Entre la humillaci¨®n y la amenaza
Aunque la Europa democr¨¢tica enarbola con toda legitimidad los valores de la democracia y las libertades individuales ante la invasi¨®n de Ucrania, no habr¨¢ paz sin concesiones de ambas partes
No es dif¨ªcil predecir c¨®mo empiezan las guerras; lo dif¨ªcil es saber c¨®mo y cu¨¢ndo acaban. La mayor¨ªa se hacen ir¨®nicamente en nombre de la paz y escuchando a Putin parece que la de Ucrania no es tampoco muy diferente en eso. Contra lo que se dice no comenz¨® el pasado 24 de febrero, sino hace ocho a?os, cuando el ej¨¦rcito ruso ocup¨® Crimea y Mosc¨² proporcion¨® apoyo, armas, financiaci¨®n y entrenamiento a los rebeldes independentistas del Donb¨¢s. Casi quince mil personas perdieron la vida en esa contienda, ahora brutalmente ampliada. No conviene generar ninguna confusi¨®n: el culpable directo de esta cat¨¢strofe es Vladimir Putin, denunciado con toda justicia como criminal de guerra ante el Tribunal de La Haya. Pero Occidente mir¨® para otro lado durante a?os, sin atender las recomendaciones y se?ales que indicaban la proximidad de un conflicto mayor. Mostraba, eso s¨ª, al igual que ahora, conmiseraci¨®n por las v¨ªctimas. Un europeo universal como Emile Cioran se encarg¨® de recordarnos que ¡°la compasi¨®n no compromete a nada; por eso es tan frecuente¡±.
En julio de 2021 el Kremlin public¨® en su p¨¢gina web un art¨ªculo firmado por Putin, titulado La unidad hist¨®rica de rusos y ucranios. Su argumento era que estos, m¨¢s los bielorrusos, constituyen un solo pueblo, en contra del cual se estaba tratando de crear ¡°un Estado ucranio ¨¦tnicamente puro¡±, enemigo de Rusia, lo que ven¨ªa generando un estado de cosas ¡°comparable al uso de armas de destrucci¨®n masiva¡±. Esta referencia a la amenaza nuclear parec¨ªa un remedo del falaz argumento que George W. Bush, Tony Blair y Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar emplearon para justificar la invasi¨®n de Irak. Junto con las operaciones en Afganist¨¢n, Siria y otras incursiones menores contra el yihadismo isl¨¢mico, dichos conflictos han costado la vida a m¨¢s de 900.000 personas en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas. Y no se incluyen en esa estad¨ªstica las v¨ªctimas de la primera guerra declarada en Europa despu¨¦s de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, que desmembr¨® la antigua Yugoslavia y gener¨® una fragmentaci¨®n de nuevos estados soberanos destinados a ampliar la zona de influencia de la OTAN. Ahora, en apenas diez d¨ªas, mill¨®n y medio de refugiados han traspasado las fronteras de la Uni¨®n Europea y es m¨¢s que probable que las bajas mortales superen ya a las contabilizadas en el conflicto del Donb¨¢s.
Al margen la imaginaci¨®n literaria e hist¨®rica de Putin, llena de falsedades y manipulaciones, ¨¦l acertaba al recordar que la configuraci¨®n territorial de la Ucrania moderna fue decidida por la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El drama actual comenz¨® con el derrumbe de esta ¨²ltima. La Alianza Atl¨¢ntica aprovech¨® la coyuntura para extenderse hacia la frontera rusa pese a las promesas y acuerdos firmados con Mosc¨² de que eso no suceder¨ªa. La condici¨®n exigida por Rusia de que Ucrania quedara fuera de la OTAN es antigua y fue consensuada hace un cuarto de siglo con Estados Unidos. Las advertencias a este respecto de personaje tan poco sospechoso para la Casa Blanca como Henry Kissinger han sido repetidas veces deso¨ªdas. La pol¨ªtica del Secretario General de la Alianza, cuya jubilaci¨®n en el cargo el pr¨®ximo junio deber¨ªa servir de ocasi¨®n para corregir sus yerros, ha sido lo m¨¢s parecido a la de un halc¨®n. Menospreci¨® las demandas de reconocimiento y el sentido de humillaci¨®n que se estaban generando en la Rusia post-sovi¨¦tica. Ahora ni siquiera puede ense?ar sus garras para disuadir al enemigo por el temor a empeorar las cosas y desatar una guerra generalizada en Europa.
Para muchos result¨® una sorpresa que al terminar la Guerra Fr¨ªa la OTAN no se disolviera. Sus enemigos potenciales, la URSS y el Pacto de Varsovia, estaban en la lona. Pero en realidad la OTAN, m¨¢s que una alianza militar, era y es el brazo armado de los Estados Unidos en Europa, que decidi¨® confiar su seguridad al paraguas nuclear americano. Con la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, la reunificaci¨®n de Alemania y la recomposici¨®n de las diversas soberan¨ªas europeas, Washington se convirti¨® por unos a?os en el ¨²nico poder indiscutible llamado a gobernar la globalizaci¨®n. Hasta que el creciente aislacionismo americano, los fracasos en Irak y Afganist¨¢n, la emergencia del coloso chino y los reclamos de otras potencias medianas pusieron de relieve que nos encaminamos a un mundo multipolar. Las reglas de la postguerra fr¨ªa han periclitado.
Lo importante en el corto plazo es trabajar por conseguir un alto fuego en el conflicto ucraniano, por imposible que parezca. Hay que terminar de manera inmediata con el suplicio de millones de ciudadanos inocentes. Por primera vez en la Historia esta es adem¨¢s una guerra difundida en las redes sociales, donde las v¨ªctimas narran en directo, urbi et orbe, terribles padecimientos. La opini¨®n p¨²blica mundial, con la excepci¨®n de la rusa y de un par de tiranos como Maduro y Daniel Ortega, se encuentra estremecida. La Europa democr¨¢tica enarbola con toda legitimidad los valores de la democracia y las libertades individuales. Pero no habr¨¢ paz sin concesiones de ambas partes. De otro modo, si la contienda no se generaliza, vencer¨¢ la muerte sobre la que cabalgan los invasores, pese al hero¨ªsmo y el sacrificio de la resistencia.
Las cenizas de las ciudades ucranianas son un recordatorio de que el mal existe, pero tambi¨¦n de que en un mundo global estamos obligados a buscar f¨®rmulas de convivencia que respeten culturas, historias y realidades diferentes y en muchos aspectos contrapuestas. Los l¨ªderes europeos, los del mundo en general, han de asumir que el equilibrio del poder y la legitimidad de su ejercicio, la seguridad de las poblaciones y el futuro de la humanidad, dependen de su capacidad para establecer acuerdos y elaborar reglas comunes que permitan la existencia de un nuevo orden mundial pese a la diversidad de quienes lo integren. Eso no implica que los dem¨®cratas renunciemos a la defensa de los derechos humanos, pero la coexistencia pac¨ªfica exige el reconocimiento de intereses, voluntades y convicciones encontradas entre s¨ª. El nuevo orden no podr¨¢ estar dominado por una superpotencia ni regresar a la bipolaridad, como Estados Unidos parece intentar. Ser¨¢ un tiempo de mayor complejidad e inestabilidad creciente. Tambi¨¦n es ilusorio pensar que la potencia nuclear m¨¢s grande del mundo, el pa¨ªs m¨¢s extenso, las naciones m¨¢s pobladas o las culturas religiosas m¨¢s extendidas no van a reclamar un protagonismo en defensa de sus intereses y sus utop¨ªas. M¨¢s que en el Atl¨¢ntico, el polo de atenci¨®n se va a centrar en el Indopac¨ªfico, donde ya es China la dominante. Y el concepto de neutralidad, crucial para contrarrestar la permanente algarab¨ªa de las fronteras centroeuropeas, ha ca¨ªdo ya hecho a?icos incluso en pa¨ªses como Suiza. Pero quiz¨¢ la noticia m¨¢s relevante es que Alemania y Jap¨®n, los grandes perdedores de la II Guerra Mundial han decidido rearmarse mientras en Tokio se habla de eliminar la prohibici¨®n constitucional de que el pa¨ªs entre en guerra. Durante los tres ¨²ltimos siglos el mundo occidental ha protagonizado un cierto liderazgo global, con Europa a la cabeza primero, y despu¨¦s los Estados Unidos de Am¨¦rica. La agresi¨®n de Putin, lejos de fragmentar al viejo continente ha contribuido a anudar sus lazos internos. Pero no debemos sucumbir al espejismo. Como el ¨¢rbol de la ciencia, la unidad europea o crece o muere. Si quiere perdurar, sus instituciones necesitan una profunda renovaci¨®n, una recuperaci¨®n de su autonom¨ªa estrat¨¦gica y una definici¨®n de sus intereses irrenunciables. A fin de dise?ar un proyecto com¨²n en el que Rusia no se sienta humillada ni el resto del continente amenazado por ella.
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