Ciencia en guerra
Los investigadores occidentales cortan lazos con sus colaboradores rusos. Es un mal asunto para ambas partes
Bajo los estratos de muerte y destrucci¨®n que parecen concebidos por la mente de un psic¨®pata, y acaso lo est¨¦n, en medio de todo ese sufrimiento gratuito y de tanta bomba est¨²pida, hablar de ciencia parece una frivolidad, lo admito espont¨¢neamente. Pero la ciencia es un buen indicador del grado de desarrollo de un pa¨ªs, y lo ser¨¢ tambi¨¦n del nivel de destrucci¨®n de su tejido intelectual, tecnol¨®gico e industrial. Y la ciencia, desde luego, no es ajena al conflicto. Nada lo es.
El 25 de febrero, mientras los cient¨ªficos ucranios intentaban salvar sus equipos con la esperanza de llevarse sus proyectos a otra parte, el Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en ingl¨¦s) rompi¨® su relaci¨®n de una d¨¦cada con Skoltech, un instituto de ciencia y tecnolog¨ªa fundado en Mosc¨² en 2011 con la cordial ayuda occidental, y conocido como el Silicon Valley ruso. La ruptura con el MIT no afecta a mucha gente, pero es una p¨¦sima noticia para el prestigio cient¨ªfico ruso. Y la iniciativa del MIT es cualquier cosa menos un hecho aislado. La Comisi¨®n Europea ha suspendido la participaci¨®n rusa en Horizon Europe, el buque insignia de la ciencia de la UE, y los pa¨ªses miembros est¨¢n cancelando uno tras otro sus colaboraciones con Mosc¨². La invasi¨®n de Ucrania ha llegado incluso a la Ant¨¢rtida, donde los cient¨ªficos rusos y occidentales se han divorciado tambi¨¦n, y amenaza con extenderse al espacio exterior, un lugar en el que los astronautas rusos y estadounidenses conviven habitualmente en paz y armon¨ªa c¨®smica.
Tal vez la ¨²nica buena noticia que est¨¢ saliendo de esta guerra es que la intoxicaci¨®n informativa rusa est¨¢ perdiendo fuelle. No porque las huestes cibern¨¦ticas de Putin se hayan cansado de emitir bulos, sino porque los est¨¢n sembrando sobre un suelo menos f¨¦rtil. Unos d¨ªas despu¨¦s de la invasi¨®n de Ucrania, YouTube, Facebook y Twitter desmantelaron unas redes coordinadas de cuentas dedicadas en exclusiva a propagar desinformaci¨®n sobre Ucrania. Usaban el arsenal habitual del intoxicador, como nombres falsos, perfiles sint¨¦ticos e identidades robadas, pero todas conten¨ªan mensajes similares contra Ucrania. Para los gigantes de Silicon Valley fue f¨¢cil descubrir que los mensajes proven¨ªan de fuentes centralizadas en Rusia y Bielorrusia. Lo dif¨ªcil ha sido que las empresas se decidan a cancelar esa m¨¢quina de esparcir basura. Es una muestra de lo mucho que se puede hacer contra la desinformaci¨®n, y de lo poco que se hace normalmente.
Pero nada de esto es el futuro. La destrucci¨®n del tejido cient¨ªfico ucranio y la cancelaci¨®n de los proyectos de colaboraci¨®n entre investigadores occidentales y rusos son una cat¨¢strofe para el avance del conocimiento, y un obst¨¢culo formidable para el ¨²nico futuro posible, que son unas relaciones internacionales inteligentes y basadas en la cooperaci¨®n. Al final, cuando el conflicto haya causado cinco millones de desplazados ucranios y qui¨¦n sabe cu¨¢ntos muertos, las colaboraciones cient¨ªficas ruso-occidentales regresar¨¢n, y los investigadores ucranios que sigan vivos podr¨¢n realojar sus proyectos en alg¨²n lugar nuevo. No hay otra salida. El 15? Astr¨®nomo Real del Reino Unido, Martin Rees, calcula que la probabilidad de que colonicemos otro planeta antes de que nos carguemos ¨¦ste del todo no supera un miserable 50%. Sigamos haci¨¦ndonos el ruso y ver¨¢s d¨®nde acabamos.
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