evitado la tentaci¨®n del perfil bajo
En los estudios de pol¨ªtica exterior se conoce como potencia media un tipo especial de actor estatal cuya influencia en los asuntos internacionales no resulta f¨¢cil determinar. A diferencia de otras categor¨ªas donde la fuerza disponible y las prioridades resultan m¨¢s obvias ¡ªcomo ocurre con las superpotencias, los l¨ªderes regionales, los emergentes o incluso los Estados peque?os¡ª, los poderes intermedios no tienen claros los l¨ªmites en los que se mueve su jerarqu¨ªa, aunque una conducta fiable y consistente puede multiplicar sus capacidades, por encima del peso que objetivamente les corresponde por tama?o econ¨®mico, fuerza militar o poder blando. Resulta significativo recordar que la primera plasmaci¨®n paradigm¨¢tica de una potencia media moderna se produjo a mitad del siglo XIX, justo en el mismo teatro de operaciones donde hoy se dirime la arquitectura de seguridad del continente. Cuando el entonces peque?o reino de Cerde?a decidi¨® participar junto a los grandes imperios franc¨¦s y brit¨¢nico en la guerra de Crimea contra Rusia apost¨®. Y gan¨®. El conde de Cavour se asegur¨® tener voz en el dise?o posterior de la paz y muy poco despu¨¦s la reci¨¦n nacida Italia era bienvenida al concierto de las grandes naciones europeas.
Los s¨ªmiles hist¨®ricos tienen obvias limitaciones, pero, m¨¢s all¨¢ de confirmar que la agresividad del Kremlin no supone nihil novum sub sole, tambi¨¦n pueden servirnos para ilustrar la actual apuesta espa?ola por ascender en las ligas de la geopol¨ªtica europea. La percepci¨®n generalizada entre los miembros de la OTAN y de la UE es que nuestra diplomacia ha querido desempe?ar responsabilidades de potencia media en esta crisis tan trascendental. Las declaraciones firmes sobre la soberan¨ªa e integridad territorial de Ucrania y las decisiones de despliegue militar en los pa¨ªses b¨¢lticos, Rumania o el mar Negro han resultado audaces para los est¨¢ndares espa?oles y especialmente meritorios porque el presidente del Gobierno (esta vez, felizmente acompa?ado del todav¨ªa jefe de la oposici¨®n) ha evitado la tentaci¨®n del perfil bajo con el que se sent¨ªa m¨¢s c¨®modo su socio de coalici¨®n.
Desde la perspectiva de la gesti¨®n del conflicto, lo m¨¢s relevante no ha sido tanto que en Bruselas, Varsovia o (con algo m¨¢s de sordina) Washington se aprecie esta l¨ªnea de actuaci¨®n espa?ola. Lo que seguramente tiene m¨¢s valor es que Mosc¨² lo haya percibido. Lo que Putin pod¨ªa esperar de un pa¨ªs tan remoto en la distancia, sin apenas historia de conflictividad previa y al que la diplomacia rusa ocasionalmente halaga con el t¨ªtulo ret¨®rico de socio estrat¨¦gico, era una conducta m¨¢s bien pasiva, incluso apaciguadora, que de facto pudiera llegar a debilitar la unidad euroatl¨¢ntica. No se esperaba, en suma, una Espa?a proactiva. Y no es de extra?ar si se recuerda c¨®mo nos comportamos en las dos ¨²ltimas temporadas de expansionismo irredentista ruso. En febrero de 2014, a pesar de la anexi¨®n ilegal de Crimea o del europe¨ªsmo heroico demostrado en la plaza del Maid¨¢n, buena parte de nuestros responsables diplom¨¢ticos y analistas militares segu¨ªan pensando que era buena idea evocar las ventajas de un continente unido ¡°de Vigo a Vladivostok¡± y parec¨ªa haber m¨¢s preocupaci¨®n por el (peque?o) impacto en el PIB nacional que tendr¨ªan las sanciones a Rusia que por mostrarse solidario con nuestros socios econ¨®micos de verdad en Europa central y oriental.
Pero el contraste entre el enfoque actual y el pasado es todav¨ªa mayor si se compara con el conflicto previo, en verano de 2008, cuando Rusia promovi¨® la secesi¨®n de dos provincias rebeldes en Georgia. El ministro de Asuntos Exteriores de entonces declaraba que el objetivo de Espa?a era ¡°evitar que nos coloquen de nuevo una agenda de guerra fr¨ªa¡± (n¨®tese el pronombre plural que alud¨ªa casi por igual a Mosc¨² y a nuestros aliados), presum¨ªa de la se?al que supon¨ªa no haber acudido siquiera al consejo de ministros convocado por la OTAN para gestionar aquella crisis e incluso coincid¨ªa con la l¨ªnea argumental del Kremlin al hacer un paralelismo de lo sucedido en Osetia y Abjasia (solo reconocidas por Rusia y Nicaragua) con el caso de Kosovo (reconocida por el 90% de las democracias occidentales). Como quiera que sea, muy poco despu¨¦s de exhibir ese perfil rayano en el no alineamiento, Espa?a se enfrent¨® a la larga Gran Recesi¨®n, luego mutada en una crisis de deuda soberana, donde tanto sufrimos como pa¨ªs. Es dif¨ªcil afirmar que un enfoque m¨¢s alineado con nuestros aut¨¦nticos intereses y valores hubiera servido para equilibrar nuestra d¨¦bil posici¨®n econ¨®mica en la eurozona, pero es seguro que no ayud¨® el no haberlo hecho.
Y es que es tal vez ah¨ª, en el tablero propiamente europeo, donde tambi¨¦n hay que buscar buena parte de las razones que explican esta voluntad de jugar de modo decidido, sin cautelas ni dobleces. Mostrarse fiable y coherente con los valores de la estabilidad en el continente no solo tiene gran valor en s¨ª, sino que adem¨¢s permite (como al reino sardo en 1855) sentarse con m¨¢s autoridad, con m¨¢s fuerza en la mesa europea que trate de la paz y seguridad ahora amenazadas, pero tambi¨¦n de autonom¨ªa estrat¨¦gica, de reglas fiscales o de instrumento permanente de financiaci¨®n europea. Nos jugamos mucho en el Donb¨¢s, como potencia media que aspira a un mundo seguro, como cuarto Estado miembro de la UE que necesita reforzar el proceso de integraci¨®n del que tanto depende nuestra solidez interna como pa¨ªs, nuestro bienestar en suma.
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