Kyev es espejo
Los j¨®venes buscan en las redes los manuales para fabricar bombas Molotov, palabra tan rusa para denominar a las botellas de aceite convertidas en explosivos
Un ob¨²s acaba de perforar la mejilla de una finca donde habitaban qui¨¦nsabecu¨¢ntas familias que lograron refugiarse en la m¨¢s cercana estaci¨®n del Metro. En contraesquina, una adolescente que podr¨ªa llamarse Marina se acurruca entre costales de arena y basura: la improvisada barricada que en pocos d¨ªas ser¨¢ apuntalada con el cad¨¢ver de un caballo muerto, despanzurrado como en las antiguas corridas de toros, que tambi¨¦n en pocos d¨ªas ha de convertirse en la ¨²nica carne digerible ante la escasez de todo, porque ya no habr¨¢ m¨¢s que nada¡ y en la mente ya trastornada de Marina empiezan las dualidades y contradicciones: todos sus vivos son ya muertos, todas las verdades resultaron ser mentiras¡ las noches son los d¨ªas de bombardeos luminosos y los d¨ªas, el escenario de sombras.
En el refugio que llaman antia¨¦reo, un joven confirma que el Poeta se ha salvado (por ahora) y que llevaba versos dibujados en el bolsillo de un improvisado chaleco antibalas (tejido a mano, con peri¨®dicos como escudos) y los viejos con todos los siglos encima, sus caras surcadas por arrugas como r¨ªos eslavos o rutas de modernos gasoductos, no paran de fumar sin boquilla. Por all¨¢ huye un gato que presiente convertirse en almuerzo. Que no te den gato por liebre, dice la abuela que no para de repetir como jaculatoria que todo esto ya pas¨® y Marina anota en un papelito Ayer es Hoy, ?Ma?ana?
Marina lleva una ola de trigo dorado como pelo y en sus ojos se destila el mar m¨¢s azul de los azules; tiene la piel tan blanca que sus muslos ba?ados con un chorro de agua helada parecen pan de harina pura y sus pies merecer¨ªan exhibirse en un museo de esculturas antiguas. Tiene las manos enguantadas en lana con las falanges al aire y se amarra un pa?uelo en tri¨¢ngulo sobre la frente, mientras cae en cuenta de que lleva puestas las botas de su hermano, ahora perdido en el laberinto de lo que queda de una ciudad que poco a poco va qued¨¢ndose como un queso con miles de agujeros, los hoyos de una cara cacariza, huellas de viruela¡ la viruela de la guerra que sali¨® de la baba apestosa de un ej¨¦rcito uniformado y profesional, de ¨®ptima y tediosa preparaci¨®n, bien armado y contundente que nada tiene en com¨²n con las abuelas que aprenden con prisa c¨®mo accionar un gatillo, los j¨®venes que buscan en las redes los manuales para fabricar bombas Molotov, palabra tan rusa para denominar a las botellas de aceite convertidas en explosivos a lanzarse por las ventanas o a ras de suelo hacia los tanques blindados, los transportes infalibles¡ y por arriba de las nubes, las aves de mal ag¨¹ero, las alas que cagan bombas, las h¨¦lices aut¨®nomas o pilotadas que zumban y rezumban sobre la tr¨¢gica partitura de tantas muertes.
Marina escucha en un viejo radio como de bulbos no transistores que el pa¨ªs entero ha ido sangrando y que las ciudades todas van quedando en cascarones, la viruela de las bombas, los autom¨®viles aplastados por tanques, las flechas que vuelan a coro en ramilletes de fuego¡ Marina escucha el ronroneo constante de la percusi¨®n explosiva a lo lejos. Uno de gafas informa que los dem¨¢s pa¨ªses del mundo no cesan en condenar el horror de la guerra, presumen como resignaci¨®n de un inquebrantable unidad ante el delirio de la destrucci¨®n¡ evitan anunciar su apoyo b¨¦lico aunque procuran enviar balas de alguna rara manera; los extranjeros que quieran unirse a la defensa han de ser voluntarios sin bandera. La llamada comunidad internacional ofrece exilio y salvoconductos, pero a Marina le cuentan que hasta ahora no han llegado escudos de verdad, cascos de protecci¨®n, granadas de mano¡ y a ella se le afigura el sabor de una fruta en los labios rojos y una corona de flores que usaba de ni?a. A Marina se le enredan los tiempos en un desvelo sin tiempo¡
A las afueras, en una trinchera arada a mano, Eric Arthur Blair anota en una libreta el sabor a casta?a hirviente que tiene la bala cuando penetra la piel y destroza parte de m¨²sculo, ligamentos y venas. Sus p¨¢rrafos ser¨¢n le¨ªdos por los siglos de los siglos bajo la firma que elige como George Orwell, pero se llama Blair y cultiva jardines de rosas en su tierra y habla siempre de flores en su prosa y dibuja quiz¨¢ sin saberlo la cr¨®nica exacta de estos d¨ªas que parecen ser ya todos los d¨ªas en la mirada azul llorosa de Marina, arrodillada en Gran V¨ªa esquina con Valverde a espaldas de Telef¨®nica en pleno coraz¨®n de Kiev, d¨¦cadas despu¨¦s, a qui¨¦nsabecu¨¢ntos metros de las c¨²pulas de oro de un monasterio de siglos¡ porque hubo una madrugada envuelta en vapor de trenes en la que una bailarina rubia de ensue?os diversos se despidi¨® en un vag¨®n y ¨Csubrayada su hermosa figura por los rieles al filo del and¨¦n¡ªsac¨® un espejo que dijo haber comprado en Ukra¨ªna (pronunciada as¨ª, con acento) y que toda vez que quisiera volver a verla, bastaba con verme a m¨ª mismo.
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