El pueblo ruso
Debemos alzar la voz contra cualquier manifestaci¨®n incipiente de rusofobia. Los reg¨ªmenes totalitarios del siglo XX demostraron las terribles consecuencias que tiene someter a ciudadanos particulares a castigos colectivos
No estamos en guerra con el pueblo ruso. Ser¨ªa inmoral y contraproducente lanzar una caza de brujas contra los rusos de a pie. Hay que reaccionar contundentemente contra la guerra cruel iniciada por Vlad¨ªmir Putin. A cualquiera que le importen los derechos humanos, la autodeterminaci¨®n o la integridad territorial de las naciones soberanas debe reconocer lo importante que es impedir que Putin incorpore Ucrania a un nuevo imperio ruso.
Esta es la raz¨®n de que yo apoye sin ambages las duras sanciones impuestas por Estados Unidos y otras democracias durante la pasada semana. Ahora constituyen la ¨²ltima y la mejor esperanza de ralentizar la arremetida contra Ucrania y disuadir a quienes en el futuro, ya sea Putin u otros aut¨®cratas que observan atentamente lo que est¨¢ ocurriendo, pudieran desear iniciar otras guerras.
Sin embargo, en un momento en el que las emociones est¨¢n comprensiblemente a flor de piel, es importante recordar algo muy sencillo. Aunque estamos librando una batalla justa contra Vlad¨ªmir Putin, no estamos en guerra con el pueblo ruso.
En muchos sentidos, el pueblo ruso ha sido la primera v¨ªctima de Putin. Es ese pueblo el que no puede sustituir a su presidente en las urnas ni alzar la voz contra ¨¦l sin temor a terribles consecuencias. Es ¨¦l el que lleva dos d¨¦cadas pagando el precio de la corrupci¨®n y la represi¨®n. Y es ¨¦l el que en los pr¨®ximos meses ver¨¢ c¨®mo cae en picado su nivel de vida.
No cabe duda de que Putin tiene un enorme apoyo. Sin embargo, en la pasada semana muchos rusos han encontrado valor para criticar su ataque a Ucrania, con frecuencia corriendo un enorme riesgo.
Ya han sido detenidas miles de personas por oponerse a la guerra. M¨¢s de 7.000 cient¨ªficos han firmado una carta abierta en la que llaman al pa¨ªs a ¡°detener todas las operaciones militares contra Ucrania¡±. Peticiones similares se est¨¢n distribuyendo entre profesores y m¨¦dicos, entre artistas gr¨¢ficos y expertos en William Shakespeare. La principal, en change.org, ha recogido m¨¢s de un mill¨®n de firmas.
Son todav¨ªa m¨¢s los rusos que comparten esos sentimientos, pero que carecen del valor o la oportunidad para alzar su voz. Es probable que entre ellos figuren algunos de los soldados llamados a filas y a los que un dictador que ocupa el poder desde antes de que ellos nacieran ha ordenado cometer actos profundamente inmorales, adem¨¢s de arriesgar su propia vida.
Todo esto sirve para recalcar lo importante que es no dejar de establecer una diferencia vital entre el Gobierno ruso y el pueblo de Rusia, algo que, por desgracia, muchos expertos, pol¨ªticos y l¨ªderes institucionales no est¨¢n haciendo.
En los ¨²ltimos d¨ªas, un congresista estadounidense ha hecho un llamamiento para que las universidades de EE UU expulsen a todos los estudiantes rusos. La Liga de Hockey Canadiense ha declarado que en el pr¨®ximo proceso de selecci¨®n no podr¨¢ haber adolescentes rusos. Los editores de una publicaci¨®n acad¨¦mica han ¡°decidido no continuar¡± con la publicaci¨®n de un pr¨®ximo n¨²mero especial dedicado a filosof¨ªa religiosa rusa durante los siglos XIX y XX. Una universidad italiana ha llegado incluso a cancelar un curso sobre las novelas de Fi¨®dor Dostoievski (antes de que la reacci¨®n p¨²blica obligara a recuperarlo). Esto es algo tan inmoral como contraproducente.
Es inevitable que las duras sanciones impuestas tengan un gran coste para los rusos de a pie. Sin embargo, como son necesarias para ayudar a Ucrania y debilitar a Putin, son moralmente defendibles. Es leg¨ªtimo dejar de hacer negocios con empresas rusas, confiscar propiedades de oligarcas que se han hecho ricos gracias a sus relaciones con el Kremlin y prohibir que, bajo bandera rusa, haya equipos que participen en torneos deportivos internacionales.
No obstante, ninguna de estas razones justifica que se castigue a los individuos por el hecho azaroso de haber nacido en Rusia o arrojar sobre la rica cultura de su pa¨ªs una sombra general de sospecha. Los dictadores no hablan en nombre de todos aquellos que comparten su nacionalidad. De manera que debemos evitar castigar a los rusos de a pie que ni tienen v¨ªnculos estrechos con el Kremlin ni representan oficialmente a su pa¨ªs. Ser¨ªa una grave injusticia impedir que los acad¨¦micos rusos pronunciaran conferencias en Occidente, someter a todos los rusos que viven fuera de su pa¨ªs a una prueba de fuego o cancelar actuaciones de artistas rusos simplemente porque son de esa nacionalidad.
Putin est¨¢ haciendo todo lo posible para trasmitir que este conflicto surge del odio occidental a la naci¨®n rusa. Es algo absolutamente falso. Lo que explica este conflicto es, pura y simplemente, la propia decisi¨®n de Putin de organizar, sin provocaci¨®n alguna, un ataque contra una naci¨®n soberana.
Y todo esto hace todav¨ªa m¨¢s importante que las democracias eviten hacerle el juego a la propaganda de Putin. Debemos alzar la voz contra cualquier manifestaci¨®n incipiente de rusofobia que detectemos entre nosotros antes de que pueda llegar a desarrollarse. Los reg¨ªmenes totalitarios del siglo XX demostraron las terribles consecuencias que tiene someter a ciudadanos particulares a castigos colectivos. Las democracias liberales que se precian de mantener el Estado de derecho, sobre todo ahora que luchamos por conservar nuestros valores m¨¢s fundamentales, no deber¨ªan seguir ese pernicioso ejemplo.
M¨¢s bien tendr¨ªan que hacer todo lo posible por castigar a los responsables de la guerra en Ucrania. Ir a por la enorme fortuna de Putin. Confiscar los yates y mansiones de los oligarcas que lo sostienen. Arruinar a Gazprom, Lukoil y Rosneft.
Sin embargo, al mismo tiempo, las democracias deben encontrar el modo de demostrar su buena voluntad al pueblo ruso. A lo largo de la historia, han surgido y ca¨ªdo dictadores, pero aquellos a quienes oprim¨ªan les han sobrevivido. As¨ª que nunca deber¨ªamos dejar de esperar que, una vez m¨¢s, podamos celebrar nuestra amistad con Rusia, quiz¨¢ m¨¢s pronto de lo que ahora parece probable.
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